Hace un par de años realicé una
reseña crítica,
en este mismo blog, de los dos primeros volúmenes de la “investigación sin
precedentes en la bibliografía mundial” (eso al menos dice la publicidad en la
cubierta del volumen actual) que Antonio Escohotado viene realizando sobre las
ideologías críticas con el comercio y el libre mercado. Al finalizar la misma
decía: “Esperaré a leer la tercera parte, aunque no espero que el tono varíe
mucho”. Hoy, tras hacerlo, confirmo mis temores. La cosa no ha variado
demasiado. En este volumen sigue con su “historia moral de la propiedad”, pero
ahora desde “Lenin a nuestros días”.

El libro, como pasaba con los
anteriores, resulta muy irregular. Tiene partes que parecen más fruto del
interés personal del autor que de un plan lógico a la hora de desarrollar las
tesis sostenidas en la obra. Por ejemplo, durante algunas páginas discute si la
Wehrmacht durante la Segunda Guerra
Mundial era realmente nazi o fue sobornada por Hitler para conseguir su apoyo.
No veo, la verdad, que tiene que ver esto con la teoría sobre la propiedad y la
economía del régimen nacionalsocialista.

También dedica unas páginas al “Oro
de Moscú”, otro tema también bastante anecdótico para una “historia moral de la
propiedad”, y, en una nota a pie de página, nos dice comentando sobre el terror
chekista durante la Guerra Civil
española: “Un intento reciente de revivir aquellos horrores ofrece la llamada
Ley de Memora Histórica aprobada en 2007” (p. 232). Sin entrar en su valoración
sobre la parcialidad o no de dicha ley, y el olvido del “terror rojo”, lo que
sí parece claro es que es un tema alejado del foco del trabajo. El autor trata
de contar tantas cosas y tan dispersas que a veces no sabemos bien donde
andamos. Al menos eso me ocurre a mí, lo cual podría achacarse quizás a algún
problema de comprensión lectora por mi parte.

Pero sigamos. Escohotado no
resiste tampoco la tentación de incluir detalles personales de los principales
líderes de la Revolución Rusa. Sonroja un poco cuando incluye, también en una
nota a pie de página, un párrafo de una carta de índole sexual que Trotsky
envió a su esposa. Además, por “pudor” la deja en inglés, algo inédito en este
libro. Supongo que pensará que el lector medio del libro será incapaz de leerlo
en esta lengua. En todo caso, no es la única ocasión. Se abunda durante muchas
páginas en la vida personal de los revolucionarios: si amaban o no a sus
mujeres, si tenían una o varias amantes, si abandonaron a sus hijos o, algo
que parece inquietar al autor, en cómo se comportaron ante sus verdugos. Todo
lo cual no deja de ser entretenido, pero me pregunto cuál será la relación de
las prácticas sexuales de Trotsky con su concepción de la propiedad privada o
del comercio. Siempre he creído que las teorías sociales deben ponerse en su
contexto histórico y social, incluso que las biografías influyen en las mismas.
Pero el modo de hacerlo aquí no sé si es el más adecuado para obtener algún
tipo de conclusión significativa.

En lo demás, el libro depara
pocas sorpresas si se leyeron los anteriores. Las tesis de la Escuela Austriaca
aparecen por doquier sin apenas valoración crítica, se siguen citando y
comentado las entradas de Wikipedia y, cosa extraña para un profesor de
sociología durante tantos años en la Universidad Complutense de Madrid,
continúan sin aparecer los clásicos de la sociología histórica: Elias, Tilly,
Eisenstadt o, entre otros, Wallerstein. También sigue mostrando un
etnocentrismo sin complejos: “En culturas carentes de término para «libertad»,
hechas a castigar como sedición o apostasía la diferencia de pareceres” (p.
510). ¿De verdad hay culturas que no sepan lo que es la libertad? ¿Qué no
tengan un término o conjunto de términos para ella? Tal vez, pero habría que
demostrarlo. Escohotado lo da por supuesto sin siquiera aportar alguna
referencia de trabajos antropológicos en ese sentido.

La teleología de fondo es la
misma, desde los Rollos del Mar Muerto hasta la actualidad, pasando por su
época de mayor esplendor: el socialismo real de la URSS, existe una corriente
igualitarista ininterrumpida de odio hacia el comercio y la propiedad privada.
Frente a ella, el comercio, la competencia, la creación de riqueza por parte de
unidades económicas diseminadas en toda la sociedad es el único camino para
construir una sociedad decente, justa y pacífica.

