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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

Reflexiones “covídicas”

Actualidad Posted on Wed, November 25, 2020 13:17

Que 2020 es un año raro, nadie lo duda. La pandemia producida por el virus Covid-19 ha afectado nuestras vidas. Estos meses he ido reflexionando sobre las consecuencias sociales, económicas y políticas de la enfermedad a través de las redes sociales. Bueno, sobre todo a través de Facebook, que como se sabe es una red de “viejos”. La mayoría han sido comentarios al hilo de diferentes noticias de prensa, radio o de las propias redes. He decidido reunirlos -de un modo no exhaustivo y no literal- ahora en un post, ya que reflejan mis intereses y preocupaciones durante este tiempo.

En primer lugar, resumía mis impresiones diciendo que a partir de esta crisis había aprendido tres cosas sobre el modo de pensar de la gente. En primer lugar, que la mayoría analizaba la realidad desde un punto de vista estrictamente ideológico. Además, la incertidumbre hacía que se aferraran con más fuerza a sus prejuicios. En segundo lugar, que muy pocos eran capaces de ver las cosas manejando más de una variable. Existía una gran preferencia por las explicaciones monocausales, sobre todo si presentaban un “chivo expiatorio” claro. En este sentido, decía Daniel Innerarity en un tuit reciente que para Nietzsche “lo propio de la mitología era poner un autor detrás de un acontecimiento (tipo el dios del rayo o la lluvia)”. Las teorías de la conspiración se han extendido como la pólvora. Y, en tercer lugar, que la mayoría no veía la realidad como un proceso adaptativo, sino como una estructura estática. Las situaciones cambiantes no nos gustan, queremos seguridad y establo.

Más allá de esta impresión general, me preocuparon diversos temas.  En la política internacional me sorprendió el papel de la Unión Europea. Yo, que siempre he sido un europeísta convencido, de aquellos que creen que la solución a los males de España se encuentra en más Europa y menos casticismo, me asusté de la torpeza de la UE. Su modo de proceder, en el que los países del norte trataban de limitar las ayudas a las economías del sur más afectadas, ha producido un daño moral profundo, que no tendrá enmienda. Esto es profundamente injusto, porque abrimos los mercados y permitimos que los países del norte -sobre todo Alemania- compraran nuestras empresas industriales a cambio de estar bajo el paraguas de la moneda única. Ahora que tienen las empresas, quieren quitarnos el paraguas. Y esto no puede ser. Además, las justificaciones a esta racanería estaban basadas en prejuicios racistas, como cuando el primer ministro holandés decía que nos gastaríamos las ayudas en fiestas y vino. A veces se olvida que con las ayudas hemos hecho, sobre todo, infraestructuras. Un ejemplo es el caso de la red de fibra óptica, una de las mejores de Europa y del mundo. Netflix tuvo que bajar la calidad de las trasmisiones en la UE para no saturar las líneas, menos en España. Pero esta actitud ha tenido su contraparte negativa para ellos: ahora todos sabemos que Holanda es un paraíso fiscal y que nos hace “dumping” fiscal. Está bien ser cornudo, pero no apaleado.  

La UE continuará, afirmaba, pero ya nunca será vista como un ideal. Después, vendrán los lamentos y los Brexits. Al final, ante el miedo al resquebrajamiento del mercado único se llegó a un acuerdo. Este, en principio, no suena mal. Por primera vez la UE emitirá deuda conjunta, la Comisión Europea adquiere fuerza frente al Consejo Europeo a la hora de gestionarla, el veto parece que se queda en un “vetito” (aunque recientemente polacos y húngaros están tensando la cuerda) y aumenta el presupuesto de la UE. Podía haber sido mejor, pero también mucho peor. En todo caso, la UE ha quedado retratada negativamente ante la ciudadanía por su falta de reflejos y por las disensiones internas.

A esto habría que sumar el papel de las potencias externas. China envió ayuda a Europa, mientras los Estados Unidos de Trump hacían todo un papelón cuando decidieron cortar los vuelos unilateralmente, pero mantenían el flujo de bienes y capitales. Es decir, mantenía la globalización y al mismo tiempo molestaba a sus aliados. Puede ser un buen indicador de la reconfiguración del orden mundial y de la nueva fase global que nos espera. China se mostró más rápida que la UE y su aliado natural, los Estados Unidos, a la hora de ayudar a los europeos.

Puede ser que la actitud China fuera propaganda, aunque es una que ha funcionada. Muchos han olvidado la naturaleza del gobierno chino. Aunque no debemos dejar de lado que las recetas chinas para acabar con el virus descansan en un fuerte autoritarismo. El gobierno chino confinó tan bien en Wuhan y controló a la población porque ya tenían mucha experiencia previa.

La política nacional proporcionó, como nos tiene acostumbrados, una serie de situaciones grotescas, de descoordinación y de enfrentamiento cainita que rayaron en el esperpento. Como muestra se puede recordar al líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid diciendo que la cuestión era “ser virus o ser vacuna”, a la Presidenta de la CAM haciendo negocios inmobiliarios con los amiguetes, a las diferentes Comunidades Autónomas pidiendo competencias durante el confinamiento y luego pidiendo centralización cuando se las dieron porque no sabían gestionar la situación, al sacrificio de la salud pública para salvar al “soldado turismo” o al uso torticero de los datos sobre enfermos y muertos durante toda la crisis. Al final, incluso los jueces se unieron al espectáculo cuando dictaron sentencias contradictorias sobre las medidas que adoptaban las Comunidades Autónoma. Puro Celtibera Show.

Quizá una de las cosas que más me ha sorprendido es lo poco asentado que está el pensamiento científico en España, en concreto, y en el mundo más desarrollado, en general. Cuando hablaban los científicos en los medios de comunicación mostraban dudas y lo hacían en condicional. Lanzaban hipótesis y hablaban de probabilidades. Ese mensaje, se ha visto claramente, no ha calado. La gente necesita “expertos” seguros de sí mismos y de su mensaje. Nada de probabilidades, quieren tener clara la situación y que les marquen el camino. Bueno, más bien, que les digan que todo volverá a ser como ellos quieren. La ciencia, como decía Max Weber, puede decirnos cómo es el mundo, pero no cómo hemos de vivir. Y esto no es algo que muchos estén dispuestos a aceptar.

Un ejemplo de esto es el éxito de programas como el del periodista Iker Jiménez, que antes de la pandemia hacía un programa de entretenimiento centrado en lo oculto, lo paranormal o, entre otros temas, las visitas de alienígenas. Decidió tocar el tema del coronavirus y alinearse con los llamados “escépticos” o “negacionistas”, una difusa amalgama de personas que creen en diversas teorías de la conspiración sobre los orígenes, la existencia o la intencionalidad de la pandemia. Después dio un pasito para atrás, pero, como escribí, “el creador fue devorado por su propia obra”, ya que le llamaron traidor aquellos que alentó. 

Esta actitud tiene mucho que ver, creo, con la búsqueda de la seguridad. Las sociedades occidentales somos sociedades ricas y envejecidas, poco amantes de los riesgos. Y el mensaje que identifica peligros de un modo claro y nos dice el modo de combatirlos cala entre la población. El nuevo populismo basa buena parte de su éxito en esto. El problema es que una pandemia como la actual no tiene soluciones fáciles. Entonces se recurre a lo que Zygmunt Bauman llamaba una sobredosis de seguridad activa. Ya que no podemos evitar la enfermedad, porque solo la ciencia podrá erradicarla y hace falta tiempo, recurrimos a las medidas de seguridad activa que están en nuestra mano.

