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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

Anarco-capitalismo y anti-capitalismo

Actualidad Posted on Fri, April 28, 2017 09:07

Existe una narrativa sobre el capitalismo para la
cual este es un orden espontáneo. Surge de los miles de intercambios entre
individuos particulares que configuran una entidad llamada mercado. El mercado,
afirma este relato, sería una realidad auto-organizada surgida de las
interacciones entre intereses particulares. El homo economicus es capaz de procesar toda la información disponible
de modo racional y tomar decisiones defendiendo sus intereses particulares para
maximizar su riqueza. Este comportamiento lejos de llevar a una guerra de todos
contra todos, permite la aparición de un orden fruto de la confluencia de estos
intereses contrapuestos. El mercado sería el nombre con el cual se conoce este
hecho. Frente al mismo se encontraría el estado, una realidad construida desde
arriba utilizando, de un modo explícito o soterrado, la violencia física.

En todo caso, esta narrativa siempre ha mantenido
que el estado se contrapone al mercado. El primero es una entidad extractiva
mientas que el segundo sería una realidad generadora de riqueza. En sus
versiones más extremas, que podemos denominar anarco-capitalistas, se plantea
que el estado podría desaparecer o quedar reducido a una mínima expresión que
ayude a reglamentar el mercado allí donde este no llegue. El mercado sería una
forma de organización social adecuada para regular todas, o al menos la mayor
parte, de las relaciones sociales de un modo más eficaz y pacífico que el
estado.

Este discurso no es nuevo y es bien conocido.
Frente a él aparece otro discurso que aceptando sus premisas pretende invertir
la ecuación. Para el anti-capitalismo, el mercado sería una realidad que
esconde una profundad explotación. Los dueños del capital construyen sus
fortunas sobre la desgracia de los menos afortunados. Y lo hacen, además, con
cartas marcadas, pues el estado lejos de oponerse al mercado es una
construcción del mismo. Los políticos serían simples ayudantes de los dueños
del capital. La única forma de solucionarlo sería que los oprimidos se hagan
con el control del estado, el cual puede imponer sus tesis porque controla los
medios para ejercer la violencia física, y hagan desaparecer el mercado o, en
una versión más suave, consigan la propiedad y el control del mismo. El estado,
en todo caso, se haría con las funciones ejercidas antes por el mercado.

Ambas versiones son, a mi modo de ver, contradictorias
en su relación con el estado: para la versión liberal el estado es un enemigo
del mercado mientras que para el anti-capitalismo es su amigo, en un primer
momento, y un vehículo para su control o desaparición, en un segundo momento.
Ambas versiones, sin embargo, comparten un presupuesto común: una supuesta
tensión constitutiva entre el estado y el mercado. El mercado trata de
minimizar o hacer desparecer el estado en la versión anarco-capitalista. El estado,
una vez controlado por los desposeídos, combate el mercado en la versión
anti-capitalista.

La
realidad de esta relación, sin embargo, según múltiples recuentos no obedece a
este planteamiento tan simple. Como afirmaba Karl Polanyi, aunque el sistema
económico se separó durante el siglo XIX del resto de esferas sociales, eso no
implicaba que los estados fueran independientes de los mercados. De hecho, las
relaciones entre mercados y estados aúnan cooperación y competencia. En el
fondo, la separación del sistema económico del resto de esferas sociales
solamente pudo hacerse con el apoyo entusiasta del estado. Como argumentan
convincentemente Patrick Iber y Mike Konczal a propósito de la obra de Polanyi:

“Los mercados y el comercio de mercancías son parte
de todas las sociedades humanas, pero para llegar a una sociedad de mercado en un sentido significativo (lo que algunos
simplemente llamarían capitalismo) estas mercancías ficticias tienen que estar
sujetas a un sistema más amplio y coherente de relaciones de mercado. Esto es
algo que solo se puede lograr mediante la coerción y la regulación del Estado.
Por ejemplo, las tierras, antes poseídas
en común por miembros de una comunidad, son parceladas y privatizadas, convirtiendo
la tierra en una mercancía”.

Sin la participación del estado, el sistema de mercado
no se habría podido desarrollar tal como lo conocemos hoy día. Por ese motivo,
considero que la postura anarco-capitalista es incoherente, pues olvida que,
aunque los mercados y el intercambio comercial han existido siempre, el sistema
de mercado, esto es, la primacía de los mercados a la hora de organizar las
relaciones económicas solamente apareció bajo el manto de un sistema estatal
ampliamente desarrollado. Por el mismo motivo, considero que la postura
anti-capitalista también yerra en su objetivo. ¿Por qué el estado ha de
eliminar un sistema creado por el mismo? ¿Qué se gana con la operación?
¿Conocemos un sistema mejor para organizar las relaciones económicas? El
estado, como entidad que ha contribuido a la creación del sistema capitalista,
debe implicarse en su gestión, de modo que se controlen sus elementos más
disfuncionales y se potencien sus virtudes. La idea es construir una economía
de mercado a nuestra medida, no permitiendo los excesos de un sistema que se
cree ajeno al resto de la sociedad cuando no es más que una de sus dimensiones.

Es cierto que sería posible construir un sistema
económico bajo unas premisas completamente diferentes, como plantean los
anticapitalistas. El problema es saber donde nos llevaría el intento. ¿Debemos
sacrificar los logros actuales en pos de una arcadia feliz? En todo caso, los
mapas para llegar a la misma en estos momentos brillan por su ausencia y los
del pasado generaron verdaderos monstruos antihumanos. Hay mucha crítica a los
desmanes del sistema capitalista –algunas de ellas, la verdad, justificadas–,
pero pocas ideas originales para solventarlos y muchos menos un empeño en
luchar políticamente por su consecución. Los objetivos maximalistas, como un
supuesto futuro sin capitalismo, esconden una parálisis política preocupante.

Lo cierto es que los logros históricos del
anti-capitalismo son magros. Los logros de la social-democracia en su intento
por construir un sistema de mercado acorde a los valores y principios
ilustrados son mayores. Esto no implica minusvalorar las posibilidades de
cambio, pero tal vez sea más sensato hacerlo desde la plataforma de lo que ya
funciona de un modo razonablemente exitoso.



Los enemigos del comercio (III)

Libros Posted on Sun, April 16, 2017 21:16

Hace un par de años realicé una
reseña crítica,
en este mismo blog, de los dos primeros volúmenes de la “investigación sin
precedentes en la bibliografía mundial” (eso al menos dice la publicidad en la
cubierta del volumen actual) que Antonio Escohotado viene realizando sobre las
ideologías críticas con el comercio y el libre mercado. Al finalizar la misma
decía: “Esperaré a leer la tercera parte, aunque no espero que el tono varíe
mucho”. Hoy, tras hacerlo, confirmo mis temores. La cosa no ha variado
demasiado. En este volumen sigue con su “historia moral de la propiedad”, pero
ahora desde “Lenin a nuestros días”.

