Existe una narrativa sobre el capitalismo para la
cual este es un orden espontáneo. Surge de los miles de intercambios entre
individuos particulares que configuran una entidad llamada mercado. El mercado,
afirma este relato, sería una realidad auto-organizada surgida de las
interacciones entre intereses particulares. El homo economicus es capaz de procesar toda la información disponible
de modo racional y tomar decisiones defendiendo sus intereses particulares para
maximizar su riqueza. Este comportamiento lejos de llevar a una guerra de todos
contra todos, permite la aparición de un orden fruto de la confluencia de estos
intereses contrapuestos. El mercado sería el nombre con el cual se conoce este
hecho. Frente al mismo se encontraría el estado, una realidad construida desde
arriba utilizando, de un modo explícito o soterrado, la violencia física.

En todo caso, esta narrativa siempre ha mantenido
que el estado se contrapone al mercado. El primero es una entidad extractiva
mientas que el segundo sería una realidad generadora de riqueza. En sus
versiones más extremas, que podemos denominar anarco-capitalistas, se plantea
que el estado podría desaparecer o quedar reducido a una mínima expresión que
ayude a reglamentar el mercado allí donde este no llegue. El mercado sería una
forma de organización social adecuada para regular todas, o al menos la mayor
parte, de las relaciones sociales de un modo más eficaz y pacífico que el
estado.

Este discurso no es nuevo y es bien conocido.
Frente a él aparece otro discurso que aceptando sus premisas pretende invertir
la ecuación. Para el anti-capitalismo, el mercado sería una realidad que
esconde una profundad explotación. Los dueños del capital construyen sus
fortunas sobre la desgracia de los menos afortunados. Y lo hacen, además, con
cartas marcadas, pues el estado lejos de oponerse al mercado es una
construcción del mismo. Los políticos serían simples ayudantes de los dueños
del capital. La única forma de solucionarlo sería que los oprimidos se hagan
con el control del estado, el cual puede imponer sus tesis porque controla los
medios para ejercer la violencia física, y hagan desaparecer el mercado o, en
una versión más suave, consigan la propiedad y el control del mismo. El estado,
en todo caso, se haría con las funciones ejercidas antes por el mercado.

Ambas versiones son, a mi modo de ver, contradictorias
en su relación con el estado: para la versión liberal el estado es un enemigo
del mercado mientras que para el anti-capitalismo es su amigo, en un primer
momento, y un vehículo para su control o desaparición, en un segundo momento.
Ambas versiones, sin embargo, comparten un presupuesto común: una supuesta
tensión constitutiva entre el estado y el mercado. El mercado trata de
minimizar o hacer desparecer el estado en la versión anarco-capitalista. El estado,
una vez controlado por los desposeídos, combate el mercado en la versión
anti-capitalista.

La
realidad de esta relación, sin embargo, según múltiples recuentos no obedece a
este planteamiento tan simple. Como afirmaba Karl Polanyi, aunque el sistema
económico se separó durante el siglo XIX del resto de esferas sociales, eso no
implicaba que los estados fueran independientes de los mercados. De hecho, las
relaciones entre mercados y estados aúnan cooperación y competencia. En el
fondo, la separación del sistema económico del resto de esferas sociales
solamente pudo hacerse con el apoyo entusiasta del estado. Como argumentan
convincentemente Patrick Iber y Mike Konczal a propósito de la obra de Polanyi:

“Los mercados y el comercio de mercancías son parte
de todas las sociedades humanas, pero para llegar a una sociedad de mercado en un sentido significativo (lo que algunos
simplemente llamarían capitalismo) estas mercancías ficticias tienen que estar
sujetas a un sistema más amplio y coherente de relaciones de mercado. Esto es
algo que solo se puede lograr mediante la coerción y la regulación del Estado.
Por ejemplo, las tierras, antes poseídas
en común por miembros de una comunidad, son parceladas y privatizadas, convirtiendo
la tierra en una mercancía”.

Sin la participación del estado, el sistema de mercado
no se habría podido desarrollar tal como lo conocemos hoy día. Por ese motivo,
considero que la postura anarco-capitalista es incoherente, pues olvida que,
aunque los mercados y el intercambio comercial han existido siempre, el sistema
de mercado, esto es, la primacía de los mercados a la hora de organizar las
relaciones económicas solamente apareció bajo el manto de un sistema estatal
ampliamente desarrollado. Por el mismo motivo, considero que la postura
anti-capitalista también yerra en su objetivo. ¿Por qué el estado ha de
eliminar un sistema creado por el mismo? ¿Qué se gana con la operación?
¿Conocemos un sistema mejor para organizar las relaciones económicas? El
estado, como entidad que ha contribuido a la creación del sistema capitalista,
debe implicarse en su gestión, de modo que se controlen sus elementos más
disfuncionales y se potencien sus virtudes. La idea es construir una economía
de mercado a nuestra medida, no permitiendo los excesos de un sistema que se
cree ajeno al resto de la sociedad cuando no es más que una de sus dimensiones.

Es cierto que sería posible construir un sistema
económico bajo unas premisas completamente diferentes, como plantean los
anticapitalistas. El problema es saber donde nos llevaría el intento. ¿Debemos
sacrificar los logros actuales en pos de una arcadia feliz? En todo caso, los
mapas para llegar a la misma en estos momentos brillan por su ausencia y los
del pasado generaron verdaderos monstruos antihumanos. Hay mucha crítica a los
desmanes del sistema capitalista –algunas de ellas, la verdad, justificadas–,
pero pocas ideas originales para solventarlos y muchos menos un empeño en
luchar políticamente por su consecución. Los objetivos maximalistas, como un
supuesto futuro sin capitalismo, esconden una parálisis política preocupante.

Lo cierto es que los logros históricos del
anti-capitalismo son magros. Los logros de la social-democracia en su intento
por construir un sistema de mercado acorde a los valores y principios
ilustrados son mayores. Esto no implica minusvalorar las posibilidades de
cambio, pero tal vez sea más sensato hacerlo desde la plataforma de lo que ya
funciona de un modo razonablemente exitoso.