Por un lado, los gobiernos han establecido medidas contundentes de seguridad pública: confinamientos, toques de queda, prohibiciones de la movilidad o, entre otras, el uso obligatorio de mascarilla. La eficacia de dichas medidas es objeto de discusión por parte de los científicos. Sin embargo, muestran a la ciudadanía que las autoridades están haciendo algo. En España, donde no hubo ningún problema de seguridad ciudadana, se impusieron 700.000 sanciones durante los 40 días de confinamiento. La mayoría no se cobrarán, pero mostraban a la ciudadanía que el gobierno estaba haciendo algo.

En los Estados Unidos, por otro lado, tomaron la seguridad activa de un modo privado. Allí aumentó mucho la venta de armas como medida preventiva. Como está claro que no se puede matar un virus con una pistola, se entiende que los estadounidenses no se fiaban del vecino durante la cuarentena. Lo que no es sorprendente, pues allí es habitual que se produzcan saqueos y desórdenes públicos ante la más mínima crisis.

En todo caso, la búsqueda de seguridad produjo que muchos ciudadanos se inclinasen hacia “chamanes” que tenía todo claro y “políticos populistas” que les ofrecían seguridad. Otro asunto es que después algunos de esos políticos estuvieran dispuestos a sacrificar a los más ancianos, su base electoral más fuerte, para “salvar la economía”. De tanto buscar “seguridad” se encontraron “desprotegidos”.

La actitud anticientífica ha tenido, además, otro damnificado: las vacunas. El movimiento antivacunas no es nuevo, pero ha hecho su agosto con la pandemia actual. Con un argumentario que azuza los miedos: vacunas no probadas, consecuencias nefastas de la vacunación, oscuros intereses de los laboratorios…, se ha conseguido que, en España, un país donde la vacunación es prácticamente universal y está muy aceptada por la población, según una encuesta del CIS más del 40% de la población diga que no se pondría la vacuna para el Covid-19.

La percepción del riesgo es subjetiva, claro está, pero sorprendente. Conozco muchas personas que dicen que no se pondrán la vacuna, porque es peligrosa y porque “nos están engañando”. Pero curiosamente esas mismas personas antes, e incluso ahora, consumían drogas “ilegales”, que como todos sabemos se fabrican en maravillosos laboratorios marroquíes o colombianos con un estricto control de la calidad y a las que no se añaden todo tipo de aditivos peligrosos para la salud. También lo dice gente que se “cicla” en gimnasios con productos comprados en webs chinas de toda confianza.

Con esto, obviamente, no estoy diciendo que las vacunas no puedan tener efectos adversos, pero sí que el rechazo actual no es fruto de un debate serio sobre los mismos. Responde a miedos producidos por una situación de incertidumbre y, también, por una desconfianza muy marcada en España hacia la política y los políticos. En todo caso, en esto de las vacunas existe una palmaria contradicción: queremos superar el Covid, pero sin vacunarnos, sin utilizar mascarillas, sin restricciones a la movilidad, sin confinamientos… Pues díganme, señores y señoras, ¿cómo se hace eso?

Otro aspecto que me ha llamado la atención es lo apegado que estamos a nuestras costumbres, aunque puedan resultar contraproducentes. Cuando se cerraron los colegios, institutos y universidades apenas hubo contestación social. Pero cuando se decretaron medidas que limitan la actividad en bares y restaurantes, la cosa cambió. Es algo que no deja de sorprenderme, al igual que la obsesión con las terrazas. Me recuerda a la escena final de la película 1 Franco, 14 pesetas, donde la solución a todos los graves problemas de una familia de emigrantes retornados al país se encuentra en pasear por la Gran Vía y tomarse una caña en una terraza.

Y no es que yo no fuese usuario de bares y restaurantes, que lo era. Pero puedo prescindir de ellos antes una alarma sanitaria. De hecho, prácticamente no los he frecuentado durante este año. Entiendo los nervios de los hosteleros y restauradores, porque estos procesos pueden implicar un cambio de costumbres. Podría ocurrir que los españoles que no van a los bares se den cuenta que no es necesario dejarse tanta parte de sus ingresos en los mismos. Los jóvenes ya desertaron y se pasaron al botellón. ¿Y si lo hacen los adultos y deciden montarse sus fiestas, mucho más baratas, en espacios privados como ocurre en el resto de Europa?

Incluyo, por último, una entrada que hice sobre un artículo que ligaba la ciudad de Leganés con una mayor incidencia del Covid por ser una ciudad “de clase obrera”. Trataba de mostrar que esos análisis “pseudosociológicos” no acertaban apenas nada:  

“Leganés como el Bronx. Desde luego, no hay como escribir con brocha gorda. Leganés es una ciudad colindante con Madrid que, en efecto, creció sobre todo durante los años 60, 70 y 80 sobre todo con inmigrantes procedentes de las dos Castillas y Extremadura. Sin embargo, pintarla como una ciudad de clase baja o algo así es no saber demasiado del tema. Vamos por partes.

a) En efecto hay barrios con un nivel socioeconómico medio o bajo, como San Nicasio o Zarzaquemada, pero otros tienen un nivel medio e incluso alto. En algunos barrios la renta media está por encima del 90% de la Comunidad de Madrid, una de las comunidades más ricas de España. Comparable a algunas de las zonas más acomodadas de la capital. De hecho, muchos de los hijos de esos inmigrantes tuvieron que comprar viviendas en municipios más al sur de la capital, porque los precios inmobiliarios se dispararon durante los años del boom.

b) Otro indicador es la esperanza de vida. Hace no muchos años el municipio salía en el mismo periódico en el que escriben estas autoras señalando que tenía una de las esperanzas de vida, tanto para hombres como para mujeres, más altas de Europa.

c) Es verdad, por otro lado, que es una de las poblaciones más afectadas por el Covid-19. Sin embargo, reducirlo todo a un asunto de clase es algo simplista. Zarzaquemada, por ejemplo, es uno de los barrios más poblados del municipio, con una renta media-baja, y una de las densidades de población más altas del continente europeo. Allí se han producido bastantes casos. Es un barrio, por otro lado, muy envejecido. Habría que ver qué factor ha afectado más.

d) Tampoco se menciona que en el municipio hay 8 residencias de ancianos. En una de ellas murieron casi 100 personas. De hecho, en residencias han muerto unas 260 personas. Prácticamente la mitad de los fallecidos.

En definitiva, un artículo muy deficiente. Y no es cuestión de orgullo localista o un chovinismo de la “patria chica”, sino de simple respeto a la realidad”.

En fin, y por concluir, también se dijo que la pandemia nos haría mejores personas. En El Mundo se recogía el siguiente titular: “Condenan a un hombre a pena de muerte en Singapur a través de una videollamada de Zoom”. Mucho mejores, sin duda.



Rosalía y la apropiación cultural

Actualidad Posted on Sun, November 11, 2018 21:27

Una joven cantante llamada Rosalía ha sacado un disco en el que fusiona en flamenco con el Trap y, entre otras, la música electrónica. Es un disco brillante, creo, y además ha tenido éxito. Sin embargo, se han oído voces que dicen que Rosalía se ha apropiado de la cultura andaluza o gitana. Una cantante de rap como la Mala Rodríguez ha llegado a decir en una entrevista que Rosalía “está haciendo uso de ciertas cosas que pertenecen a la identidad del pueblo andaluz y de la comunidad gitana” (ABC, 27-07-2018, cursiva mía). Esto, la verdad, me produce una cierta desazón, porque el tema de la cultura en España no es en absoluto sencillo.

