Para recorrer la isla, alquilamos un pequeño todoterreno:
un Suzuki Jimmy. Resultó muy divertido y fácil de conducir. Además, para viajar
por una isla de apenas 24
kilómetros entre sus puntos más alejados, es más que
suficiente. Es conveniente llevar un 4×4, aunque sea en miniatura como este.
Los caminos fuera de la ciudad son todos de tierra y si llueve, algo frecuente
en ciertas épocas, es fácil quedar enfangado. Los coches de alquiler, además,
son caros y debes alquilarlos sin seguro a costa de una tarjeta de crédito. Si
tienes un accidente, difícil dado el bajo nivel de tráfico de la isla mas no
imposible, la reparación irá a tu costa y no debe ser barata, pues todos
recambios deben venir de Chile.

Es una isla pequeña, con un clima templado aunque no
demasiado caluroso. Damián se quejaba del clima, pues las Canarias eran mucho
más cálidas. La temperatura media es de unos 20ºC. Esta cubierta de un manto
verde y tiene algunos árboles, aunque en general está bastante despejada de
maleza y zonas arboladas. De origen volcánico, la isla tiene tres cráteres
inactivos. En ellos se almacena el agua de lluvia.

La población tiene un origen polinesio. Durante algunos
años hubo polémica, pues también se mantenía su posible origen americano. Thor
Heyerdahl con su famosa expedición Kon-tiki trataba de mostrar la viabilidad de
esta teoría. Sin embargo, los estudios genéticos actuales parecen mostrar que
son polinesios y la verdad es que nada más verlos da esa impresión. Parecen
maoríes. Las mujeres eran muy hermosas de jóvenes y muy gruesas al envejecer.
Los hombres suelen ser musculosos y no engordan tanto con el paso de los años.
Tanto los hombres como las mujeres suelen ser altos.

Nos contaron algunas leyendas sobre el origen de esta
población. Según las mismas, los rapanuis provienen de una tierra lejana que se
hundía en el mar (la posible interpretación podría ser algún tipo de catástrofe
natural en su originaria isla de la Polinesia). Mandaron a siete exploradores
en busca de una nueva tierra y encontraron Rapa Nui. Tras volver con noticias a
la polinesia, condujeron a su pueblo a su actual asentamiento. En el interior
de la isla se encuentran siete moáis, supuestamente construidos para albergar
las tumbas de los siete exploradores. Son los únicos moáis que miran hacia el
mar, porque el resto lo hacen hacia el interior de la isla.

Estos primeros pobladores prosperaron y construyeron una
sociedad jerarquizada. Llegaron a ser unos 10.000 habitantes en un espacio muy
reducido. La consecuencia de esta superpoblación fueron guerras constantes, nos
hablaron incluso de canibalismo, y cambios en la estructura política de la
isla. De esto había leído en un libro de Jared Diamond, Colapso, que explica la debacle en clave ecológica: se superó la
capacidad de carga del territorio.

En clave mítica se habla de una guerra entre dos grupos:
los orejas cortas o clase trabajadora y los orejas largas o clase dirigente.
Los orejas largas dominaban la sociedad y hacían trabajar a los orejas cortas,
entre otras cosas erigiendo los moáis en honor a los dirigentes. Se produjo una
guerra civil, donde se derrocó a los orejas largas. Prueba de ello, se aduce,
es que en los moáis fueron derribados por los propios isleños.

Sea esta explicación real, o se tratase de un proceso
diferente de confusas guerras tribales, el caso es que cambió el tipo de
sistema político y el tipo de monumentos. No se construyeron más moáis (se
dejaron abandonas algunos a media construcción) y se estableció un sistema de
liderazgo anual a través del rito del hombre-pájaro (Tangata manu) realizado en un poblado construido a ese propósito en
lo alto de uno de los volcanes. Con el mismo, accedía a la jefatura el hombre que
pudiese coger el primer huevo de un pájaro. Era una prueba atlética muy
complicada y exigente.

La llegada de los europeos complicó aún más la cosa para
los rapanuis. Trajeron consigo enfermedades que diezmaron su población y
también arribaron barcos esclavistas. Tomaron gran cantidad de rapanuis para
llevarlos a trabajar a Perú. Un repoblamiento posterior y la protección de esta
etnia permitieron aumentar la población hasta llegar a los 2.000 rapanuis que
viven en la isla en la actualidad (acompañados de unos 3.000 habitantes
procedentes en su mayoría de Chile).