Viajé a Isla de Pascua acompañado de mi mujer, que había llegados unos días antes para pasar un par de semanas conmigo. El vuelo a Isla de Pascua es
relativamente largo: unas cinco horas. Pero se hizo breve, ya que fue muy
reposado y además pude ver un par de películas que me interesaban. Recuerdo sobre
todo una de ellas, una película chilena que se estrenó por aquel entonces sobre
la vida de Violeta Parra. No era gran cosa, pero me gustó mucho la
ambientación. Los paisajes desnudos eran media película.

Nos alojamos en unas cabañas regentadas por un canario y
una madrileña en Hanga-Roa, la única población de la isla, llamadas de un modo
poco original: Rapa Nui Aventure. En general, casi todos los alojamientos son
cabañas y hospedajes rurales, si se exceptúan un par de hoteles de lujo. El pueblo,
porque realmente lo es, conserva todo su encanto, ya que el impacto del turismo
es muy reducido. La isla se encuentra protegida por las autoridades y el número
de turistas que llegan cada año es limitado.

El canarión se llamaba Damián. Nos contó su historia, cuanto
menos curiosa. Parece que pasó su infancia en las Canarias, hasta que a los
trece o catorce años trasladaron a su padre a la península. Entonces él, que no
deseaba vivir en ella, inició trámites legales para evitarlo. El juez lo
entrevistó y, finalmente, decidió emanciparle legalmente. Como consecuencia de
ese hecho, volvió a Canarias. Allí, pasando de un trabajo a otro, conoció a un
Rapa-Nui del cual se hizo amigo y le invitó a la isla. Esta le gustó tanto que
decidió afincarse allí. Ahora está integrado y es el único europeo al que
el consejo tribal le ha concedido tierras.

En Isla de Pascua, la tierra es propiedad de sus
habitantes Rapa-Nui, que la distribuyen a razón de una hectárea por familia.
Esta tierra es transmisible de padres a hijos, pero no enajenable fuera de la
comunidad tribal. En consecuencia, si un individuo no deja descendencia, sus
tierras revierten de nuevo en la comunidad. A Damián, le concedieron un lote,
que puede legar a sus hijos, pero en ningún caso vender a un tercero.

Él y su compañera, Sandra, viven de las cabañas y de los
cursos de buceo que imparte. Es decir, el turismo, así como la huerta y los
animales que tienen en la finca, son su principal fuente de ingresos. Eso les
permite llevar una vida modesta, como al resto de habitantes de la isla, pero
sana y, sobre todo, muy relajada. Me confesó una noche que Pascua es uno de los
pocos sitios en el mundo en el cual se puede vivir prácticamente sin trabajar.