Como comenté en el primer post del blog, llegué a Chile en agosto de
2011 con la intención de dar clases en una importante universidad del país,
pero los estudiantes decidieron ponerse en huelga. A resultas de lo cual me
encontré de repente sólo, sin poder realizar el trabajo que tenía pensado hacer
y con mucho tiempo libre. Cuando acudía
la universidad descubrí que el profesorado, en líneas generales,
aprovechaba la huelga para otros quehaceres. Vamos, que los despachos estaban
tan vacíos como las aulas. Ante mi desazón Arelis, la secretaria administrativa
de la facultad, me aconsejó: “váyase a pasear por el país”. Y, tras dudarlo
apenas un momento, me dirigí a los soportales de la Plaza de Armas y me compré
una mochila y, en el barrio de Providencia, un par de botas de montaña.

Pude hacer el viaje gracias a una beca de investigación que me
concedió la Fundación Caja Madrid. La ceremonia de entrega de becas, a la que
era obligatorio asistir, estaba presidida por el ahora tristemente famoso
Rodrigo Rato. Creo recordar que también andaba por allí Rafael Spottorno. El
objetivo de las mismas era, primariamente, fomentar la “internacionalización”
del profesorado de las universidades públicas de la Comunidad de Madrid. Es
decir, tratar de evitar el parroquianismo, un mal habitual en nuestra
universidad.

En mi caso, decidí concursar, porque siempre he tenido un gusanillo
viajero, que parece acrecentarse con el tiempo. La idea de investigar o enseñar
fuera no era lo más atractivo, lo importante era dar rienda suelta a mis deseos
de conocer nuevas tierras y nuevas personas. Además, por una vez conseguí una
ayuda bien dotada económicamente, lo que me permitió dejar a mi familia bien
atendida en ese aspecto y tener un capital para moverme libremente por el país.

¿Por qué Chile? La verdad es que no hay una respuesta clara. Apenas
sabía nada del país antes de partir. Simplemente tenía un contacto allí, el
profesor Jorge Larraín, al que había escrito durante la realización de la tesis
y al que había invitado a escribir en el libro sobre globalización que publiqué
conjuntamente con Octavio Uña y Jaime Hormigos. Gracias a él, obtuve una
invitación para realizar una estancia de cuatro meses en la Universidad Alberto
Hurtado. En realidad, podría haber ido más tiempo, un año, pero la universidad
ya daba las primeras señales precrisis y no me pareció lo más sensato y si le
hubiese dicho a mi esposa que la dejaba con los niños un curso completo pues no
sé lo que hubiese pasado.

Echando la vista atrás, creo que en lo personal gané mucho con la
experiencia, pero no en lo académico. Hice algunos contactos, firmé un convenio
entre ambas instituciones, escribí algunos artículos, finalicé un libro y abrí
una línea de investigación sobre turismo mochilero (que ha resultado más
interesante de lo que pude imaginar en un principio), pero no fue un viaje que
supusiera un giro en mi carrera académica. Eso sí, gané mundo, y en cierto
sentido me “internacionalicé” de nuevo, pues desde que viví en el Reino Unido
no había vuelto a hacerlo fuera de España. Además, volví a ver las cosas con
otro prisma, más abierto y valiente, menos centrado en las pequeñeces que tejen
la vida diaria.

En estas entradas he intentado ser preciso, contrastar los datos y no
errar demasiado en las apreciaciones. Pero estas notas son, dada su naturaleza,
inevitablemente subjetivas. Es mi visión de Chile. Nada más. Algunas
afirmaciones serán controvertidas, otras simplemente erróneas. No conozco el
país mejor que sus habitantes. Tampoco lo pretendo. He reflejado sin más mi
experiencia, lo que he visto, leído, escuchado y aprendido en estas tierras. Por
otro lado, muchas cosas han quedado en el tintero (en el teclado, más bien).
Pero así debe ser.