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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

A propósito de Roca Barea y Max Weber

Libros Posted on Fri, January 03, 2020 13:46

Estos días ha caído en mis manos el libro de María Elvira Roca Barea, Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días (Madrid, Espasa, 2019). Ha sido un regalo navideño, como podrá suponer el lector, y en el continúa las andanzas de Imperofobia, que ya reseñé en este mismo blog. La línea argumental es más o menos la misma, defendiendo una idea muy concreta de España, antes de los malignos e injustificados ataques exteriores, ahora de los malvados quintacolumnistas (afrancesados, intelectuales, masones y gente de mal vivir). En fin, no le hubiese dado mayor importancia de no ser por el capítulo 11, que dedica a Max Weber. Este es un despropósito de tales dimensiones que me he visto impulsado a escribir estas breves líneas. De hecho, dejaré de lado el resto del libro y me centraré en este capítulo.

El capítulo de dedicado a Max Weber, sobre todo a su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, arranca con una pregunta que contiene implícita la respuesta: “La pregunta es, ¿alguien ha leído despacio a Max Weber?” (p. 358).  El lector poco acostumbrado a leer ensayos filosóficos y científicos pensará en seguida: es verdad, los intelectuales antiespañoles son unos zoquetes “germanófilos” que hablan de cosas de las que no saben nada. Menos mal que está aquí la Sra. Roca Barea para abrirles los ojos. La realidad, sin embargo, es muy otra, pues si hay un autor al que los sociólogos y politólogos han dedicados horas de reflexión es a Max Weber. La respuesta correcta es: “sí, mucha gente se ha leído despacio, muy despacio, a Max Weber”. Le recomiendo, por ejemplo, la siguiente obra: En el centenario de la ética protestante y el espíritu del capitalismo, editada por Javier Rodriguez Martínez y publicada por el CIS en 2005. Verá la Sra. Roca Barea que hay gente que ha leído a Weber.

Pero este solo es el inicio, porque como no se maneja con solvencia la más mínima bibliografía crítica sobre el economista y sociólogo alemán, los despropósitos continúan línea tras línea. Veamos. La tesis principal de Roca Barea es que Max Weber provenía de una familia calvinista y que La ética protestante… fue escrita para ensalzar el calvinismo, como origen del capitalismo y echar por tierra el catolicismo. Es decir, el capítulo mantiene que Weber escribió la obra para confirmar sus prejuicios de raíz religiosa. Bueno, siempre es difícil saber cuales eran las motivaciones reales de un autor, pero hay dos hechos que están bien asentados en la literatura científica.

En primer lugar, Weber tenía en mente un “enemigo” diferente al catolicismo para escribir el libro. De hecho, la tesis de Weber se gestó frente al materialismo histórico de Karl Marx. Según este último, como es bien sabido, la estructura material de la vida determinaba la conciencia de las personas y no a la inversa. Weber pretendía mostrar que la conciencia podía determinar, al menos codeterminar, la estructura material de la vida, invirtiendo la tesis marxista. Esto es algo que está muy asentado y que conoce cualquier estudiante de los primeros cursos de Sociología, Filosofía o Ciencia Política.

Pero según Roca Barea podría decirse que, en segundo lugar, en Weber operaban profundos prejuicios religiosos y que, aunque el enemigo manifiesto podía ser Marx, el latente era el catolicismo (que en el libro de Barea se identifica siempre con España, que parece que no puede ser sino católica). Para demostrarlo, resume en unas páginas la biografía de Weber: de padres calvinistas (el padre, poco, la madre, mucho), enfermizo y casado con una mujer con la que no se acostaba y a la que engañaba con una pianista famosa: “Mina Tobler, que ayudó a Weber a superar su rigidez calvinista y le enseñó a disfrutar un poco de la vida, de las artes y de otras cosas” (p. 359). Me encanta lo de “otras cosas”, es tan de rebotica de pueblo. Pues sí, Weber tenía una vida sexual, sentimental y una salud conflictiva. Eso se sabe desde hace mucho tiempo: incluso su mujer, Marianne Weber escribió una biografía famosa y edulcorada sobre su marido, que sin embargo deja traslucir estas cosas (Max Weber. Una biografía, México, FCE, 1996). Pero si lo que quiere Barea es mostrar la “depravada” o “triste”, según se mire, vida de Weber, podría recomendar la voluminosa biografía de Joachim Radkau: Weber, la pasión del pensamiento (México, FCE, 2005), en la que se analizan pormenorizadamente todos estos temas.