Intentaré, en los breves párrafos que siguen, clarificar este asunto de la apropiación cultural. Por apropiación cultural podemos entender de un modo directo el caso de una persona que se apropia de una obra concreta de otra. Esto afecta negativamente al autor en dos sentidos. El primer hace referencia al derecho moral de ser identificado como el autor de la obra. Los profesores universitarios, valga el ejemplo, por lo general no cobramos por los artículos que publicamos. Sin embargo, esperamos que nos citen cuando son utilizados. En caso contrario hablamos de plagio. Nuestra recompensa es el hecho de ser conocidos como autores de un análisis específico o de una teoría concreta. Las personas que se apropian de este trabajo sin reconocer al autor están atentando conta su prestigio y honor.

El segundo tiene que ver con el derecho a obtener una recompensa económica por un trabajo de creación cultural. Cuando alguien plagia el argumento de una novela, utiliza la base de una canción o copia un guion de una película sin el permiso del autor y recibe una recompensa por ello está apropiándose del trabajo de otra persona o de un conjunto de personas. En este caso la apropiación cultural atentaría contra la remuneración que los creadores culturales reciben por su trabajo.

En ambos casos, la apropiación de una obra concreta y específica, con un autor identificado, ataca a uno de los principios de las democracias liberales: la meritocracia. La legitimación de la desigualdad de recompensas, materiales o simbólicas, en este tipo de sociedades descansa en el trabajo de los individuos. Cuando alguien se apropia de su producción cultural de otra persona u organización y la presenta o explota como algo propio está simplemente robando (un asunto diferente, y fuente de discusiones, es el tipo, importe o la duración de esas recompensas).

Pero, temo, la polémica en torno a la apropiación cultural en el caso de Rosalía no va por ahí −aunque, como comentaré al final, el beneficio económico subyace a ese planteamiento−. En ese caso, creo que la idea es la siguiente: hay expresiones culturales que pertenecen a un pueblo, etnia, región o país y solo los que pertenecen a esa colectividad pueden explotarlas. Esta idea, sin duda, es más interesante desde el punto de vista sociológico. En este caso, la idea es que un género como el flamenco pertenece a, la Mala dixit, “la comunidad gitana” o al “pueblo andaluz”. Y, en consecuencia, solo ellos pueden explotar dicho género.

Este tipo de asertos tiene mucho que ver con la deriva del nacionalismo en nuestro país, y en muchos otros, y a las políticas de identidad cultural. Los movimientos políticos regionalistas y nacionalistas tras el descrédito de las teorías raciales posterior a la Segunda Guerra Mundial, buscaron su base en la idea de una cultura regional o nacional de carácter esencialista. En consecuencia, las expresiones culturales de dichas regiones y pueblos tuvieron que solidificarse e inventariarse. Es decir, convertirse en algo sustantivo en lo cual basar las reivindicaciones políticas. Y eso implicaba negar, o al menos minimizar, los fenómenos de fusión, hibridación y superación de fronteras que son consustanciales a todo fenómeno cultural.

Al final, claro está, se termina pensando que la cultura “pertenece” a algún tipo de colectivo. Y que solo ese colectivo tiene derecho a explotar los fenómenos que le son propios. Solo  los andaluces o los gitanos pueden hacer flamenco o versionar el flamenco. Este tipo de argumentos suenan bien al oído acostumbrado a la retórica nacionalista (ese nacionalismo banal). Sin embargo, caen por su propio peso. El rock and roll surgió entre la comunidad negra de los Estados Unidos, posteriormente se difundió entre el resto de la población de ese país y más tarde en todo el planeta. De hecho, ese género musical se practica en todo el mundo y ha sido fusionado con todo tipo de músicas locales. ¿Considerarán los afroamericanos que los blancos estadounidenses se han apropiado de su cultura musical? ¿Creerán los estadounidenses que el resto del mundo se ha apropiado de su cultura? ¿Solo los estadounidenses, o solo los negros estadounidenses, pueden hacer rock and roll y lucrase haciéndolo?

Si la respuesta es afirmativa propondría la creación de una “Denominación de origen protegida (DOP)” para la música. Así, las canciones de la Mala Rodríguez en Spotify podrían llevar la etiqueta “Sonidos de Andalucía”, pues ella es andaluza, y las de Rosalía no, ya que es catalana. También incluso podríamos exigir a las autoridades, llevando el argumento más allá, que legislen para que los que no son andaluces o gitanos no puedan hacer flamenco. En ambos casos podemos preguntarnos: ¿mejorará algo la calidad de la música que se hace?, ¿tiene algo esto que ver con la creatividad cultural?, o ¿debemos impedir que haya bailaores y cantaores japoneses? Vuelvo brevemente al tema económico, como dije antes, ¿no subyace en este planteamiento cierto proteccionismo económico?

Resumo y concluyo. La apropiación cultural parece negativa, desde un punto liberal o socialdemócrata, cuando se trata del robo de creaciones individuales o colectivas con nombres y apellidos: la novela de la escritora x o una canción del grupo y. Porque son de un modo directo los creadores de ese producto cultural (siempre, sea dicho de paso, apoyados en los hombros de gigantes de autores y tradiciones anteriores). Sin embargo, que un cuerpo indefinido como una etnia, una región o una nación se arrogue la titularidad de todo un género cultural es, cuanto menos, peliagudo (cuando una multinacional se queda con los derechos de autor de una canción popular nos tiramos de los pelos). ¿Debería el Estado español demandar a Terry Gilliam por haber hecho una película titulada El hombre que mató a Don Quijote? ¿No deberían ser solo los españoles los únicos con derecho a producir películas sobre nuestro más insigne antihéroe?

Menos mal que los creadores, los auténticos creadores, no reconocen las fronteras.



Analíticos y narrativos

Actualidad Posted on Fri, August 03, 2018 15:33

Dentro de la sociología, diría
que incluso dentro de las ciencias sociales, existe una disputa entre aquellos
que consideran que la disciplina debe ser analítica y los que la ven más como
una narración. Para los primeros, y su apuesta por la “teoría social analítica”,
la disciplina debe centrarse en la búsqueda de explicaciones causales. Estas
explicaciones proporcionan resultados modestos y generan teorías de rango medio
(véase, por ejemplo, el interesante manual de Francisco Linares Martínez, Sociología y teoría social analíticas,
Madrid, Alianza, 2018). Su medio de difusión preferido es el artículo
científico (el paper). Los segundos,
por el contrario, mantienen que la sociología debe preocuparse de hacer
comprensible el mundo para las personas y de generar una narración que así lo
permita. Producen largos relatos, habitualmente en forma de libro, con vividas
descripciones y contextualizaciones de las tesis expuestas.

Con frecuencia, los primeros
acusan a los segundos de generar una sociología débil y poco científica: de
hacer literatura en vez de ciencia. Los segundos a los primeros de producir una
sociología centrada en pequeñeces que dificultan hacerse una imagen del mundo
social en el cual vivimos.

Estoy terminando de leer la excelente
y voluminosa obra de Robert Bellah La
religión en la evolución humana
(Madrid, CIS, 2017). Este, sin rechazar el
pensamiento científico, al cual se adscribe, piensa que la narración es
necesaria. Forma parte del modo de pensar de los seres humanos y, por tanto, es
necesaria incluso para transmitir la ciencia. En sus propias palabras:

“La narrativa, en resumen, es más
que literatura, es el modo en que entendemos nuestras vidas. Si la literatura
simplemente proporcionase entretenimiento entonces no sería tan importante como
es. (…) La narrativa no es solo el modo en que comprendemos nuestras
identidades personal y colectiva, es la fuente de nuestra ética, nuestra
política y nuestra religión. (…) La cultura mítica (narrativa) no es un
subconjunto de la cultura teórica [la ciencia], no lo será nunca. Es más vieja
que la cultura teórica y sigue siendo hasta hoy un modo indispensable de
relacionarse con el mundo” (p. 354).

