Cuando veo la televisión y
escucho argumentos sobre el triunfo del actual presidente estadounidense Donald
Trump utilizando términos como populismo, neo-fascismo o racismo, me suelo
quedar un poco perplejo. Porque, la verdad, creo que la gente no vota o deja de
votar a un individuo por ser alguna de esas cosas. Siempre he pensado que en
general votamos a personas con la intención de que resuelvan los problemas de
nuestras vidas. Luego, claro está, las promesas pueden o no cumplirse y las
soluciones propuestas pueden funcionar o fracasar estrepitosamente.

La pregunta sería, por tanto,
¿qué ha llevado a tantos estadounidenses a votar a un personaje como Donald
Trump? Y digo personaje, pues me recuerda al ya fallecido y castizo Jesús Gil y
Gil. La respuesta, creo, se encuentra en el modo de vida de las clases medias y
populares en la economía global. Intento explicar esto. Desde los años ochenta
del siglo pasado la economía mundial se interconectó y transformó la estructura
productiva del capitalismo global (un fenómeno, por otra parte, que venía de
lejos). Lo cual tuvo consecuencias en las relaciones laborales (relaciones
laborales post-fordistas) y, por tanto, en el modo de vida de las personas.
Estas transformaciones han beneficiado a algunas personas y han perjudicado a
otras. ¿Quiénes son los ganadores y perdedores dentro de las economías
avanzadas?

El economista Branko Milanovic,
especialista en desigualdad económica, ha popularizado la llamada “gráfica del
elefante”, con la cual trata de mostrar cuales han sido los ganadores y
perdedores de la economía globalizada. En la misma, se muestra que los menores
crecimientos se han producido entre las clases medias de los países ricos. Los
ganadores en esta economía global serían las clases medias de los países en
desarrollo y los más ricos.

Por tanto, en una economía
desarrollada como la estadounidense, los ganadores serían las elites con
mayores rentas y los perdedores las clases medias y populares. Todas las
estadísticas muestran, en efecto, que en Estados Unidos la diferencias entre
los ricos y el resto de la población han aumentado muchísimo en este periodo. Como
afirmaba Tony Judt en Algo va mal:

“Las consecuencias están claras.
La movilidad intergeneracional se ha interrumpido: al contrario que sus padres
y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas
expectativas de mejorar las condiciones en las que nacieron. Los pobres siguen
siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala
salud, oportunidades educacionales perdidas y –cada vez más– los síntomas
habituales de la depresión: alcoholismo, obesidad, juego y delitos menores” (Madrid,
Taurus, 2011: 28).

Se podría argumentar, con razón,
el valor positivo de la globalización en un cómputo general. Es verdad que las
clases medias de la India o China han mejorado, pero esto resulta de escaso
consuelo para un trabajador estadounidense que ve disminuir su nivel de vida. Y
Trump entra aquí con una retórica nacionalista y proteccionista. Ofreciendo
soluciones, sean estas reales o no, frente a la rica élite globalista (de la cual,
sin duda, forma parte).

Todo esto no es nuevo. En el
pasado ya ocurrió algo parecido. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX
existió un periodo de alta interconexión económica mundial, la llamada primera
globalización. Las Guerras Mundiales terminaron con este periodo de
globalización. Karl Polanyi en 1944 publicó La
gran transformación
, donde explicaba que el sistema de libre comercio
propio de la primera globalización producía graves dislocaciones sociales.
Había grupos beneficiados y otros claramente perjudicados. Estos últimos
intentaban “auto-protegerse”. Los movimientos políticos y las guerras
mundiales, entendía Polanyi, eran consecuencia en buena medida de ese intento
de las sociedades de protegerse frente a los cambios producidos por esa
globalización. La retórica nacionalista y xenófoba escondía intereses de clase
frente a una economía global altamente interconectada.

Con esto, obviamente no pretendo
equiparar ambas situaciones (la historia, temo, no se repite ni al modo de una
comedia, cada situación es única). Solamente afirmo que una economía altamente
globalizada, aunque sea beneficiosa para el conjunto de la población, genera
ganadores y perdedores en el nivel local. Y los perdedores pueden producir graves
distorsiones sociales. Una de las causas del triunfo de Trump, entre otras sin
duda, es la situación de las clases medias y populares estadounidenses en una
economía global altamente interconectada.

Un asunto diferente, sobre el cual
aún tengo dudas, es hasta donde llegará Trump. ¿Será capaz de modificar el
statu quo económico mundial o se quedará en la parte más visible de sus
promesas (el “muro” y demás)? Sin estar seguro, temo que producirá sufrimiento
entre los más vulnerables y apenas inquietará a las elites globales. Su
gabinete económico proviene mayoritariamente de la industria financiera de Wall
Street. No los veo tirando piedras contra su propio tejado.