El libro, como pasaba con los
anteriores, resulta muy irregular. Tiene partes que parecen más fruto del
interés personal del autor que de un plan lógico a la hora de desarrollar las
tesis sostenidas en la obra. Por ejemplo, durante algunas páginas discute si la
Wehrmacht durante la Segunda Guerra
Mundial era realmente nazi o fue sobornada por Hitler para conseguir su apoyo.
No veo, la verdad, que tiene que ver esto con la teoría sobre la propiedad y la
economía del régimen nacionalsocialista.

También dedica unas páginas al “Oro
de Moscú”, otro tema también bastante anecdótico para una “historia moral de la
propiedad”, y, en una nota a pie de página, nos dice comentando sobre el terror
chekista durante la Guerra Civil
española: “Un intento reciente de revivir aquellos horrores ofrece la llamada
Ley de Memora Histórica aprobada en 2007” (p. 232). Sin entrar en su valoración
sobre la parcialidad o no de dicha ley, y el olvido del “terror rojo”, lo que
sí parece claro es que es un tema alejado del foco del trabajo. El autor trata
de contar tantas cosas y tan dispersas que a veces no sabemos bien donde
andamos. Al menos eso me ocurre a mí, lo cual podría achacarse quizás a algún
problema de comprensión lectora por mi parte.

Pero sigamos. Escohotado no
resiste tampoco la tentación de incluir detalles personales de los principales
líderes de la Revolución Rusa. Sonroja un poco cuando incluye, también en una
nota a pie de página, un párrafo de una carta de índole sexual que Trotsky
envió a su esposa. Además, por “pudor” la deja en inglés, algo inédito en este
libro. Supongo que pensará que el lector medio del libro será incapaz de leerlo
en esta lengua. En todo caso, no es la única ocasión. Se abunda durante muchas
páginas en la vida personal de los revolucionarios: si amaban o no a sus
mujeres, si tenían una o varias amantes, si abandonaron a sus hijos o, algo
que parece inquietar al autor, en cómo se comportaron ante sus verdugos. Todo
lo cual no deja de ser entretenido, pero me pregunto cuál será la relación de
las prácticas sexuales de Trotsky con su concepción de la propiedad privada o
del comercio. Siempre he creído que las teorías sociales deben ponerse en su
contexto histórico y social, incluso que las biografías influyen en las mismas.
Pero el modo de hacerlo aquí no sé si es el más adecuado para obtener algún
tipo de conclusión significativa.

En lo demás, el libro depara
pocas sorpresas si se leyeron los anteriores. Las tesis de la Escuela Austriaca
aparecen por doquier sin apenas valoración crítica, se siguen citando y
comentado las entradas de Wikipedia y, cosa extraña para un profesor de
sociología durante tantos años en la Universidad Complutense de Madrid,
continúan sin aparecer los clásicos de la sociología histórica: Elias, Tilly,
Eisenstadt o, entre otros, Wallerstein. También sigue mostrando un
etnocentrismo sin complejos: “En culturas carentes de término para «libertad»,
hechas a castigar como sedición o apostasía la diferencia de pareceres” (p.
510). ¿De verdad hay culturas que no sepan lo que es la libertad? ¿Qué no
tengan un término o conjunto de términos para ella? Tal vez, pero habría que
demostrarlo. Escohotado lo da por supuesto sin siquiera aportar alguna
referencia de trabajos antropológicos en ese sentido.

La teleología de fondo es la
misma, desde los Rollos del Mar Muerto hasta la actualidad, pasando por su
época de mayor esplendor: el socialismo real de la URSS, existe una corriente
igualitarista ininterrumpida de odio hacia el comercio y la propiedad privada.
Frente a ella, el comercio, la competencia, la creación de riqueza por parte de
unidades económicas diseminadas en toda la sociedad es el único camino para
construir una sociedad decente, justa y pacífica.

Durante toda la obra se exponen
los argumentos de los “enemigos del comercio” utilizando fuentes originales
pero seleccionadas y rebatidas utilizando un número muy reducido de fuentes
críticas. Se parte de una idea preconcebida y se van colgando textos para
justificarla. No hay una verdadera contraposición de argumentos a favor y en
contra de cada una de las tesis. Por ejemplo, en el capítulo 23 se despacha a
Ernesto “Che” Guevara en pocas páginas presentándolo de un modo muy negativo. Quizá
lo merezca, no soy un experto ni mucho menos en su figura, pero el tratamiento
es muy deficiente. Un liberal convencido como Mario Vargas Llosa hace una lectura
mucho más ponderada. En su Diccionario
del amante de América
Latina (Barcelona, Paidós, 2006: pp. 184-191) incluye
una larga entrada sobre el mismo dividida en dos partes. La primera, escrita en
1968, es elogiosa, casi hagiográfica. La segunda, escrita más tarde con motivo
del aniversario de la muerte del Che, resulta más crítica. Aun así, en la misma
dice de él:

“El balance político y moral de lo que Ernesto
Guevara representó –y de la mitología que su figura, su gesta y sus ideas
generaron– es tremendamente negativo, y no debe sorprenderos la declinación
acelerada de su figura. Ahora bien, dicho todo esto, hay en su personalidad y
en su silueta histórica, como en la de Trotski, algo que siempre resulta
atractivo y respetable, no importa cuán hostil sea el juicio que nos merezca la
obra. ¿Se debe ello a que fue derrotado, a que murió en su ley, a la rectilínea
coherencia de su conducta política? Sin duda. Porque en todos los campos del
quehacer humano es difícil encontrar personas que digan lo que crean y hagan lo
que dicen, pero ello es, sobre todo, excepcionalmente raro en la vida política
donde la duplicidad y el cinismo son moneda corriente, indispensables
instrumentos del éxito y, a veces, de la mera supervivencia de los actores” (p.
189).

Cuando Karl Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos lo
hizo como una contribución al “esfuerzo de guerra”. El libro de Antonio
Escohotado también parece una contribución a ese esfuerzo. El problema es que
ahora no hay guerra. En este último volumen incluso a veces parece darse cuenta
del tono excesivo de muchas páginas. Cuando, por ejemplo, en el prólogo dice
que “el socialismo siempre fue democrático y cambiante, en contraste con lo
invariable y elitista del comunismo”, distinguiendo entre un socialismo
democrático y uno mesiánico; o cuando más adelante critica en una nota a Mises
por no distinguir entre socialismo y comunismo, se muestra mucho más matizado.
Es una lástima, al menos desde mi punto de vista, que el tono general no siga
esta tónica.