Durante toda la obra se exponen
los argumentos de los “enemigos del comercio” utilizando fuentes originales
pero seleccionadas y rebatidas utilizando un número muy reducido de fuentes
críticas. Se parte de una idea preconcebida y se van colgando textos para
justificarla. No hay una verdadera contraposición de argumentos a favor y en
contra de cada una de las tesis. Por ejemplo, en el capítulo 23 se despacha a
Ernesto “Che” Guevara en pocas páginas presentándolo de un modo muy negativo. Quizá
lo merezca, no soy un experto ni mucho menos en su figura, pero el tratamiento
es muy deficiente. Un liberal convencido como Mario Vargas Llosa hace una lectura
mucho más ponderada. En su Diccionario
del amante de América
Latina (Barcelona, Paidós, 2006: pp. 184-191) incluye
una larga entrada sobre el mismo dividida en dos partes. La primera, escrita en
1968, es elogiosa, casi hagiográfica. La segunda, escrita más tarde con motivo
del aniversario de la muerte del Che, resulta más crítica. Aun así, en la misma
dice de él:

“El balance político y moral de lo que Ernesto
Guevara representó –y de la mitología que su figura, su gesta y sus ideas
generaron– es tremendamente negativo, y no debe sorprenderos la declinación
acelerada de su figura. Ahora bien, dicho todo esto, hay en su personalidad y
en su silueta histórica, como en la de Trotski, algo que siempre resulta
atractivo y respetable, no importa cuán hostil sea el juicio que nos merezca la
obra. ¿Se debe ello a que fue derrotado, a que murió en su ley, a la rectilínea
coherencia de su conducta política? Sin duda. Porque en todos los campos del
quehacer humano es difícil encontrar personas que digan lo que crean y hagan lo
que dicen, pero ello es, sobre todo, excepcionalmente raro en la vida política
donde la duplicidad y el cinismo son moneda corriente, indispensables
instrumentos del éxito y, a veces, de la mera supervivencia de los actores” (p.
189).

Cuando Karl Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos lo
hizo como una contribución al “esfuerzo de guerra”. El libro de Antonio
Escohotado también parece una contribución a ese esfuerzo. El problema es que
ahora no hay guerra. En este último volumen incluso a veces parece darse cuenta
del tono excesivo de muchas páginas. Cuando, por ejemplo, en el prólogo dice
que “el socialismo siempre fue democrático y cambiante, en contraste con lo
invariable y elitista del comunismo”, distinguiendo entre un socialismo
democrático y uno mesiánico; o cuando más adelante critica en una nota a Mises
por no distinguir entre socialismo y comunismo, se muestra mucho más matizado.
Es una lástima, al menos desde mi punto de vista, que el tono general no siga
esta tónica.

Y es una lástima porque la
crítica al comunismo, tanto en lo teórico como en sus realizaciones, está
fundamentada. Hay mucha verdad en considerarlo una religión política, lo cual
ayuda a comprender su persistencia pese a sus debilidades teóricas y a las
atrocidades prácticas a la cuales dio lugar. Pero cuando se ataca con una
teología invertida, esas críticas por justas que sean pueden conseguir el
efecto contrario al deseado. El libro se leerá, sobre todo porque está dentro
del circuito “Austriaco”, donde será citado y recomendado, pero temo tendrá
escaso impacto fuera del mismo. Desde mi punto de vista, Koba el Temible (reseñado también en este blog)
de Martin Amis narra mucho mejor la práctica política del comunismo soviético y
La casa de los encuentros, una novela
del mismo autor, muestra mucho mejor la vida cotidiana en el paraíso
socialista. En el primero hay un mayor esfuerzo por argumentar qué atrae de esa
ideología y qué lleva a justificar los desmanes en su nombre. Hay menos clase
magistral y más argumentación. Koba el
Temible
puede poner en duda la fe, Los
enemigos del comercio
la reforzará.

Termino diciendo que, pese a mis
críticas, no lo he pasado mal leyendo las más de 1800 páginas de Los enemigos del comercio. El profesor
Antonio Escohotado siguen teniendo dotes narrativas y es un pensador
heterodoxo, aunque en esta obra no pueda estar de acuerdo con él (al menos en
la forma).