Este es un debate que, temo, se
encuentra lejos de una solución. En la actualidad parece que la
universidad y la comunidad investigadora está siendo conducida hacia los
presupuestos analíticos: hay una apuesta por el artículo científico frente al
libro, y por los modelos cuantitativos frente a los cualitativos. Sin embargo,
en las librerías se ve poca sociología analítica y mucha sociología narrativa.
El éxito de Zygmunt Bauman, por ejemplo, así lo atestigua. Hace poco leía que
el artículo científico medio tenía aproximadamente 17 lectores. Algo irrisorio
si lo comparamos con los millones de libros vendidos por Bauman.

El impacto social de James S.
Coleman, como gran representante de la sociología analítica, es mucho menor
fuera del ámbito estrictamente científico (incluso, dentro del mismo, es discutible que su impacto no sea menor que el de otros sociológos más narrativos). Quizá por eso Salvador
Giner
en un comentario al número monográfico que la Revista Internacional de Sociología dedicaba a
la sociología analítica, decía que veía complicado que las aportaciones de Weber,
Marx o Durkheim se circunscribieran al planteamiento limitado de la
sociología analítica. Y es así porque estos autores, y muchos otros, han creado
el marco narrativo que nos permite comprender y manejarnos en la sociedad
moderna. Nada comparable a lo que puede ofrecer una sociología limitada a sus
aspectos analíticos.

Con esto último, y esta es
simplemente mi visión, no se niega la validez de lo analítico. De hecho, toda
disciplina científica lo es. Simplemente que hasta la teoría analítica más
compleja ha de integrarse en una narración. De hecho, como recuerda Robert
Bellah, algunas de las teorías científicas de la física o la biología con más
apoyo y recorrido: el Big Bang o la teoría de la evolución, han generado su
propia narrativa. Esto no impide que sean plenamente científicas y que sus
postulados sean objeto de “falsación”. La sociología, creo, debe seguir esta
senda, ser rigurosa y científica y, al tiempo, generar narraciones que ayuden a
las personas a vivir en el complejo mundo social que nos rodea.



La economía castizo-irracional durante el boom inmobiliario

Actualidad Posted on Mon, May 29, 2017 19:11

Leyendo el capítulo que Schumpeter dedica a Böhn-Bawerk en 10 grandes economistas: de Marx a Keynes (Madrid,
Alianza, 1976), encuentro la siguiente teoría económica: “el valor de los
bienes presentes es por lo menos igual al de los futuros, y por lo general
existe en todo sistema económico un exceso de valor de los primeros bienes
respecto a los segundos” (1976: 248). El caso es que esta teoría me ha hecho mucha
gracia al recordarme una anécdota del pasado.

Hace muchos años, cuando andábamos buscando casa, acudí con
mi novia, hoy mi esposa, a una feria inmobiliaria en Madrid. Eran los años de
la locura y conseguir un piso decente a un precio que pudiera pagar un profesor
ayudante era prácticamente imposible. Al menos, claro está, sin endeudarse
durante cuarenta años.

Pues bien, estando en dicha feria, acudimos a un stand donde
nos enseñaron los planos y una representación tridimensional de unos apartamentos
en una zona de nuestro gusto. El problema surgió cuando le pregunté el precio
al vendedor. Eran carísimos y, lo más extraño, eran más caros que la vivienda
ya construida en esa zona –como he dicho, era de nuestro gusto, y ya habíamos
realizado algunas pesquisas–. Cuando se lo hice notar al vendedor, este me
contestó muy serio:

– Claro, es que los pisos sobre plano son más caros que los
ya construidos. Puedes mirar en cualquier otro sitio.

Me dejó sin palabras, sobre todo por su aplomo al contestarme.
Mi teoría en ese momento es que debía ser justo al contrario. Debían ser más
baratos porque el comprador adelantaba dinero durante tres años para adquirirlos
y lo correcto es que el precio fuese menor para compensar, de un lado, el
riesgo y, de otro, el costo de vivir de alquiler durante esos tres años. Cuando
le dije esto al vendedor me miró como diciendo: “Mira chaval, tus teorías me
sobran, el que sabe soy yo, y eso no es así”. Al final no compramos el piso.

Esta teoría de Böhn-Bawerk me ha recordado ese momento. En
la España del boom, cuando todos éramos ricos, hasta las teorías de afamados
economistas eran puestas en duda por cualquier vendedor de pisos. En otro
momento contaré cuando en una agencia inmobiliaria me intentaron convencer, sin
mucho éxito, de que los “pisos no bajan nunca”. Aquella vendedora, además de
despreciar mi salario como profesor universitario, habían inventado la ley de
la inmutabilidad de los precios inmobiliarios. La realidad, pese a esa ley tan
castiza, siempre se impone.



Anarco-capitalismo y anti-capitalismo

Actualidad Posted on Fri, April 28, 2017 09:07

Existe una narrativa sobre el capitalismo para la
cual este es un orden espontáneo. Surge de los miles de intercambios entre
individuos particulares que configuran una entidad llamada mercado. El mercado,
afirma este relato, sería una realidad auto-organizada surgida de las
interacciones entre intereses particulares. El homo economicus es capaz de procesar toda la información disponible
de modo racional y tomar decisiones defendiendo sus intereses particulares para
maximizar su riqueza. Este comportamiento lejos de llevar a una guerra de todos
contra todos, permite la aparición de un orden fruto de la confluencia de estos
intereses contrapuestos. El mercado sería el nombre con el cual se conoce este
hecho. Frente al mismo se encontraría el estado, una realidad construida desde
arriba utilizando, de un modo explícito o soterrado, la violencia física.

En todo caso, esta narrativa siempre ha mantenido
que el estado se contrapone al mercado. El primero es una entidad extractiva
mientas que el segundo sería una realidad generadora de riqueza. En sus
versiones más extremas, que podemos denominar anarco-capitalistas, se plantea
que el estado podría desaparecer o quedar reducido a una mínima expresión que
ayude a reglamentar el mercado allí donde este no llegue. El mercado sería una
forma de organización social adecuada para regular todas, o al menos la mayor
parte, de las relaciones sociales de un modo más eficaz y pacífico que el
estado.

Este discurso no es nuevo y es bien conocido.
Frente a él aparece otro discurso que aceptando sus premisas pretende invertir
la ecuación. Para el anti-capitalismo, el mercado sería una realidad que
esconde una profundad explotación. Los dueños del capital construyen sus
fortunas sobre la desgracia de los menos afortunados. Y lo hacen, además, con
cartas marcadas, pues el estado lejos de oponerse al mercado es una
construcción del mismo. Los políticos serían simples ayudantes de los dueños
del capital. La única forma de solucionarlo sería que los oprimidos se hagan
con el control del estado, el cual puede imponer sus tesis porque controla los
medios para ejercer la violencia física, y hagan desaparecer el mercado o, en
una versión más suave, consigan la propiedad y el control del mismo. El estado,
en todo caso, se haría con las funciones ejercidas antes por el mercado.

Ambas versiones son, a mi modo de ver, contradictorias
en su relación con el estado: para la versión liberal el estado es un enemigo
del mercado mientras que para el anti-capitalismo es su amigo, en un primer
momento, y un vehículo para su control o desaparición, en un segundo momento.
Ambas versiones, sin embargo, comparten un presupuesto común: una supuesta
tensión constitutiva entre el estado y el mercado. El mercado trata de
minimizar o hacer desparecer el estado en la versión anarco-capitalista. El estado,
una vez controlado por los desposeídos, combate el mercado en la versión
anti-capitalista.

