“Chile, fértil provincia y señalada
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa:
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.”

Alonso de Ercilla, La
Araucana
.

La historia de Chile es una historia de
lucha por el territorio. Los mapuche lucharon contra los incas, primero, y
contra los españoles después (a los que llamaban huincas). La primera incursión
la hizo Diego de Almagro y fue bastante infructuosa. Posteriormente, Pedro de
Valdivia con muchos menos recursos se asentó en el país y fundó buena parte de
las ciudades que todavía hoy aparecen en el mapa.

Isabel Allende narra en una novela Inés del Alma mía los avatares de la
conquista, personalizándola en Inés Suárez, amante de Pedro de Valdivia. Con
buen ritmo y sin aburrir en ningún momento nos acerca a la historia. Lo más
sorprendente es que muchas de las situaciones descritas son plenamente novelescas,
en el peor sentido, pero también ciertas. La conquista (aunque pueda ser un
término tachado de imperialista, creo que aun es el mejor para describir una
situación en que un pueblo mediante una acción militar se adueña de la tierra
de otro) fue, como todas, atroz. Los conquistadores eran igual de valientes que
de crueles y despiadados.

No me resulta posible valorar Chile de modo
conjunto de un modo claro. Mario Vargas Llosa en su Diccionario del amante de América Latina (Barcelona, Paidós, 2006)
lo describía como uno de los países más avanzados económica y socialmente del
continente. Las recetas económicas neoliberales han hecho de Chile, afirmaba,
una de las economías punteras. Existían, sin embargo, contradicciones, pues las
zonas rurales aún vivían atrasadas respecto a las urbanas. Esto lo puedo
corroborar, porque cuando se sale de los aceros y neones santiaguinos o de las
pulcras zonas residenciales de Viña del Mar, uno encuentra un Chile más
pedestre donde la gente tiene problemas para llevar un plato de comida todos
los días a la mesa (visitamos a una familia en Curacaví, una población a unos
50 kilómetros de Santiago, que nos invitó a comer en su casa y allí nos
comentaron que la pasta y el arroz hacían pasar mejor la semana cuando no había
otra cosa para comer).

Pero quizá lo que más desazón le producía a Vargas
Llosa era el origen de esa prosperidad. Consideraba que la dictadura era
anómala, pues en general estas tienden a generar sistemas estatales fuertes y
voluminosos. Sin embargo, en Chile había producido un Estado fuerte pero
pequeño y eficaz, del gusto liberal. La causa de esta anomalía no aparece clara
en su escrito. En este blog he ido recogiendo algunos aspectos de la economía
chilena. Creo que tiene grandes potencialidades, pero también graves carencias.
Sigue siendo una economía extractiva basada en la explotación de los recursos
naturales a la que se ha superpuesto un pujante sector servicios. En la región
de La Araucanía, por ejemplo, todavía existen conflictos por la apropiación del
territorio de los mapuches, ahora en forma de grandes proyectos
hidroeléctricos. Sin embago, hay poca
creación y generación de valor. Ese es su principal hándicap.

Lo peor del desarrollo económico chileno no se
encuentra en las grandes cifras. Vargas Llosa decía que tras el jarabe liberal,
amargo y difícil de tragar, ya se veían los frutos del desarrollo económico.
Puede ser cierto, pero solo para una parte de la población. El grueso de la
misma recibe un escaso salario por su trabajo con el que han de costear todos
los aspectos de su vida, ya que el Estado poco les da (la sanidad y la
educación son privadas en su mayor parte). La desigualdad es muy acusada. Aún
recuerdo como una de las primeras veces que compraba en un supermercado cerca
de mi apartamento en Santiago, la cajera me ofreció pagar “con cuotas” un par
que paquetes de galletas y un litro de leche. Le contesté que no, sin saber muy
bien a qué se refería. Luego me enteré de que es habitual que la gente con
menos ingresos pague a plazos la compra diaria. La bonanza económica chilena
esconde estas cosas: los trabajadores han de financiar las compras diarias para
ir tirando. Los bancos, es de suponer, les cobrarán un magnífico 24% al ser una
compra a crédito con una tarjeta.

Chile es un país paradójico: quizá el más aislado
de América Latina y, al tiempo, el más inmerso en el mundo global. Esto produce
que la identidad chilena sea contradictoria. Según el sociólogo Jorge Larraín,
la identidad chilena actual se estructura en torno a una serie de rasgos:
clientelismo, tradicionalismo y sociedad civil débil; despolitización,
revalorización de la democracia formal y de los derechos humanos;
autoritarismo, machismo, legalismo y racismo oculto; fatalismo y solidaridad
entre las clases excluidas; religiosidad; mediatización de la cultura y
eclecticismo; consumismo, ostentación y fascinación con lo extranjero; y un
cierto malestar en la cultura. Este conjunto de rasgos muestra, desde mi punto
de vista, un país en el que coexisten tendencias modernas y premodernas, con
una marcada inclinación hacia los valores de la cultura capitalista.

Lo cual no evita que lo religioso siga siendo
importante para una parte de la misma. Cuando visité el Campus de San Joaquín,
de la Universidad Católica, pude comprobar el amplio seguimiento que tenían los
servicios religiosos entre los alumnos de la institución. Mientras, los locales
de ocio nocturno santiaguinos se
encuentran llenos de jóvenes haciendo música y buscando nuevas formas de
expresividad.

Los valores religiosos también continúan teniendo
peso. En las Termas de Puritama, cerca de San Pedro de Atacama, vi a muchas
jóvenes que se bañaban con una camiseta sobre el bañador. La exhibición del
cuerpo continúa siendo vista como impúdica en algunos ambientes. Y, por
contraste, en Santiago me entregaron en la calle panfletos con publicidad de
hoteles por horas para parejas y todavía se pueden ver Cines X. Una sociedad en
transición, sin duda, también en lo cultural, desde valores tradicionales y
católicos a valores modernos (o post-) y seculares.

En todo caso, no creo que se pueda dar una imagen
cerrada del país. Todas las sociedades complejas viven presas de los matices y
las variaciones. Una sociedad vibrante. He escrito mucho del país, pero lo
mejor sin duda de Chile son los chilenos. A decir verdad, en los meses que
estuve allí no me sentí nunca maltratado. Tal vez los primeros día un poco solo,
pero no rechazado. Al contrario, cuando conocía gente siempre me sentía bien
tratado y acogido. Y puedo decir que hice amistades. En especial, he de
recordar a Juanjo, con el que sigo teniendo contacto (las tecnología favorecen
mucho esto). Nos conocimos en la barra de un bar –las costumbre españolas son
difíciles de perder– y a partir de ahí compartimos muchos y buenos ratos
juntos. También a Marcelo o a Alejandro, por mencionar a aquellos con los que
tuve más trato. Sin ellos, mi viaje no hubiese sido lo que fue.