Y es una lástima porque la
crítica al comunismo, tanto en lo teórico como en sus realizaciones, está
fundamentada. Hay mucha verdad en considerarlo una religión política, lo cual
ayuda a comprender su persistencia pese a sus debilidades teóricas y a las
atrocidades prácticas a la cuales dio lugar. Pero cuando se ataca con una
teología invertida, esas críticas por justas que sean pueden conseguir el
efecto contrario al deseado. El libro se leerá, sobre todo porque está dentro
del circuito “Austriaco”, donde será citado y recomendado, pero temo tendrá
escaso impacto fuera del mismo. Desde mi punto de vista, Koba el Temible (reseñado también en este blog)
de Martin Amis narra mucho mejor la práctica política del comunismo soviético y
La casa de los encuentros, una novela
del mismo autor, muestra mucho mejor la vida cotidiana en el paraíso
socialista. En el primero hay un mayor esfuerzo por argumentar qué atrae de esa
ideología y qué lleva a justificar los desmanes en su nombre. Hay menos clase
magistral y más argumentación. Koba el
Temible
puede poner en duda la fe, Los
enemigos del comercio
la reforzará.

Termino diciendo que, pese a mis
críticas, no lo he pasado mal leyendo las más de 1800 páginas de Los enemigos del comercio. El profesor
Antonio Escohotado siguen teniendo dotes narrativas y es un pensador
heterodoxo, aunque en esta obra no pueda estar de acuerdo con él (al menos en
la forma).



Presentación libro: “El Tomelloso literario”

Vida académica Posted on Wed, April 12, 2017 19:07

Mi compañero y amigo Rubén J. Pérez Redondo presenta su libro: “El Tomelloso literario. Una
profecía autocumplida”, en la
Casa de la Cultura de Tomelloso el día 20 de abril a las 8 de la tarde. Espero que la presentación y la obra sean todo un éxito.



CIECI 2018

Vida académica Posted on Wed, February 22, 2017 18:11

Queridos amigos y amigas:

Estos últimos meses hemos estado
trabajando para montar el I Congreso Internacional de Estudios Culturales
Interdisciplinares
. Era un
antiguo deseo y aspiración. Es un placer presentarlo y espero que participéis
en el mismo, o al menos lo difundáis, si es de vuestro interés.

Un enorme abrazo.



De la ligereza

Libros Posted on Sat, February 18, 2017 12:21

Hace unos meses acudí a la
presentación que Gilles Lipovetsky hacía de su último libro De la ligereza (Anagrama, 2016) en una sala del
espacio cultural El Matadero en Madrid. Me enteré gracias a Ismael Cherif, buen
amigo desde hace años, que hacía de intérprete y me avisó del acto. Allí
encontré a un Lipovetsky en forma, que no aparenta sus 72 años. Es un buen
orador que expone ideas complejas con soltura sin aburrir al personal. Y es capaz de dar una lección de sociología,
entroncada en la tradición sociológica francesa, y filosofía sin suscitar el
rechazo del auditorio.

Lipovetsky continúa manteniendo
una visión ambivalente de la sociedad de consumo y el hiperindividualismo. Por
un lado, es consciente de sus limitaciones y constricciones y, por otro, de sus
potencialidades. Analiza la sociedad postmoderna bajo el epígrafe de “lo ligero”
(tan bueno como metáfora como el de “lo líquido”). Y continúa siendo, en líneas
generales, un “posmoderno optimista”, pues ve indudables signos positivos en el
mercado de consumo, la moda o el individualismo. “La revolución de lo ligero
hace más por consolidar las democracias liberales que por causar su ruina” (p.
312).

El planteamiento de Lipovetsky
sobre la ligereza y la alegría de vivir me parece más plausible que el
mantenido hace años por Michel Maffesoli en De
la orgía
(Ariel, 1996). Para él, la ruptura de la pesadez supone la
desaparición del individualismo y el resurgir de nuevas formas de sociabilidad.
“Actualmente hay una democratización o masificación de este hedonismo que no
hace sino traducir la anulación del individuo en un sujeto colectivo” (p. 9).
Tesis, por otra parte, que ya mantenía en su famoso El tiempo de las tribus. Quizá, no lo niego, aparezcan nuevas
agrupaciones en el mundo posmoderno (aunque tal vez sean, decía Stuart Hall,
simulacros institucionales que proporcionan identidad y seguridad pero sin las
constricciones de las instituciones tradicionales), pero me cuesta ver como
desaparece el individuo. Lo individual frente a lo institucional es el signo
del tiempo y en esto Lipovetsky, pienso, da en el clavo.

En todo caso, una de las cosas
que más me gusta de Lipovetsky es su capacidad de presentar las tendencias
contradictorias de la sociedad. Las sociedades actuales son suficientemente
complejas para albergar pautas culturales contradictorias. No son sociedades,
en modo alguno, unidimensionales. Pueden existir patrones culturales mayoritarios,
siempre contingentes y en evolución, pero dentro de conflictos axiológicos
constantes. Gilles Lipovetsky lo sabe y en sus libros, y este último también
continúa la tónica, es frecuente la referencia a estas aporías de la cultura
postmoderna.

No obstante, el objetivo final del
libro es remarcar los aspectos positivos de la sociedad hiperindividualista,
consumista, hedonista y de bienestar, en una palabra: ligera. Es una sociedad
aparentemente ligera, pero exigente para sus partícipes. Y, sin embargo,
Lipovetsky contempla con ojos amables estas sociedades. Pueden ser exigentes,
pero sin duda las sociedades pesadas lo eran mucho más. Un canto, sin duda, a
la integración.



Trump y la (pseudo)revuelta de las clases medias

Actualidad Posted on Sat, January 28, 2017 17:54

Cuando veo la televisión y
escucho argumentos sobre el triunfo del actual presidente estadounidense Donald
Trump utilizando términos como populismo, neo-fascismo o racismo, me suelo
quedar un poco perplejo. Porque, la verdad, creo que la gente no vota o deja de
votar a un individuo por ser alguna de esas cosas. Siempre he pensado que en
general votamos a personas con la intención de que resuelvan los problemas de
nuestras vidas. Luego, claro está, las promesas pueden o no cumplirse y las
soluciones propuestas pueden funcionar o fracasar estrepitosamente.

La pregunta sería, por tanto,
¿qué ha llevado a tantos estadounidenses a votar a un personaje como Donald
Trump? Y digo personaje, pues me recuerda al ya fallecido y castizo Jesús Gil y
Gil. La respuesta, creo, se encuentra en el modo de vida de las clases medias y
populares en la economía global. Intento explicar esto. Desde los años ochenta
del siglo pasado la economía mundial se interconectó y transformó la estructura
productiva del capitalismo global (un fenómeno, por otra parte, que venía de
lejos). Lo cual tuvo consecuencias en las relaciones laborales (relaciones
laborales post-fordistas) y, por tanto, en el modo de vida de las personas.
Estas transformaciones han beneficiado a algunas personas y han perjudicado a
otras. ¿Quiénes son los ganadores y perdedores dentro de las economías
avanzadas?