La
realidad de esta relación, sin embargo, según múltiples recuentos no obedece a
este planteamiento tan simple. Como afirmaba Karl Polanyi, aunque el sistema
económico se separó durante el siglo XIX del resto de esferas sociales, eso no
implicaba que los estados fueran independientes de los mercados. De hecho, las
relaciones entre mercados y estados aúnan cooperación y competencia. En el
fondo, la separación del sistema económico del resto de esferas sociales
solamente pudo hacerse con el apoyo entusiasta del estado. Como argumentan
convincentemente Patrick Iber y Mike Konczal a propósito de la obra de Polanyi:

“Los mercados y el comercio de mercancías son parte
de todas las sociedades humanas, pero para llegar a una sociedad de mercado en un sentido significativo (lo que algunos
simplemente llamarían capitalismo) estas mercancías ficticias tienen que estar
sujetas a un sistema más amplio y coherente de relaciones de mercado. Esto es
algo que solo se puede lograr mediante la coerción y la regulación del Estado.
Por ejemplo, las tierras, antes poseídas
en común por miembros de una comunidad, son parceladas y privatizadas, convirtiendo
la tierra en una mercancía”.

Sin la participación del estado, el sistema de mercado
no se habría podido desarrollar tal como lo conocemos hoy día. Por ese motivo,
considero que la postura anarco-capitalista es incoherente, pues olvida que,
aunque los mercados y el intercambio comercial han existido siempre, el sistema
de mercado, esto es, la primacía de los mercados a la hora de organizar las
relaciones económicas solamente apareció bajo el manto de un sistema estatal
ampliamente desarrollado. Por el mismo motivo, considero que la postura
anti-capitalista también yerra en su objetivo. ¿Por qué el estado ha de
eliminar un sistema creado por el mismo? ¿Qué se gana con la operación?
¿Conocemos un sistema mejor para organizar las relaciones económicas? El
estado, como entidad que ha contribuido a la creación del sistema capitalista,
debe implicarse en su gestión, de modo que se controlen sus elementos más
disfuncionales y se potencien sus virtudes. La idea es construir una economía
de mercado a nuestra medida, no permitiendo los excesos de un sistema que se
cree ajeno al resto de la sociedad cuando no es más que una de sus dimensiones.

Es cierto que sería posible construir un sistema
económico bajo unas premisas completamente diferentes, como plantean los
anticapitalistas. El problema es saber donde nos llevaría el intento. ¿Debemos
sacrificar los logros actuales en pos de una arcadia feliz? En todo caso, los
mapas para llegar a la misma en estos momentos brillan por su ausencia y los
del pasado generaron verdaderos monstruos antihumanos. Hay mucha crítica a los
desmanes del sistema capitalista –algunas de ellas, la verdad, justificadas–,
pero pocas ideas originales para solventarlos y muchos menos un empeño en
luchar políticamente por su consecución. Los objetivos maximalistas, como un
supuesto futuro sin capitalismo, esconden una parálisis política preocupante.

Lo cierto es que los logros históricos del
anti-capitalismo son magros. Los logros de la social-democracia en su intento
por construir un sistema de mercado acorde a los valores y principios
ilustrados son mayores. Esto no implica minusvalorar las posibilidades de
cambio, pero tal vez sea más sensato hacerlo desde la plataforma de lo que ya
funciona de un modo razonablemente exitoso.



Trump y la (pseudo)revuelta de las clases medias

Actualidad Posted on Sat, January 28, 2017 17:54

Cuando veo la televisión y
escucho argumentos sobre el triunfo del actual presidente estadounidense Donald
Trump utilizando términos como populismo, neo-fascismo o racismo, me suelo
quedar un poco perplejo. Porque, la verdad, creo que la gente no vota o deja de
votar a un individuo por ser alguna de esas cosas. Siempre he pensado que en
general votamos a personas con la intención de que resuelvan los problemas de
nuestras vidas. Luego, claro está, las promesas pueden o no cumplirse y las
soluciones propuestas pueden funcionar o fracasar estrepitosamente.

La pregunta sería, por tanto,
¿qué ha llevado a tantos estadounidenses a votar a un personaje como Donald
Trump? Y digo personaje, pues me recuerda al ya fallecido y castizo Jesús Gil y
Gil. La respuesta, creo, se encuentra en el modo de vida de las clases medias y
populares en la economía global. Intento explicar esto. Desde los años ochenta
del siglo pasado la economía mundial se interconectó y transformó la estructura
productiva del capitalismo global (un fenómeno, por otra parte, que venía de
lejos). Lo cual tuvo consecuencias en las relaciones laborales (relaciones
laborales post-fordistas) y, por tanto, en el modo de vida de las personas.
Estas transformaciones han beneficiado a algunas personas y han perjudicado a
otras. ¿Quiénes son los ganadores y perdedores dentro de las economías
avanzadas?

El economista Branko Milanovic,
especialista en desigualdad económica, ha popularizado la llamada “gráfica del
elefante”, con la cual trata de mostrar cuales han sido los ganadores y
perdedores de la economía globalizada. En la misma, se muestra que los menores
crecimientos se han producido entre las clases medias de los países ricos. Los
ganadores en esta economía global serían las clases medias de los países en
desarrollo y los más ricos.

Por tanto, en una economía
desarrollada como la estadounidense, los ganadores serían las elites con
mayores rentas y los perdedores las clases medias y populares. Todas las
estadísticas muestran, en efecto, que en Estados Unidos la diferencias entre
los ricos y el resto de la población han aumentado muchísimo en este periodo. Como
afirmaba Tony Judt en Algo va mal:

“Las consecuencias están claras.
La movilidad intergeneracional se ha interrumpido: al contrario que sus padres
y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas
expectativas de mejorar las condiciones en las que nacieron. Los pobres siguen
siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala
salud, oportunidades educacionales perdidas y –cada vez más– los síntomas
habituales de la depresión: alcoholismo, obesidad, juego y delitos menores” (Madrid,
Taurus, 2011: 28).

Se podría argumentar, con razón,
el valor positivo de la globalización en un cómputo general. Es verdad que las
clases medias de la India o China han mejorado, pero esto resulta de escaso
consuelo para un trabajador estadounidense que ve disminuir su nivel de vida. Y
Trump entra aquí con una retórica nacionalista y proteccionista. Ofreciendo
soluciones, sean estas reales o no, frente a la rica élite globalista (de la cual,
sin duda, forma parte).

Todo esto no es nuevo. En el
pasado ya ocurrió algo parecido. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX
existió un periodo de alta interconexión económica mundial, la llamada primera
globalización. Las Guerras Mundiales terminaron con este periodo de
globalización. Karl Polanyi en 1944 publicó La
gran transformación
, donde explicaba que el sistema de libre comercio
propio de la primera globalización producía graves dislocaciones sociales.
Había grupos beneficiados y otros claramente perjudicados. Estos últimos
intentaban “auto-protegerse”. Los movimientos políticos y las guerras
mundiales, entendía Polanyi, eran consecuencia en buena medida de ese intento
de las sociedades de protegerse frente a los cambios producidos por esa
globalización. La retórica nacionalista y xenófoba escondía intereses de clase
frente a una economía global altamente interconectada.

Con esto, obviamente no pretendo
equiparar ambas situaciones (la historia, temo, no se repite ni al modo de una
comedia, cada situación es única). Solamente afirmo que una economía altamente
globalizada, aunque sea beneficiosa para el conjunto de la población, genera
ganadores y perdedores en el nivel local. Y los perdedores pueden producir graves
distorsiones sociales. Una de las causas del triunfo de Trump, entre otras sin
duda, es la situación de las clases medias y populares estadounidenses en una
economía global altamente interconectada.

