Para un libro que escribo en la
actualidad, junto a otros compañeros, sobre turismo, estoy leyendo bastante
literatura “de viajes” o de “viajeros”. Uno de los últimos libros en caer en
mis manos ha sido El desvío a Santiago
del escritor y poeta neerlandés Cees Nooteboom. No es un libro nuevo, pues fue
publicado en 1992, y además sus capítulos están fechados varios años antes. Es
una obra interesante, aunque un aspecto me ha desagradado bastante. Me explico.

Nooteboom en varias partes del
libro afirma que España es una singularidad dentro del continente. España no
formaría parte de esa entidad llamada Europa. No me ha sorprendido el aserto en
sí, pues es un vieja prejuicio. Es una versión un poco más refinada de aquello
de “África comienza en los Pirineos”. Sin embargo, sí lo ha hecho su
permanencia. Un escritor notable y prolífico como Nooteboom continúa teniendo
esos viejos prejuicios. Tanto más sorprendente cuando dice ser un enamorado de
España, eso sí, por contraste. Le atrae, supongo, un cierto exotismo
orientalista (por usar el término de E. Said) presente supuestamente en nuestro
país.

Este prejuicio ya me fatiga un
tanto, pues es insostenible. España lleva siendo milenios siendo parte de
Europa para bien y para mal. La genética de los españoles es típicamente
europea, dicen los estudios al respecto, como también lo es nuestra lengua. La
historia de Europa no se entiende sin nuestro país y hemos intervenido en otros
países europeos o han intervenido otros en el nuestro de modo constante. Prácticamente
todas las corrientes religiosas, artísticas o de pensamiento europeas –o sus
versiones locales– están o han estado presentes en España. Pero bueno, aun así
por lo visto somos una singularidad.

Pensemos, sin embargo, en otro
país europeo de “pata negra”. Pongamos el caso de Finlandia. Nadie osaría decir
que los finlandeses no son europeos. Sin embargo, hablan una lengua que no es
indoeuropea. No formaron parte del Imperio Romano y, la verdad, su
participación en la historia de Europa es, por decirlo de alguna forma, mucho
menos destacada. Además, según los estudios genéticos los españoles están
íntimamente emparentados con, entre otros, franceses, ingleses alemanes y
neerlandeses y todos ellos claramente diferenciados de los finlandeses. Sin
embargo, Finlandia es Europa y España otra cosa. Vete a saber la razón.

Con todo esto, obviamente, no
niego la pertenencia de Finlandia a Europa (se defina esta entidad como se
haga). Rechazo, sin embargo, ese viejo prejuicio, mantenido incluso a nivel popular
por muchos españoles, que nos sitúan fuera de Europa. Un intelectual como Cees
Nooteboom es consciente de este prejuicio. Lo tiene en los primeros textos del
libro, luego en otro se da cuenta y dice que España se está normalizando y
finalmente recae en el mismo error en uno de sus últimos capítulos.

Por otro lado, el texto además de
aburrirme (cuando recorre la séptima iglesia empiezo a impacientarme) está
vacío. No hay españoles en un libro sobre España. Nooteboom parece amar España,
pero ama su historia, sus monumentos o sus paisajes. En El desvío a Santiago los españoles somos paisaje: viejas y viejos
vestidos de negro con la mala costumbre de hablar alto una lengua dura. En
pocos momentos del libro aparecen españoles diciendo cosas interesantes. Mejor
pensado, casi no dicen nada. Total, “pa´que”.

Además, y termino por no alargarme,
los textos están escritos entre 1981 y 1992. Un periodo, como sabe cualquier
conocedor de nuestro país, muy importante en lo cultural, social y político.
Pues si exceptuamos alguna referencia al terrorismo de ETA o al nacionalismo catalán
(presentados como muestra de nuestro localismo-tribalismo) y una postrera y
anecdótica referencia a la “movida”, España parece un país donde aún campa el
Cid y donde los moros luchan con los cristianos en cualquier esquina.

En fin, no pretendo criticar la
calidad literaria del texto, pues la tiene. Pero su visión de España es muy
particular. Es, creo, un buen ejercicio de “orientalismo en Europa”.