El economista Branko Milanovic,
especialista en desigualdad económica, ha popularizado la llamada “gráfica del
elefante”, con la cual trata de mostrar cuales han sido los ganadores y
perdedores de la economía globalizada. En la misma, se muestra que los menores
crecimientos se han producido entre las clases medias de los países ricos. Los
ganadores en esta economía global serían las clases medias de los países en
desarrollo y los más ricos.

Por tanto, en una economía
desarrollada como la estadounidense, los ganadores serían las elites con
mayores rentas y los perdedores las clases medias y populares. Todas las
estadísticas muestran, en efecto, que en Estados Unidos la diferencias entre
los ricos y el resto de la población han aumentado muchísimo en este periodo. Como
afirmaba Tony Judt en Algo va mal:

“Las consecuencias están claras.
La movilidad intergeneracional se ha interrumpido: al contrario que sus padres
y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas
expectativas de mejorar las condiciones en las que nacieron. Los pobres siguen
siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala
salud, oportunidades educacionales perdidas y –cada vez más– los síntomas
habituales de la depresión: alcoholismo, obesidad, juego y delitos menores” (Madrid,
Taurus, 2011: 28).

Se podría argumentar, con razón,
el valor positivo de la globalización en un cómputo general. Es verdad que las
clases medias de la India o China han mejorado, pero esto resulta de escaso
consuelo para un trabajador estadounidense que ve disminuir su nivel de vida. Y
Trump entra aquí con una retórica nacionalista y proteccionista. Ofreciendo
soluciones, sean estas reales o no, frente a la rica élite globalista (de la cual,
sin duda, forma parte).

Todo esto no es nuevo. En el
pasado ya ocurrió algo parecido. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX
existió un periodo de alta interconexión económica mundial, la llamada primera
globalización. Las Guerras Mundiales terminaron con este periodo de
globalización. Karl Polanyi en 1944 publicó La
gran transformación
, donde explicaba que el sistema de libre comercio
propio de la primera globalización producía graves dislocaciones sociales.
Había grupos beneficiados y otros claramente perjudicados. Estos últimos
intentaban “auto-protegerse”. Los movimientos políticos y las guerras
mundiales, entendía Polanyi, eran consecuencia en buena medida de ese intento
de las sociedades de protegerse frente a los cambios producidos por esa
globalización. La retórica nacionalista y xenófoba escondía intereses de clase
frente a una economía global altamente interconectada.

Con esto, obviamente no pretendo
equiparar ambas situaciones (la historia, temo, no se repite ni al modo de una
comedia, cada situación es única). Solamente afirmo que una economía altamente
globalizada, aunque sea beneficiosa para el conjunto de la población, genera
ganadores y perdedores en el nivel local. Y los perdedores pueden producir graves
distorsiones sociales. Una de las causas del triunfo de Trump, entre otras sin
duda, es la situación de las clases medias y populares estadounidenses en una
economía global altamente interconectada.

Un asunto diferente, sobre el cual
aún tengo dudas, es hasta donde llegará Trump. ¿Será capaz de modificar el
statu quo económico mundial o se quedará en la parte más visible de sus
promesas (el “muro” y demás)? Sin estar seguro, temo que producirá sufrimiento
entre los más vulnerables y apenas inquietará a las elites globales. Su
gabinete económico proviene mayoritariamente de la industria financiera de Wall
Street. No los veo tirando piedras contra su propio tejado.



Un pie en el río

Libros Posted on Mon, January 09, 2017 17:22

Vuelvo al Blog, tras un tiempo
sin apenas escribir nada. Algunos proyectos profesionales me han quitado el
tiempo necesario para hacerlo, pero he seguido leyendo y ahora intentaré seguir
comentando esas lecturas. Me ha gustado Un
pie en el río. Sobre el cambio y los límites de la evolución
(Turner, 2016 –ed.
Orig. 2015), del historiador británico Felipe Fernández-Armesto.

Como sociólogo disfruto mucho
leyendo a los historiadores británicos y estadounidenses, ya que, por lo
general, son buenos conocedores de los desarrollos recientes en las ciencias
sociales. Entienden la historia como una ciencia social o, al menos, como una
disciplina que precisa del resto de las ciencias sociales para poder avanzar.
En nuestro país desgraciadamente no es así. Y luego se nota, y mucho, en los
libros de una buena parte de los historiadores patrios. La culpa la tienen, creo, los
planes de estudio de la disciplina. Valga como ejemplo el caso de la titulación
de historia en mi universidad. Los estudiantes no cursan ninguna asignatura de
ciencias sociales: sociología, ciencia política, economía, antropología o
demografía simplemente no aparecen en el itinerario formativo. Ni hablar de
ecología o, vade retro, algo de estadística.
Todas, soy consciente, no tienen cabida en un plan de estudios de historia,
pero alguna estaría bien. En fin, por desgracia los intereses de cátedra se
anteponen a los científicos.

A grandes rasgos, en este ensayo
Fernández-Armesto trata de mostrar su visión del cambio cultural, para él el
objeto de la historia. Combate las visiones tradicionales del cambio:
providencia, decadencia, progreso o circularidades de todo tipo. Pero sobre
todo trata de desacreditar el evolucionismo cultural. Trata de luchar contra
toda teleología y mostrar como el cambio histórico se debe en muchas ocasiones
a causas azarosas y que no está escrito en ningún lugar que las sociedades
deban evolucionar a mejor o simplemente evolucionar a entidades más complejas.
De hecho, cree que las culturas más simples y estables son las más permanentes
en el tiempo y que, en consecuencia, son las mejor adaptadas a su medio. Y, al
contrario, las culturas más complejas han generado desarrollos que han
conducido en no pocas ocasiones a su desaparición. En sus propias palabras:

“Para que la cultura siga un
modelo evolutivo, las diferentes culturas deben seguir este mismo patrón de
adaptación, transmitiendo comportamientos innovadores que ayuden a la tarea
suprema, esto es, a la supervivencia de las sociedades. Sin embargo, eso no es
lo que hacen las criaturas culturales. Al contrario, si algo hemos aprendido
del estudio de la historia es que estamos en medio de un camino de locos
rodeados de ruinas” (p. 183).

La cultura, insiste, además no
funciona mediante la replicación de elementos culturales, sino a través de su
reproducción. Es decir, las ideas han de ser hechas suyas por los hombres y
mujeres que las heredan y en esto no pueden establecerse analogías con la
evolución biológica. Sin embargo, no rechaza los vínculos evolutivos de la
cultura, pero si reducir la dinámica cultural a sus elementos evolutivos.

