Llegamos
a Puerto Montt por la tarde y buscamos un alojamiento para pasar la noche.
Encontramos una residencia con apartamentos que nos hizo un buen precio. No era
nada del otro mundo, pero era un alojamiento más o menos digno. Pasamos la
tarde dando un paseo por la ciudad. No es un lugar que destaque por nada en
especial. Tiene un cierto regusto portuario, con algunos personajes de mal
vivir recorriendo la costanera y las calles adyacentes. Ese día, además,
coincidió con el Teletón, y las calles estaban llenas de gente que acudía a ver
a las estrellas locales que actuaban sobre un escenario montado a tal efecto.
Este es un programa de televisión que busca recaudar dinero con fines
benéficos. Es todo un acontecimiento en el país. La gente pinta las lunas de
sus coches con la palabra “Teletón” y muchos voluntarios peinan las calles con
pequeñas huchas buscando recaudar fondos para el evento.

Por
la noche fuimos a cenar a un bar decorado como una taberna norteamericana, esto
es, un local forrado de tablas y con las paredes llenas de carteles y de una
decoración yanqui de los años 50 0 60, con una gran barra y muchas mesas de
madera frente a un amplio escenario. Esa noche tocaba un grupo de rock local,
que escuchamos mientras nos tomábamos unos schops. Al final nos marchamos,
porque en la mesa de al lado había un par de individuos un tanto bebidos que no
hacían más echarnos miradas retorcidas. O tal vez fuera solo mi impresión, pero
para esto la intuición no suele fallarme. Éramos los únicos turistas del lugar
y quizá nos contemplasen como una posible fuente de ingresos.

El
día siguiente entregamos el vehículo de alquiler y tomamos un taxi que habíamos
reservado la tarde anterior. El taxista, en el paseo hasta el aeropuerto, pues
distaba unos 20
kilómetros de la ciudad, nos contó que deberíamos haber
ido a Puerto Varas. La verdad es que fue un fallo personal, pues nos habría
dado tiempo a ir en coche. Pero bueno, las cosas son así. También nos dijo que
deberíamos haber visitado los bosques de alerces y ulmos, dos árboles de
crecimiento muy lento –de hecho, lo hacen durante miles de años–. Crecen en la
región y pueden alcanzar una altura de 40 0 50 metros. Las casas
típicas de la región están hechas de esa madera, lo que ha provocado una merma
en la extensión de dichos bosques. Los supervivientes están protegidos y la
posibilidad de repoblarlos es mínima: ¡se deberían esperar más de 1.000 años
para poder disfrutar de los árboles plantados!

Tras
unas horas en el aeropuerto, que matamos lo mejor que supimos, a mediodía
salimos para Punta Arenas.