Lo que no cuenta, quizá porque se le cae la tesis, es que Max Weber era escasamente religioso. El mismo lo dice con una famosa frase acerca de sí mismo: “falto de oído para lo religioso”. Una persona puede estudiar un fenómeno por un interés puramente racional. Se puede estudiar la conducta criminal, como hacen infinidad de criminólogos, sin necesidad de provenir de una familia de mafiosos y sin tener una propensión a romper la ley. A Weber lo que le interesaba era la influencia de la religión en la economía, no la religión en sí. Y parece poco probable que dedicara muchos años de su vida a ensalzar una religión, la “calvinista”, y a hundir otra, la “católica”, para las que tenía “poco oído”.

Bueno, dejemos de lado las motivaciones, y centrémonos en el análisis del texto. Una de las cosas que sorprende a la autora es que Weber va eligiendo diversos elementos, de un modo aparentemente azaroso, de entre las distintas confesiones religiosas, sin una lógica visible. Con estos elementos él construye un retrato de la “ética protestante”. Es lo que denomina un “tipo ideal”. El problema principal de la Sra. Roca Barea, y por el mismo no entiende a Weber, es que parece desconocer los rudimentos de la metodología weberiana. No le sorprendería tanto la forma de proceder de Weber si hubiese incluido la noción de “tipo ideal”. Esta metodología de trabajo, con la que se puede estar de acuerdo o no, esa es otra historia, es la que da vida a su modo de trabajar. El tipo ideal es una construcción subjetiva en torno a un problema de investigación, que no se corresponde de modo absoluto con la realidad, y que tiene la misión de generar nuevas ideas. La potencia del tipo ideal de “ética protestante”, por tanto, no es su mayor o menor adecuación a la realidad, sino la capacidad de abrir nuevos campos a la investigación científica. (Aunque esto nos llevaría a hablar de neokantismo, la llamada “segunda disputa del método científico” y de otros auntos que rebasan el interés de la autora).

Luego, sin venir mucho a cuento, habla de la caída del Imperio Romano, que muchos achacan al cristianismo (y por extensión al catolicismo). Dice que se aprovecha la relación ente economía y religión para culpar al catolicismo. Lo que la Sra. Roca Barea olvida (o directamente desconoce), sin embargo, es que el propio Max Weber dictó una conferencia sobre la caída del Imperio Romano (Fundamentos sociales de la decadencia antigua, Oviedo, KRK, 2009). En la misma, no culpaba al catolicismo ni a la religión de esta. Sostenía, por el contrario, que la principal causa fue una alteración de la estructura productiva del Imperio, que dejo de estar centrada en las ciudades y pasó a estarlo en el campo y los latifundios iniciándose el proceso de feudalización y el paso del esclavismo a la servidumbre. Es decir, en este caso para Weber la estructura económica, y no las creencias religiosas, era el principal factor explicativo del cambio social  

Porque, y ahí radica la principal carencia de Barea al interpretar a Weber, este no sostenía que la religión “protestante” creara el capitalismo y que resultase necesario arrinconar al catolicismo para que este triunfara. Weber sostenía que el desarrollo capitalista se vio favorecido por ciertas doctrinas éticas del protestantismo ascético y que por eso se desarrolló con más fuerza en algunas regiones que en otras con sistemas éticos diferentes. Es decir, esta ética fue un factor más, entre otros, que codeterminó el origen del capitalismo en un momento histórico concreto. En otros, esas mismas doctrinas no tuvieron ningún impacto. Así, como se ha visto, la religión según Weber no fue significativa en la caída del Imperio Romano. Además, y para terminar, Weber sostenía que una vez implantado el sistema capitalista, este desarrollaba una doctrina ética, un “espíritu”, independiente de la religión y de las doctrinas éticas que ayudaron a gestarlo. Pero bueno, estas sutilezas escapan del análisis de esta autora.

Por último, y por no extenderme mucho más, también dice que Weber se equivocó con China, ya que según el autor alemán la doctrina ética del confucianismo era una estructura tradicional que impedía el desarrollo capitalista. La prueba de su error es que China se ha convertido en una potencia económica capitalista los últimos años y que el confucianismo ha sido un motor de ese cambio. Se le olvida señalar que, entre los escritos de Weber realizados los primeros años del siglo XX, y el éxito de China, a finales de ese siglo y durante los primeros años del XXI, han pasado algunas cosas. La principal es que a China llegó una ideología desarrollista gestada en occidente, el marxismo, que transformó la sociedad china. Barea es consciente de ese hecho, aunque lo oculta y habla de “maoísmo”, que suena más chino y menos marxista, como si el maoísmo hubiese sido un invento que surgió de la China rural.