Una cosa que me ha sorprendido
son los paralelismos con la visión de fondo que planteaba en mi Sociología de la cultura. Una breve
introducción
(Universitas, 2011). A uno le agrada saber que coincide con
figuras de la talla de Fernández-Armesto.



Jornadas internacionales: De cuerpos y emociones

Vida académica Posted on Thu, November 03, 2016 15:12

Jornadas internacionales: “De cuerpos y emociones: diálogos en torno a las sensibilidades”, en las cuales participo. Estáis todos invitados.



Ricos y pobres

Libros Posted on Thu, November 03, 2016 09:39

El recentísimo libro de Julio
Carabaña Ricos y pobres. La desigualdad
económica en España
(Catarata, 2016) se suma al vivo debate sobre la
desigualdad, en este caso en nuestro país. La tesis fundamental de la obra aparece
destacada en la misma portada del ensayo: “Si también se creyó lo de la
desigualdad, lea este libro”. Se trata, por tanto, de un ensayo crítico con la
idea de que la desigualdad está aumentando en nuestro país como consecuencia de
la última gran crisis económica. Se sostiene, al contrario, que la desigualdad
de rentas en 2013, punto álgido de la crisis económica, era igual que en los
años noventa, que esta no tiene correlación con los ciclos económicos y que es
mayor que la media de la UE-15 (aunque a menos distancia si se compara solo con
los grandes países de Europa).

La desigualdad es un tema
sensible socialmente y, por tanto, objeto de polémicas mediáticas y políticas.
Sobre todo porque existe un cierto consenso sobre el aumento de la desigualdad
en España como consecuencia de la última gran crisis. El libro de Carabaña
viene a poner en cuestión esta creencia. En esto he de decir que efectivamente
los medios de comunicación tal vez hayan venido a amplificar la dimensión real
del aumento de la desigualdad y de la pobreza. Recuerdo que hace unos años
recibimos en el departamento a un par de profesoras brasileñas. Realizaron una
estancia de investigación de un curso académico con nosotros. Los primeros días
nos comentaron sorprendidas lo bien que habían visto el país. Pensaban, pues
así lo venían en la televisión de su país, encontrar un país sumido en la
pobreza, con gente sin nada para comer pidiendo por las calles. Por otro lado,
también es cierto que estos años he visto escenas olvidadas: por ejemplo, en mi
antiguo barrio he llegado a ver familias esperando el cierre de un supermercado
para recoger la fruta destinada a la basura. La situación, por tanto, es ambigua
y este libro es un buen intento de delimitarla.

El libro comienza estableciendo
que el foco de interés es la renta y no el consumo o la riqueza. De hecho, cree
Julio Carabaña que la riqueza solamente tiene importancia en función de la
renta generada. Además, la riqueza solo es una parte menor de las rentas
totales. En esto se separa del trabajo de Piketty, pues este considera central
analizar la ratio capital-renta y, en todo caso, Carabaña no cuantifica que
parte de la renta disponible proviene del trabajo y cual lo hace de las
diferentes formas de capital (y mucho menos analiza las diferencias entre los
diferentes niveles de renta).

En el primer capítulo presenta de
un modo pormenorizado las principales medidas de la desigualdad de renta en
nuestro país desde los años 90 hasta nuestros días. Para ello describe las
principales fuente estadísticas disponibles, elaboradas por el INE, y analiza
sus virtudes y también sus lagunas. Al analizar las “decilas” y los índices donde
se resumen encuentra que el índice de Gini tiende a ser menos extremo que las
ratios s90/s10 o s80/s20. Y aunque utiliza todos, tiende a centrase sobre todo
en el análisis del índice de Gini tanto en su evolución histórica en España
como en la comparativa con la Unión
Europea. La principal idea del capítulo es que los datos no permiten hacer
afirmaciones altisonantes sobre el aumento de la desigualdad en España, más
bien hablaría de un ligero aumento de la misma durante la crisis no muy alejado
de los índices habituales durante los años 90 del pasado siglo. Lo que sí
parece ser cierto es que el aumento de la desigualdad durante la crisis de
debió sobre todo a la pérdida de rentas de los más pobres, pero no al
enriquecimiento de los ricos. Estos últimos han perdido muy poca renta. Más
bien se podría hablar de un estancamiento.

En el segundo capítulo analiza la
relación entre pobreza y desigualdad a través de las clases de renta. En líneas
generales, la crisis ha afectado a todas las clases de renta, pero sobre todo a
los pobres. La variación de la desigualdad, sostiene, se deben sobre todo al
aumento de la pobreza. El aumento de los pobres proviene sobre todo de las
clases medias, no de los ricos.

Analizar la eficacia de las
políticas públicas en la reducción de la desigualdad es el objetivo del tercer
capítulo. La desigualdad, sostiene, se puede reducir por dos vías: el mercado,
básicamente la creación de empleo, y las políticas distributivas, es decir,
impuestos y trasferencias de unos grupos de renta a otros. Según Carabaña el
mercado reduce la pobreza, pero no la desigualdad, pues aumenta la renta
disponible pero suele hacerlo para todos los grupos de renta. Solamente si se
produjera un crecimiento más alto en los grupos de renta más pobres disminuiría
la desigualdad, pero esto no es lo habitual. La desigualdad si se reduce a
través de las políticas distributivas: impuestos progresivos y trasferencias de
los grupos de renta alto a los bajos. Otro asunto es si reducir la desigualdad
es un objetivo deseable para las políticas públicas: está claro el efecto
negativo de la pobreza, pero se discute si la eliminación de la desigualdad es
deseable o si cierto grado de desigualdad es positiva (y en este caso cuál es
el óptimo). Como afirma Carabaña: “Hay poco peligro en dar por supuesto que la
pobreza es mala, pero se corren graves riesgos cuando se hace lo mismo con la
desigualdad” (p. 175).

En el último capítulo describe
las desigualdades en función de ciertas categorías de población. Separa a los
inmigrantes de los nativos y analiza de estos últimos su tipo de actividad. En
líneas generales, sostiene, los trabajadores por cuenta ajena no han aumentado
la desigualdad. El aumento proviene de los inmigrantes, los parados y los
trabajadores por cuenta propia (aunque entre estos últimos existen
dudas sobre la fiabilidad de las encuestas). Si se elimina a los trabajadores
por cuenta propia, al final el moderado aumento de la desigualdad estaría producido
por los inmigrantes y los parados. La fuente de la desigualdad, además, se encontraría
en el mercado, no en las rentas provenientes del estado. Estas últimas se
mantendrían.