Un asunto diferente, sobre el cual
aún tengo dudas, es hasta donde llegará Trump. ¿Será capaz de modificar el
statu quo económico mundial o se quedará en la parte más visible de sus
promesas (el “muro” y demás)? Sin estar seguro, temo que producirá sufrimiento
entre los más vulnerables y apenas inquietará a las elites globales. Su
gabinete económico proviene mayoritariamente de la industria financiera de Wall
Street. No los veo tirando piedras contra su propio tejado.



Brexit

Actualidad Posted on Fri, June 24, 2016 15:59

El mundo global en el que vivimos está dividido en grandes bloques
regionales. El Brexit debilita uno de ellos: la UE. También al RU, claro
está. Si finalmente terminan rompiendo con la UE (no descartemos aún
algún tipo de acuerdo que permita su “reincorporación” en el medio plazo
tras la actual tormenta nacionalista) no lo notarán demasiado al
principio, sino en el largo plazo. Supongo que en ese caso para
compensar firmarán algún tipo de acuerdo con los EEUU, que les permita
seguir operando en el mundo (lo de la “commonwealth” está bien como
reminiscencia del Imperio, pero no es suficiente). La idea de ser un
estado “soberano” es muy atractiva, pero en un planeta tan
interconectado los estados solamente pueden luchar por definir su grado
de dependencia y la posición para negociar con los demás actores.

En todo caso, el futuro es incierto. Esto es lo que pasa cuando uno se
abandona a una religión laica como el nacionalismo, que persigue fines
colectivos sin reparar en los medios o en la situación de los individuos
concretos. Si fuese británico ahora me preguntaría: “nos vamos, ¿y
ahora qué?”.

Lo peor de todo es que nadie, y digo nadie, ha sido
capaz de explicar convincentemente las ventajas de la unión. Los
políticos europeos no han dado la talla. Cuenta la leyenda que hasta
Genghis Khan consiguió unir a las belicosas tribus de mongolia usando el
ejemplo de una flecha aislada, facil de romper, frente al haz de
flechas que nadie podía quebrar.

De todos modos, conviene no
volverse locos. La UE sin RU es menos Europa, pero no está liquidada.
Hoy todos los grupos nacionalistas y populistas europeos saltarán de
alegría, pero eso no significa que sus países vayan a seguir los pasos
del RU.



Antieuropeísmo

Actualidad Posted on Thu, June 09, 2016 17:36

Hay una cosa que no soporto de muchos
sectores de llamada “nueva política”: su antieuropeísmo. Yo siempre he
defendido la idea de una Europa unida y que, vista nuestra historia, España está
mejor dentro de una unión que fuera. Entramos en la Unión Europea (UE) como es
bien sabido en 1986 junto a Portugal. Durante mucho tiempo la mayor parte de
los españoles vio con buenos ojos nuestra incorporación a la misma, ya que de
un lado colmaba nuestros anhelos de formar parte del sistema decisorio del que
se habían dotado los países de nuestro entorno;
y de otro lado nos ayudaba a converger económica y socialmente con los
países más ricos del mundo. A este sentimiento sin duda contribuyeron los
160.000 millones de euros que recibimos a través de los fondos estructurales y
de cohesión. En la actualidad, llegados a cierto nivel de convergencia con la
UE, ya no recibimos dinero, sino que debemos aportarlo.

Como decía, ahora hay una fuerte
ola de escepticismo respecto a la UE coincidiendo con la crisis económica y con
las obligaciones económicas que nos impone. La idea que subyace, a veces
incluso la he leído y escuchado explícitamente, es que España no ha ganado nada
con la incorporación a la Unión Europea y que estaríamos mejor solos de nuevo. La
verdad es que muy pocos datos objetivos corroboran esta afirmación. Algunos
datos sobre España desde su incorporación a la UE hasta la actualidad nos
ayudarán a verlo.

Entre 1986 y 2016 el PIB de España
se ha cuadruplicado hasta llegar al billón de euros actuales. El PIB per cápita
era de 6.299 y en 2015 es de 23.300 euros. En el primer año la renta española
era el 72% de la renta media de la UE12, mientras que en la actualidad es del
94% de la UE28. La esperanza de vida al nacer en 1986 era de 76 y en 2016 es de
83 años.

Durante 1986 la tasa de desempleo
era del 21% y la tasa de desempleo juvenil se situaba cerca del 45%. En 2016 la
tasa de desempleo es del 21% y la tasa de desempleo juvenil es del 45%. Estábamos
mal, mejoramos mucho durante un tiempo, y hemos vuelto al punto de origen. Eso
sí, la población empleada era de unos 12 millones de personas, en una población
de 38,5 millones, mientras que en 2016 es de unos 18 millones para una
población de 46 millones de personas. Es decir, en 1986 trabajaba un 31% mientras
que en 2016 lo hace un 39% de la población española.

El Salario Mínimo
Interprofesional ha pasado de los 241 a 748 euros mensuales entre 1986 y 2016.
Es decir, se ha triplicado. Esto contrasta con el crecimiento del PIB, ya que
la riqueza se ha cuadruplicado mientras que el SMI solamente se ha triplicado.

Creo suficientes estos datos,
aunque sería viable aportar otros en la misma línea. Se podría objetar, con
razón, que solamente presento los datos positivos y obvio los negativos. Es
cierto. Pero no se podrá negar que son datos importantes: vivimos más, trabaja
más gente (aunque el problema del desempleo es estructural), somos más ricos y
hemos recibido enormes sumas de dinero desde que entramos en la UE. También se podría argumentar que habríamos conseguido todas esas cosas sin entrar en la UE. Es una idea, aunque visto nuestra recorrido anterior es difícil creerlo.

Las críticas, sin embargo, suelen
centrarse no tanto en la mejora general de la economía y las condiciones de
vida, sino en la pérdida de soberanía política y económica. Empezaré por esta
última. He llegado a escuchar que estaríamos mejor con una economía “no
intervenida” por la UE en la cual “los españoles” tuviesen soberanía sobre su
economía y su moneda. Existe, en este sentido, una añoranza de la peseta. Una
moneda propia nos permitiría tener una economía “autónoma” y superar las
dificultades actuales. En esto hay una mezcla de verdades y mentiras porque en
economía, como en tantas otras cosas, nada es absolutamente cierto. Es verdad
que tener una moneda propia permitía devaluar la moneda y ganar competitividad.
Pero también es cierto que cuando se devalúa una moneda todos pierden, ya que
los ahorros y los salarios se deterioran, y la inflación suele dispararse. Además,
los datos históricos tampoco invitan al optimismo. A principios de los años 80,
también bajo una intensa crisis internacional, estando fuera de la UE y con
nuestra propia moneda no lo hicimos demasiado bien. En 1980 la inflación
rondaba el 15% (Alemania el 5%) y las tasas de interés estaban en el 18%
(anoten este dato los hipotecados actuales). También se olvida que en la
actualidad en 70% de nuestro comercio se realiza hacia otros países de la UE.

