Tras ese par de días en Punta Arenas,
subimos a un autobús dirección a Puerto Natales y las Torres del Paine. Puerto
Natales se encuentra a unos 250 kilómetros en dirección norte. Fue un trayecto
largo y aburrido recorriendo la árida Patagonia chilena. Carlos se durmió
enseguida y no se despertó casi hasta el fin del trayecto. Al levantar la
cabeza me preguntó:

– ¿Qué has visto?

– Nada, tierra y ovejas.

En verdad, el paisaje está compuesto por
una sucesión de haciendas vacías, rodeadas de vallas bajas para evitar que se
escapen los esporádicos rebaños de ovejas. De vez en cuando una pequeña y
destartalada caseta aparece en esas estancias. El refugio de los pastores. Más
tarde nos comentaron que al ser el terreno tan árido, podía sostener muy poco
ganado: unas dos ovejas por hectárea. El rebaño típico tiene 10.000 ovejas. Por
tanto, una finca media tendría 5.000 hectáreas o 50 kilómetros cuadrados.

La región es inmensamente grande y está
muy despoblada. Tiene cerca de 260.000 kilómetros cuadrados y está poblada por unas
280.000 personas. La densidad de población es de aproximadamente 1,1 habitante
por kilómetro cuadrado. Además, la mayoría de los chilenos viven en poblaciones
como Punta Arenas (solo esta ciudad concentra a 130.000 personas), Coyhaique,
Puerto Aysén y Puerto Natales (17.000 habitantes). El terreno no urbano está
prácticamente desierto. La Patagonia chilena tiene unos 2.800 millones de
ovejas. Por tanto, la densidad es de algo menos de 11 ovejas por kilómetro
cuadrado. Más ovejas que personas.

Pero bueno, dejaré de lado estas cifras
y volveré al viaje. Puerto Natales es una ciudad diseñada en cuadrícula, con
amplias calles y avenidas, construida a base de casas prefabricadas de una o
dos plantas pintadas de colores. Se encuentra bien conservada, limpia y es una
bonita ciudad, sobre todo por estar enclavada en un entorno natural de gran
belleza. En toda la ciudad se encuentran repartidos multitud de hoteles y, sobre
todo, albergues para mochileros. La ciudad es un verdadero enclave mochilero,
desde el cual parten para visitar las Torres del Paine y otros lugares de la
Patagonia chilena. A causa de ello, hay muchos restaurantes, agencias de viajes
y tiendas para satisfacer a estos jóvenes turistas extranjeros.

Cerca de Puerto Natales se encuentra la
Cueva del Milodón. Era una especie de perezoso prehistórico gigante. El mismo
que Bruce Chatwin cita en su obra En la
Patagonia
como causa para iniciar su viaje. No fuimos a la cueva, pues nos
pareció que no tendría mayor interés (al parecer han puesto una reproducción
del milodón para hacer algo más atractiva la vista a ese lugar).

En su lugar, nos embarcamos en una
lancha para ver lobos marinos, los fiordos y algunos glaciares. Visitamos el
Glaciar Serrano. El trayecto fue interesante por los paisajes, aunque un tanto
largo. Para entretenernos nos anestesiaban con whiskey escocés enfriado con
hielo del glaciar.

A la hora de comer paramos en una estancia
ovejera que llevaba una familia de orígenes alemanes. Debían completar el
sueldo dando de comer a turistas, porque conocimos al dueño y estaba trabajando
con las ovejas. No era atrezo. Compartimos el almuerzo con unas simpáticas
enfermeras chilenas, también de vacaciones. La comida consistió, cómo no, en
cordero a la estaca, es decir, asado al aire libre en una especie de cruz de
hierro. Nos sorprendió, pues a pesar de ser ya una señora oveja, y no un tierno
corderito, tenía buen sabor y apenas se notaba la grasa.