Personalmente solo conozco otro
informe que mantiene una postura similar. Ignacio Moncada y Juan Ramón Rallo planteaban
tesis parecidas desde el Instituto Juan de Mariana. Ellos, sin embargo, tratan
de abarcar tanto la desigualdad de renta, como la de consumo y riqueza,
mientras que Carabaña se centra solamente en la de renta. Su conclusión era la
siguiente: “España es uno de los países de Europa con menor desigualdad
en la riqueza y en el consumo; además, es un país con una desigualdad de la
renta interme­dia en el contexto europeo si tenemos en cuenta el valor de los
alquileres imputados y la movilidad social” (La desigualdad en España, p. 8).

El libro de Julio Carabaña
muestra, por lo tanto, una visión alternativa a otros científicos sociales. Lo
hace además con una gran profusión de datos y tablas. De hecho, el libro se
encuentra en ciertos pasajes más próximos a un artículo científico que a un
ensayo. Los sociólogos, politólogos y demás fauna de las ciencias sociales lo
encontrarán interesante, pero tal vez el lector no especialista se desespera y
lo abandone. Los análisis complejos adolecen de este problema, pero son
necesarios para entender nuestra realidad. Nadie dijo que comprender la
realidad social fuese sencillo. En todo caso, el libro dará mucho juego al
debate entre especialistas.



methaodos.rcs 4 (2)

methaodos.org Posted on Wed, November 02, 2016 12:12

Acaba de salir el nuevo número de methaodos.rcs (vol. 4, nº 2, 2016). Espero que os guste, pues incluye artículos de gran calidad.



Los enemigos íntimos de la democracia

Libros Posted on Mon, October 24, 2016 16:56

Desde que leí La conquista de América (Ed. Orig. 1982),
Tzvetan Todorov me ha parecido un grandísimo intelectual. Sin embargo, hace un
tiempo me hice con La experiencia
totalitaria
(2010) y me defraudó un tanto. Era un libro sin ritmo y falto
de chispa. He leído ahora Los enemigos
íntimos de la democracia
(2012) y
me reencuentro con el mejor Todorov. En este ensayo presenta una serie de
argumentos polémicos, pero hilados con soltura y buen hacer sobre los actuales
rivales del sistema democrático. Aunque en algunos extremos pueda estar en
contra de la posición del autor, admiro la elegancia con la cual presenta sus
ideas. No solo es un gran pensador, también es un gran escritor.

Para Todorov existen tres grandes
enemigos del sistema democrático, que socavan los pilares en los cuales se
asienta, a saber, el progreso, la libertad y el pueblo. La democracia, afirma,
se basaría en la idea de progreso. Aceptando la imperfección de nuestro mundo,
no se resigna al dictado de la tradición y busca mejorar la situación de los
ciudadanos. También en la libertad, pues establece límites a la acción del
estado: la libertad individual debe ser protegida por el sistema democrático. Y
trata, así mismo, de representar al pueblo, pero estableciendo un principio
pluralista que evite mediante leyes la tiranía de las mayorías sobre los grupos
minoritarios. El problema se plantearía cuando uno de estos pilares, en un
equilibrio inestable con los demás, se desmanda. De hecho, la desmesura (o hybris) sería el mayor enemigo de la
democracia.

En primer lugar, el mesianismo
supone una desmesura de la idea de progreso. Los principios de la democracia
serían subvertidos para conseguir un mayor progreso social, económico y
político. Con esa excusa funcionaron los regímenes coloniales, el comunismo y,
dice Todorov, la idea de “imponer la democracia con bombas”. En segundo lugar,
el neoliberalismo sería la desmesura de la idea de libertad. En este caso, con
la excusa de defender la libertad individual, se ataca cualquier proyecto
político destinado a conseguir un bien de interés general. Sería el mal opuesto
al mesianismo. Y, en tercer lugar, el populismo plantearía el reto de presentar
soluciones sencillas, pero de imposible cumplimiento, aprovechando las
carencias formativas e informativas del pueblo. Piensa sobre todo en los
populismos xenófobos que socaban el pluralismo, al culpar de los males sociales
y económicos a algunas minorías. Sería la desmesura de la idea de pueblo,
transformado en populacho.

Estos problemas comparten un
rasgo común: son internos al funcionamiento de la democracia. No parte de una
amenaza externa, sino de un enemigo propio. “La democracia está enferma de
desmesura, la libertad pasa a ser tiranía, el pueblo se transforma en masa
manipulable, y el deseo de defender el progreso se convierte en espíritu de
cruzada” (p. 186). La solución a estos males no estaría en la revolución
política ni en avances tecnológicos, sino “en una evolución de la mentalidad
que permitiera recuperar el sentido del proyecto democrático y equilibrar mejor
sus grandes principios: poder del pueblo, fe en el progreso, libertades
individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo
humano” (p. 190).



Algunos chilenismos

Viajes Posted on Tue, October 18, 2016 13:26

No me resisto a incluir algunos chilenismos. Son aquellos que me resultaron curiosos. Espero no haber metido la pata con ninguno.

“A lo pobre” (ternera, pollo, etc.): Carne con huevos, cebolla frita, patatas y arroz.

“Al tiro”: De inmediato, de golpe. Al lado, junto.

Bajativo: Licor para después de comer.

Barros Luco: Sándwich de ternera y queso (toma su nombre de un antiguo presidente).

Buena onda: Buen rollo, amigable.

Cabro/a: Joven, inexperto.

Cachar (ais): Entender (eis). (Aquí afirman que es un anglicismo, que proviene del
inglés “To Cach”, aunque tengo mis dudas pues en la jerga de mi pueblo cachar
es hablar mucho).

Carretear: Ir de fiesta, “de marcha”.

Casino: Además del local de juego, hace referencia al edificio de restauración de
un edificio.

Chana: Choni, mujer jóven de clase obrera urbana con malos modales.

Chanta: Poco creible, de mala calidad.

Colectivo: Taxi con una ruta fija.

“Con recompra”: Pago con tarjeta (se puede aplazar el pago, “recompra con cuotas”).

Coños: Españoles (despectivo).

Cuecas: Baile regional.

Cuicos: Antiguamente extranjeros bolivianos o peruanos, hoy miembros de la clase
alta (similar al pijo/a).

Culear: Follar.

Curtido: Borracho.

Empanada “de pino”: Empanada de carne.

Flaite: Quinqui, jóvenes de clase obrera, malos modales y pequeña criminalidad.

Frica: Pan de hamburguesa.

Gallo/a: Hombre/Mujer.

Gringos: Extranjeros europeos o estadounidenses (despectivo).

Guagua: Bebé.

Harto: Bastante, de sobra.

Huicos: Campesinos (p.e. traje huicos), folclórico.