No creo, la verdad, que una
moneda propia o una mayor autonomía económica respecto a la UE sea ninguna
panacea. Esto no me impide, claro está, ver las disfunciones de nuestro sistema
económico, pero desde mi punto de vista se superarían con una mayor integración
(Unión Bancaria, Eurobonos, etc.), no con una salida (estilo “Brexit”). Otra
crítica, creo que con más recorrido, se centra en la pérdida de soberanía política
y, sobre todo, en el déficit democrático de la UE. En esto concuerdo con los
críticos, ya que Europa necesita más democracia y menos tecnócratas en la toma
de decisiones. La ciudadanía no puede estar invitada a un banquete en el cual
no tiene voz. Esto, sin embargo, me puede volver escéptico, pero no anti-europeísta.
No creo que debamos desmontar el chiringuito, es necesario reformarlo.

Lo que más me molesta, sin
embargo, no es la crítica razonada al proyecto europeo. La discusión racional
permite avanzar. Lo realmente molesto es esa soberbia de nuevo rico que detecto
en muchos de los críticos, incluso entre gente educada. A veces olvidamos que
las carreteras por las que circulamos y los AVE en los que viajamos no los
hemos pagado nosotros, al menos completamente. También olvidamos que antes el
programa Erasmus no existía y que solamente podían estudiar fuera de su país
los más acomodados. Olvidamos que las vacaciones en París o Berlín eran una
rareza. Olvidamos que los europeos hemos estado en guerra constante durante
siglos los unos con los otros (y los españoles con casi todos). En fin, la UE
no es un remedio para todo, pero si es algo que merece la pena defender.



De cocineros y chefs

Actualidad Posted on Sat, February 20, 2016 16:38

Hace algunos siglos la noción de
artista no se había desarrollado tal y como la entendemos en la actualidad. Las
llamadas “bellas artes” estaban en las manos de artesanos que con más o menos
maña producían pinturas, estatuas o sonatas. De hecho, la profesión de pintor,
escultor o músico no estaba muy bien valorada. Sino que se lo pregunten a Velázquez,
hoy de moda gracias la serie El Ministerio del Tiempo. Cuando intentó entrar en
la Orden de Santiago tuvo que presentar más de 100 testigos que afirmaron que
nunca había recibido dinero por un cuadro. Las artes estaban ligadas al trabajo
manual que, como es sabido, en las sociedades preindustriales siempre había
sido despreciado por las elites.

La llegada de la modernidad
modificó esta situación. El trabajo artístico comenzó a ser revalorizado, sobre
todo cuando era creativo frente a la repetición y monotonía de la producción
industrial. Apareció un nuevo tipo social: el artista, como un creador genial,
auténtico e innovador. Las elites comenzaron a considerar que la carrera
artística era un trabajo adecuado para sí mismas, mientras que las monótonas y
rutinarias ocupaciones artesanales –ahora más rutinarias debido a la mecanización–
se siguieron dejando en manos de las clases populares.

Esta pequeña introducción me
sirve para contextualizar el fenómeno de los “cocineros estrella” que llenan
portadas de revistas y tiene espacio garantizado en las televisiones. La
cocina, al menos en España, siempre había sido considerada un oficio. Es decir,
los cocineros y las cocineras eran artesanos que producían un frugal y
apreciado bien. Pero desde hace poco tiempo asistimos a la inclusión de la cocina
dentro de las actividades artísticas. Existen cocineros-artesanos, presas del
oficio, y cocineros-artistas, que innovan y crean “experiencias culinarias”.
Los primeros aprendían el oficio bien en el “tajo” o en cursos de la denostada Formación
Profesional. Los segundos aprenden a crear “sensaciones” en modernas
Universidades Culinarias, seguidas de un largo periplo formativo por los mejores
restaurantes del mundo (santificados por la Guía Michelín).

Parece claro que las divisorias
de clase siguen esta tendencia. Una buena familia vería de mal que sus vástagos
fuesen cocineros, pero no tanto que llegasen a ser chefs creativos. Me contaba
un amigo, cocinero de profesión, que existen agencias de “headhunters” que persiguen a esos chefs para crear o dirigir nuevos
proyectos. Son, en definitiva, un colectivo en alza que puede codearse con
otros artistas sin mucho rubor. Crean incluso un nuevo lenguaje en torno a sus
realizaciones: “experiencia culinaria”, “finger-food”, “lienzos”, “sensaciones”,
“maridaje”, “hibridación”, “laboratorios de ideas” y un largo etcétera.

No entro a valorar las bondades
de la alta cocina frente a la cocina tradicional. Tampoco al artista frente al
artesano. Me llama la atención, sin embargo, la conversión en arte de una
artesanía. Y los procesos de mitificación asociados a la misma.



Concepciones del derecho

Actualidad Posted on Mon, January 04, 2016 14:25

Leía hace unos días la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi (“Los
salvados y los hundidos”, Barcelona, Península, 2015), donde citaba un verso
del poeta Christian Morgenstern que se ha convertido casi en un proverbio alemán:

Nicht sein kann, was
nicht sein darf
. (No
pueden existir las cosas cuya existencia no es legal).

La verdad es que lo que me
sorprendió del proverbio es la diferencia con la concepción española, diría que
latina, sobre el derecho. Para nosotros más que una categoría del
entendimiento, según da a entender el verso, es una superestructura impuesta
sobre la vida. La expresión tan castiza: “Se acata, pero no se cumple”, así lo
muestra. Aceptamos las leyes, pero en la vida diaria las ignoramos o, al menos,
vivimos según normas consuetudinarias que pueden coincidir o no con la
estructura normativa promovida por el Estado. Las cosas ilegales o a-legales
existen, es más, son parte de la realidad. La ley lo único que hace es intentar
limitarlas. Si a esto le sumamos una desconfianza ante su aplicación: “Pleitos
tengas, y los ganes”, encontramos una concepción muy diferente del papel del
derecho en la vida.



Un problema con la educación en España (II)

Actualidad Posted on Wed, April 08, 2015 11:29

En una entrada anterior mostraba datos sobre uno de los problemas de la educación en España: el elevado número de jóvenes que no pasa de tener una educación primaria. También se decía que los jóvenes que en España completan la educación terciaria están en línea con los de la UE y la OCDE. El siguiente gráfico muestra nuestra situación respecto a los países de la OCDE.


Lo preocupante, se argumentaba, era que la proporción de jóvenes con solo la ESO o menos fuera de un 35% respecto al 17% de la OCDE y el 15% de la UE. El siguiente gráfico muestra la tasa de abandono escolar de nuestro país: la mayor de la UE.

Fuente: El País.

Este es, quizá, uno de los retos más importantes para la educación en España los próximos años. Se trata de evitar el abandono escolar y que los jóvenes que no acuden a la universidad completen al menos los estudios secundarios. Otro asunto, también necesario, sería la mejora de la formación de los universitarios. Pero ese es otro tema.



Un problema con la educación en España

Actualidad Posted on Tue, February 24, 2015 12:06

El otro día encontré el siguiente cuadro que compara el
nivel máximo de estudios logrado por la población entre 25 y 34 años en España,
la UE y la OCDE. Este tramo de edad es interesante porque es la edad a la que,
en líneas generales, las personas han concluido su formación.

Como se puede ver, para esta franja de edad, España produce
un número de universitarios o de titulados con FP Superior en línea con los
países desarrollados, 3 puntos por encima de la UE y 1 sobre la OCDE. Nuestro
gran problema, sin embargo, se encuentra en que tenemos casi la mitad de
titulados medios que en la UE o la OCDE: un 24% frente a un 47% y un 43%
respectivamente. Lógicamente, el porcentaje de población con ESO o menos es
mucho más alto, un 35% frente a un 15% de la UE y un 17% de la OCDE.

Estas cifras muestran que el escollo principal de nuestro
sistema educativo no radica en la universidad (esta tiene problemas, sin duda,
que deberán resolverse, pero ese es otro tema) o en la FP Superior. El asunto es que tenemos un
sistema educativo que deja a muchos jóvenes con cualificaciones claramente
insuficientes para competir en una economía basada en el conocimiento.

