Punta
Arenas es una ciudad situada sobre el Estrecho de Magallanes, vamos en el fin
el mundo, y sin embargo es una ciudad
respetable, con una adecuada planificación y una población notable. Alejandro
Pelfini, compañero y buen sociólogo en la Universidad Alberto Hurtado, me dijo
que a él le había sorprendido, pues es una ciudad en un lugar donde uno no
espera encontrar nada. Hago mías sus palabras. Es una verdadera ciudad rodeada
de páramos semidesérticos y tiene cierto encanto.

Pasamos
allí un par de días. Tras recorrer la mayor parte de los hoteles de la ciudad,
nos alojamos en el de mayor categoría pues nos hicieron descuento. Es curioso,
pero en Chile era posible negociar un descuento hasta en los mejores
establecimientos hoteleros. Siempre había un cierto margen de maniobra. Era una
de las ventajas de moverse en un país donde hay una buena oferta de alojamientos
y los turistas no son tan abundantes como en otros lugares.

Recorrimos
la plaza de armas, rodeada de buenos edificios entre los que se encuentra la
Casa de España. En el centro de la misma una estatua dedicada, como no podía
ser de otra forma a Hernando de Magallanes. Visitamos también el casino de
Punta Arenas, un edificio moderno y de no demasiado buen gusto. Desde su planta
superior, donde hay un café, se tienen unas estupendas vistas de la ciudad y
del estrecho. Por la noche, terminamos en un “bailable” que nos habían
recomendado dos chicas por la calle en el cual éramos los únicos extranjeros. Había
buen ambiente y muchos puntarenenses con ganas de divertirse.


La
verdad es que toda la ciudad pivota en torno al Estrecho de Magallanes. Es,
pese a no ser nada más que una lengua de mar entre dos tierra, uno de los
atractivos de la ciudad. Anduvimos varios kilómetros paralelos al estrecho para
visitar una réplica de la Nao Victoria. El barco nos gustó, aunque esté
decorado con unos “muñecos” a modo de navegantes de pésimo gusto y factura. Uno
puede imaginarse lo que debió ser la convivencia de sus 42 tripulantes durante
tres años.

También
contaban con una réplica del bote James Caird con el cual Shackleton y sus
compañeros recorriendo 1.500 kilómetros en busca de ayuda y salvación. Si la
Nao Victoria sobrecoge, el caso de este bote aún más pues en comparación es
minúsculo. No sé cómo pudieron sobrevivir a las tormentas y las olas del Atlántico
sur en semejante embarcación.

Como curiosidad, en diversos puntos del
estrecho quedan restos de las pasarelas de madera a través de las cuales se
embarcaban miles de ovejas en el pasado con destino a los países más ricos.
Esta industria ha sido básica para la región, origen de fortunas y sigue siendo
la base de la economía local, como pudimos comprobar después al movernos por un
terreno enorme poblado únicamente por millones de ovejas.