Lucas: Pesos, coloquial.

Machucársela: Aguantar con un trabajo duro y cansino.

Micro: Microbús.

Mina: Mujer.

Pacos: Carabineros (policía).

Paro: Huelga.

Pebre: Salsa de tomate, cebolla, cilantro y ají. (Por extensión, estoy “hecho
pebre”, estoy destrozado).

Pega (la): Trabajo.

Pico: Polla, verga.

Pitcher: Jarra cerveza.

Pololo/a: novio/a.

Porotos: Judías, habas.

Pucha: Desagradable o malo.

Rotos: Antiguamente proletariado urbano, en la actualidad bruto, basto
(despectivo).

Schop: Jarra de cerveza.

Taco: Atasco.

Vienesa: Salchicha.



Adenda

Viajes Posted on Tue, October 18, 2016 13:11

Como comenté en el primer post del blog, llegué a Chile en agosto de
2011 con la intención de dar clases en una importante universidad del país,
pero los estudiantes decidieron ponerse en huelga. A resultas de lo cual me
encontré de repente sólo, sin poder realizar el trabajo que tenía pensado hacer
y con mucho tiempo libre. Cuando acudía
la universidad descubrí que el profesorado, en líneas generales,
aprovechaba la huelga para otros quehaceres. Vamos, que los despachos estaban
tan vacíos como las aulas. Ante mi desazón Arelis, la secretaria administrativa
de la facultad, me aconsejó: “váyase a pasear por el país”. Y, tras dudarlo
apenas un momento, me dirigí a los soportales de la Plaza de Armas y me compré
una mochila y, en el barrio de Providencia, un par de botas de montaña.

Pude hacer el viaje gracias a una beca de investigación que me
concedió la Fundación Caja Madrid. La ceremonia de entrega de becas, a la que
era obligatorio asistir, estaba presidida por el ahora tristemente famoso
Rodrigo Rato. Creo recordar que también andaba por allí Rafael Spottorno. El
objetivo de las mismas era, primariamente, fomentar la “internacionalización”
del profesorado de las universidades públicas de la Comunidad de Madrid. Es
decir, tratar de evitar el parroquianismo, un mal habitual en nuestra
universidad.

En mi caso, decidí concursar, porque siempre he tenido un gusanillo
viajero, que parece acrecentarse con el tiempo. La idea de investigar o enseñar
fuera no era lo más atractivo, lo importante era dar rienda suelta a mis deseos
de conocer nuevas tierras y nuevas personas. Además, por una vez conseguí una
ayuda bien dotada económicamente, lo que me permitió dejar a mi familia bien
atendida en ese aspecto y tener un capital para moverme libremente por el país.

¿Por qué Chile? La verdad es que no hay una respuesta clara. Apenas
sabía nada del país antes de partir. Simplemente tenía un contacto allí, el
profesor Jorge Larraín, al que había escrito durante la realización de la tesis
y al que había invitado a escribir en el libro sobre globalización que publiqué
conjuntamente con Octavio Uña y Jaime Hormigos. Gracias a él, obtuve una
invitación para realizar una estancia de cuatro meses en la Universidad Alberto
Hurtado. En realidad, podría haber ido más tiempo, un año, pero la universidad
ya daba las primeras señales precrisis y no me pareció lo más sensato y si le
hubiese dicho a mi esposa que la dejaba con los niños un curso completo pues no
sé lo que hubiese pasado.

Echando la vista atrás, creo que en lo personal gané mucho con la
experiencia, pero no en lo académico. Hice algunos contactos, firmé un convenio
entre ambas instituciones, escribí algunos artículos, finalicé un libro y abrí
una línea de investigación sobre turismo mochilero (que ha resultado más
interesante de lo que pude imaginar en un principio), pero no fue un viaje que
supusiera un giro en mi carrera académica. Eso sí, gané mundo, y en cierto
sentido me “internacionalicé” de nuevo, pues desde que viví en el Reino Unido
no había vuelto a hacerlo fuera de España. Además, volví a ver las cosas con
otro prisma, más abierto y valiente, menos centrado en las pequeñeces que tejen
la vida diaria.

En estas entradas he intentado ser preciso, contrastar los datos y no
errar demasiado en las apreciaciones. Pero estas notas son, dada su naturaleza,
inevitablemente subjetivas. Es mi visión de Chile. Nada más. Algunas
afirmaciones serán controvertidas, otras simplemente erróneas. No conozco el
país mejor que sus habitantes. Tampoco lo pretendo. He reflejado sin más mi
experiencia, lo que he visto, leído, escuchado y aprendido en estas tierras. Por
otro lado, muchas cosas han quedado en el tintero (en el teclado, más bien).
Pero así debe ser.



A modo de conclusión

Viajes Posted on Tue, October 18, 2016 13:09

“Chile, fértil provincia y señalada
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa:
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.”

Alonso de Ercilla, La
Araucana
.

La historia de Chile es una historia de
lucha por el territorio. Los mapuche lucharon contra los incas, primero, y
contra los españoles después (a los que llamaban huincas). La primera incursión
la hizo Diego de Almagro y fue bastante infructuosa. Posteriormente, Pedro de
Valdivia con muchos menos recursos se asentó en el país y fundó buena parte de
las ciudades que todavía hoy aparecen en el mapa.

Isabel Allende narra en una novela Inés del Alma mía los avatares de la
conquista, personalizándola en Inés Suárez, amante de Pedro de Valdivia. Con
buen ritmo y sin aburrir en ningún momento nos acerca a la historia. Lo más
sorprendente es que muchas de las situaciones descritas son plenamente novelescas,
en el peor sentido, pero también ciertas. La conquista (aunque pueda ser un
término tachado de imperialista, creo que aun es el mejor para describir una
situación en que un pueblo mediante una acción militar se adueña de la tierra
de otro) fue, como todas, atroz. Los conquistadores eran igual de valientes que
de crueles y despiadados.

No me resulta posible valorar Chile de modo
conjunto de un modo claro. Mario Vargas Llosa en su Diccionario del amante de América Latina (Barcelona, Paidós, 2006)
lo describía como uno de los países más avanzados económica y socialmente del
continente. Las recetas económicas neoliberales han hecho de Chile, afirmaba,
una de las economías punteras. Existían, sin embargo, contradicciones, pues las
zonas rurales aún vivían atrasadas respecto a las urbanas. Esto lo puedo
corroborar, porque cuando se sale de los aceros y neones santiaguinos o de las
pulcras zonas residenciales de Viña del Mar, uno encuentra un Chile más
pedestre donde la gente tiene problemas para llevar un plato de comida todos
los días a la mesa (visitamos a una familia en Curacaví, una población a unos
50 kilómetros de Santiago, que nos invitó a comer en su casa y allí nos
comentaron que la pasta y el arroz hacían pasar mejor la semana cuando no había
otra cosa para comer).