Este hecho fundamental queda oculto en el debate político
por polémicas estériles en torno a asignaturas como “Educación para la
ciudadanía” o el tema del bilingüismo o trilingüismo. El gran reto es conseguir
que los jóvenes que no optan por la educación universitaria completen el
Bachillerato y, sobre todo, una FP Media. Esta situación, sin duda, también
contribuye a la gran dualidad del mercado laboral español: puestos cada vez
menos seguros para los universitarios y técnicos superiores y precariedad más
acentuada para el resto.



¿Sobran empleados públicos en España?

Actualidad Posted on Wed, February 18, 2015 12:32

En esta entrada solamente quería
dejar algunos datos sobre el número de empleados públicos, ya que se aproximan
varias citas electorales y suele ser un argumento recurrente el exceso de “funcionarios”
en nuestro país. Para contextualizar estos debates dejo algunas cifras
comparativas con otros países de la Unión Europea, cortesía del Observatorio
Social de España
.

Tabla 1. Número de empleados públicos UE15 (en miles)

Fuente: Observatorio Social de España.

Tabla 2. Tasa de empleados públicos sobre la población
activa UE15

Fuente: Observatorio Social de España.

Como se observa en la Tabla 2, el porcentaje de empleados
públicos (sea estos funcionarios o personal laboral) en España es similar al de
Austria o Alemania (referente económico de la Unión Europea) y se encuentra muy
por debajo de Finlandia, Italia, Francia, Grecia, Suecia, Dinamarca, los Países
Bajos y que el “liberal” Reino
Unido.

Respecto a la cifra actual de empleados públicos en
España según el Boletín Estadístico del Personal al Servicio de la
Administraciones Públicas a enero de 2014, se sitúa en la cifra de 2.551.123. Teniendo
en cuenta que según el INE la población
activa de nuestro país fue de 22.931.700 personas durante el tercer trimestre
de 2014, podemos calcular que grosso modo la tasa actual de empleados públicos
sobre la población activa es del 11%. Una cifra bastante reducida según los
estándares de nuestros vecinos europeos e incluso inferior a la estadounidense.

Todas estas cifras no dejan de ser problemáticas, pero nos
dan una aproximación a nuestra situación y ayudan a contextualizar un fenómeno
que forma parte de la discusión política (y esta, es de lamentar, tiene un
nivel empírico mínimo y retórico máximo).



¿Relevo generacional?

Actualidad Posted on Tue, January 27, 2015 21:58

Entramos en año electoral y va a
ser un año sin tregua que finalizará con unas elecciones generales (aunque se
habla de que pueden posponerse hasta enero de 2016). En todo caso es un periodo
apasionante en cuanto tiene de enfrentamiento alejado de la contienda electoral
habitual. La causa, como es bien sabido, descansa en la irrupción de nuevas
fuerzas como UPyD, Ciudadanos y, sobre todo, Podemos, que podría generar un
nuevo panorama político.

Ahora quiero centrarme en un hecho
tal vez anecdótico (o tal vez no): la edad de los principales candidatos de los
partidos políticos. Existe un primer grupo de políticos “jóvenes” –en nuestra sociedad es incierto hasta donde llega la juventud– como Albert Rivera
(Ciudadanos, 1979), Pablo Iglesias (Podemos, 1978), Pedro Sánchez (PSOE, 1972),
Susana Díaz (PSOE, 1974), Soraya Saénz de Santamaría (PP, 1971) o Alberto
Garzón (IU, 1985), el más joven de todos. Se caracterizan por tener entre treinta
y cuarenta y pocos años y haber nacido en la década de 1970. En el otro extremo
tenemos a políticos más veteranos como José Bono (PSOE, 1950), Alfredo Pérez
Rubalcaba (PSOE, 1951), Esperanza Aguirre (PP, 1952), Cayo Lara (IU, 1952),
Rosa Diez (UPyD, 1952), José María Aznar (PP, 1953) o Mariano Rajoy (PP, 1955).
Todos ellos metidos en los sesenta años y nacidos en la década de 1950. Entre
medias, encontramos una generación
nacida en la década de 1960: María Dolores de Cospedal (PP, 1965), Alfonso
Alonso (PP, 1967), Carlos Floriano (PP, 1967), Juan Carlos Monedero (Podemos,
1963) o José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE, 1960).

La lista podría ser más extensa,
pero para mis propósitos es suficiente. Me interesan especialmente los
candidatos. Cuatro partidos han hecho una transición y sus caras visibles son
miembros de la primera generación: Podemos, Ciudadanos, IU y PSOE. Dos partidos
continúan teniendo candidatos de la generación más antigua: PP y UPyD. La
generación intermedia actualmente no tiene candidatos, aunque sus miembros si ocupan o han ocupado puestos
de responsabilidad. Si nada cambia –sería posible aún, al menos teóricamente,
que tanto el PP como UPyD nombraran candidatos diferentes– contemplaremos una
confrontación electoral entre candidatos nacidos en los años 70 y aquellos que
lo hicieron en los 50. Los políticos nacidos en los 60 lo verán desde la
barrera, si bien tuvieron su papel durante el gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero.

Seguramente, por tanto,
presenciaremos unas elecciones con dos generaciones con puntos de vista y
experiencias muy diferentes. Esto puede ser anecdótico, como dije, o no tanto. Un último apunte, en España se suele llegar joven a la presidencia. Así lo hicieron Suárez (44), Felipe (40), Aznar (43) o Zapatero (44). Los únicos que lo hicieron en la cincuentena fueron Calvo Sotelo (55) y Rajoy (56).



De corruptelas y capitalismo de amiguetes

Actualidad Posted on Mon, November 03, 2014 10:09

Las sociedades modernas se fundamentan en dos grandes entramados
institucionales: el mercado y el Estado. Ambos consiguen la adhesión de las
personas a través de una mezcla variable de coacciones y recompensas, de un
lado, y de consenso moral, de otro. Este último es clave. El mercado basa su
legitimidad en la capacidad de crear riqueza y desarrollo material mediante un
proceso descrito como una “destrucción creativa”, que implica la competencia y
el triunfo de los más adaptados a la dinámica del mercado. El Estado moderno obtiene
su legitimación de las leyes racionales.

La situación que vivimos hoy en España es especialmente grave, pues los
ciudadanos sienten que se ha roto el acuerdo moral en ambas esferas
institucionales. El mercado se aleja de esa esfera de competencia en la cual
los “mejores” obtienen una mayor recompensa a cambio de satisfacer las
necesidades de la sociedad. Aquí, al contrario, vivimos inmersos en un “capitalismo
de amiguetes” (véase la excelente aproximación al tema de Luis Garicano en El dilema de España, ed. orig. 2014), donde el
clientelismo deriva de modo inevitable en oligopolios. El mérito individual
poco puede hacer frente a esta situación. Esto tal vez se relacione con la baja
competitividad de nuestra economía.

El Estado no se encuentra mucho mejor. Si la falta de competencia deslegitima
el sistema de mercado capitalista, la corrupción hace otro tanto con el Estado.
Los últimos acontecimientos: concursos públicos amañados, colocación de
familiares y amigos puenteando los sistemas de acceso establecidos o, entre
otros, la privatización de lo común a favor de intereses privados, socaban el
principio “legal-racional”.

Solucionar esta situación de hundimiento moral, esto es, de crisis de
legitimidad de las instituciones, no es sencillo. Pero implicará con toda
seguridad revalorizar el principio de competencia meritocrática y el principio
de legalidad.