Pero quizá lo que más desazón le producía a Vargas
Llosa era el origen de esa prosperidad. Consideraba que la dictadura era
anómala, pues en general estas tienden a generar sistemas estatales fuertes y
voluminosos. Sin embargo, en Chile había producido un Estado fuerte pero
pequeño y eficaz, del gusto liberal. La causa de esta anomalía no aparece clara
en su escrito. En este blog he ido recogiendo algunos aspectos de la economía
chilena. Creo que tiene grandes potencialidades, pero también graves carencias.
Sigue siendo una economía extractiva basada en la explotación de los recursos
naturales a la que se ha superpuesto un pujante sector servicios. En la región
de La Araucanía, por ejemplo, todavía existen conflictos por la apropiación del
territorio de los mapuches, ahora en forma de grandes proyectos
hidroeléctricos. Sin embago, hay poca
creación y generación de valor. Ese es su principal hándicap.

Lo peor del desarrollo económico chileno no se
encuentra en las grandes cifras. Vargas Llosa decía que tras el jarabe liberal,
amargo y difícil de tragar, ya se veían los frutos del desarrollo económico.
Puede ser cierto, pero solo para una parte de la población. El grueso de la
misma recibe un escaso salario por su trabajo con el que han de costear todos
los aspectos de su vida, ya que el Estado poco les da (la sanidad y la
educación son privadas en su mayor parte). La desigualdad es muy acusada. Aún
recuerdo como una de las primeras veces que compraba en un supermercado cerca
de mi apartamento en Santiago, la cajera me ofreció pagar “con cuotas” un par
que paquetes de galletas y un litro de leche. Le contesté que no, sin saber muy
bien a qué se refería. Luego me enteré de que es habitual que la gente con
menos ingresos pague a plazos la compra diaria. La bonanza económica chilena
esconde estas cosas: los trabajadores han de financiar las compras diarias para
ir tirando. Los bancos, es de suponer, les cobrarán un magnífico 24% al ser una
compra a crédito con una tarjeta.

Chile es un país paradójico: quizá el más aislado
de América Latina y, al tiempo, el más inmerso en el mundo global. Esto produce
que la identidad chilena sea contradictoria. Según el sociólogo Jorge Larraín,
la identidad chilena actual se estructura en torno a una serie de rasgos:
clientelismo, tradicionalismo y sociedad civil débil; despolitización,
revalorización de la democracia formal y de los derechos humanos;
autoritarismo, machismo, legalismo y racismo oculto; fatalismo y solidaridad
entre las clases excluidas; religiosidad; mediatización de la cultura y
eclecticismo; consumismo, ostentación y fascinación con lo extranjero; y un
cierto malestar en la cultura. Este conjunto de rasgos muestra, desde mi punto
de vista, un país en el que coexisten tendencias modernas y premodernas, con
una marcada inclinación hacia los valores de la cultura capitalista.

Lo cual no evita que lo religioso siga siendo
importante para una parte de la misma. Cuando visité el Campus de San Joaquín,
de la Universidad Católica, pude comprobar el amplio seguimiento que tenían los
servicios religiosos entre los alumnos de la institución. Mientras, los locales
de ocio nocturno santiaguinos se
encuentran llenos de jóvenes haciendo música y buscando nuevas formas de
expresividad.

Los valores religiosos también continúan teniendo
peso. En las Termas de Puritama, cerca de San Pedro de Atacama, vi a muchas
jóvenes que se bañaban con una camiseta sobre el bañador. La exhibición del
cuerpo continúa siendo vista como impúdica en algunos ambientes. Y, por
contraste, en Santiago me entregaron en la calle panfletos con publicidad de
hoteles por horas para parejas y todavía se pueden ver Cines X. Una sociedad en
transición, sin duda, también en lo cultural, desde valores tradicionales y
católicos a valores modernos (o post-) y seculares.

En todo caso, no creo que se pueda dar una imagen
cerrada del país. Todas las sociedades complejas viven presas de los matices y
las variaciones. Una sociedad vibrante. He escrito mucho del país, pero lo
mejor sin duda de Chile son los chilenos. A decir verdad, en los meses que
estuve allí no me sentí nunca maltratado. Tal vez los primeros día un poco solo,
pero no rechazado. Al contrario, cuando conocía gente siempre me sentía bien
tratado y acogido. Y puedo decir que hice amistades. En especial, he de
recordar a Juanjo, con el que sigo teniendo contacto (las tecnología favorecen
mucho esto). Nos conocimos en la barra de un bar –las costumbre españolas son
difíciles de perder– y a partir de ahí compartimos muchos y buenos ratos
juntos. También a Marcelo o a Alejandro, por mencionar a aquellos con los que
tuve más trato. Sin ellos, mi viaje no hubiese sido lo que fue.



Carreteando

Viajes Posted on Tue, October 18, 2016 12:59

Chile, sobre todo Santiago, es un
sitio estupendo para carretear, es decir, para salir de fiesta. La vida
nocturna es muy animada y la juventud tiene ganas de fiesta. Es verdad que los
chilenos son serios, discretos y en muchos sentidos familiares, pero también
les gusta salir a divertirse. Los restaurantes y bares de copas en Santiago
suelen estar muy concurridos incluso los días centrales de la semana. El
domingo, sin embargo, es un desierto. Es el día para la familia, por lo que es
mejor no hacer muchos planes.

Bellavista es el barrio más
famoso para ir de carrete, aunque en Providencia, Centro, Vitacura, Brasil o
las Condes también hay zonas animadas. La fiesta, como en España, comienza tarde,
a eso de las once de la noche y se extiende hasta las tres o cuatro de la
madrugada. Es posible, no obstante, extender la noche si se acude a algún after o discoteca. Si a eso le añades
que Santiago suele ser punto en el que actúan las mejores bandas
internacionales de pop y rock, la cosa pinta muy bien en lo de divertirse.

Una cosa interesante de Santiago
es la gran profusión de pequeños grupos musicales. Es, por tanto, frecuente
encontrar locales donde se toca música en directo. En los locales se pueden
escuchar todos los estilos de música y no suele haber graves problemas de
seguridad. Como es natural, siempre puede estallar alguna pelea, pero la noche
es tranquila y en líneas generales no hay mayor problema en salir por ahí y
tomar unos tragos.

También he de decir que yo salía de
fiesta, pero no tanto como cabría imaginar. La edad no perdona y si uno quiere
visitar el país de día no puede dedicarse a festejar sin pausa durante la
noche. Además, ya no soy tan joven y en ciertos ambientes tampoco me sentía
demasiado a gusto. Pero no lo voy a negar, disfruté la noche santiaguina.



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