 

 

En fin, creo que estas líneas pueden darnos una idea del tono del capítulo, de sus imprecisiones y carencias. La Sra. Roca Barea es filóloga y doctora en Literatura medieval. Se le nota cierta dificultad a la hora de hablar de Filosofía y Ciencias Sociales, aunque escribe bien y consigue hacer creíbles argumentos de lo más peregrino. Max Weber es uno de los autores más citados en Ciencias Sociales (y no solo por la Ética protestante…) en todo el mundo, también en España, y ha sido estudiado (y leído) en profundidad. De hecho, el ensayo sobre el que habla Barea ha sido sometido a escrutinio crítico una y otra vez.  Ese es el destino de cualquier texto científico, ser sometido a crítica y superado. Pero el capítulo que María Elvira Roca Barea dedica a Weber no es una crítica científica. Es “otra cosa”.



Políticas de clase

Libros Posted on Tue, June 18, 2019 14:37

La relación entre las clasessociales y la política es desde el inicio de la Revolución Industrial una cuestión que ha suscitado vivos debates. Bien sea para negar su relación, bien para buscar las correspondencias entre los partidos y los movimientos sociales con algunas de ellas. Pues bien, este debate ha tenido especial relevancia para la izquierda, en cualquiera de sus variantes, porque tradicionalmente se ha reclamado garante de los intereses y aspiraciones de las clases populares, en general, o de la clase obrera o trabajadora, más en concreto. Desde el otro extremo político se ha negado dicha relación afirmando, en la esfera de lo fáctico, que las clases populares simplemente han sido integradas en una omnicomprensiva clase media o, en la esfera de la ideología, negando los intereses contrapuestos de las diferentes clases, puesto que confluyen en el “interés general” de la comunidad política (comoquiera que sea definida).

Se han publicado recientemente dos libros que tratan la relación entre los partidos de izquierda y las clases trabajadoras. Han tenido una buena acogida, lo que muestra el interés suscitado en torno a esta temática. El primer es el de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Madrid, Akal, 2018) y el segundo el de Ignacio Urquizu ¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente (Barcelona, Deusto, 2019). Ambos son autores de izquierda, si bien Bernabé más ligado al comunismo y Urquizu a la socialdemocracia (fue diputado y ahora es alcalde por el PSOE).

La principal tesis es de La Trampa de la diversidad es que el sistema económico neoliberal ha fragmentado la acción colectiva de la clase obrera mediante las individualistas políticas identitarias. En todo el mundo y también en nuestro país. Así,

“llegaron a España las guerras culturales, conflictos en torno a los derechos civiles y representación de colectivos que situaban lo problemático no en lo económico o lo laboral y muchos menos en lo estructural, sino en campos meramente simbólicos. El matrimonio homosexual, la memoria histórica, el lenguaje de género o la educación para la ciudadanía empezaron a ocupar portadas de los medios y a crear polémicas. (…) El centro de gravedad del debate se había desplazado de la redistribución económica a la representación simbólica. (…) Lo interesante aquí es ver que, cuando menos capacidad de cambiar lo material tiene una corriente política, con más insistencia tiende a buscar las formas de influir a través de lo simbólico” (pp. 130-131).

En una línea similar se expresa Urquizu al analizar a la “gente corriente”, al “ciudadano medio” o al “hombre medio” en España. Considera que los obreros cualificados son el grupo más extendido entre la población y que mejor la representa. Describe al hombre medio como un colectivo temeroso de la globalización, la inmigración y las nuevas tecnologías. Los describe como menos informado y menos interesados por la política que otros grupos sociales. Además, cuando toman decisiones lo hacen más en función de criterios ideológicos y con la vista puesta en el futuro, no tanto en acontecimientos pasados. Este hombre medio es tradicionalmente más de izquierda en España que otras clases sociales, sin embargo:

“La mayor fragmentación social ha empujado a los dirigentes de la izquierda a construir nuevas coaliciones sociales basadas en cuestiones identitarias, dejando de lado a quien ha sido tradicionalmente su sujeto político: el obrero, el hombre medio” (p. 124).

Pese a estos condicionantes, sostiene que el obrero cualificado en nuestro país no se ha decantado por el momento por opciones de extrema derecha como en otros países de nuestro entorno. Sin embargo, la obra parece escrita precisamente con esta idea en mente.

Tanto Bernabé como Urquizu están preocupado por una brecha, real o posible, entre las clases populares y los partidos que tradicionalmente se han presentado como defensores de sus intereses. Bernabé presta especial atención a los condicionantes ideológicos, esto es, el neoliberalismo y el individualismo identitario, que pueden apartar (o lo hacen realmente) a las clases obreras de los partidos de izquierda. Y Urquizu se fija más en las posibles expresiones empíricas que las alejarían (o las alejan) de los mismos. El primer es más pesimista, sosteniendo que los partidos de la izquierda han aceptado el juego identitario y, por tanto, ha caído en la trampa de la ideología neoliberal. El segundo es más optimista cuando afirma que los obreros cualificados continúan siendo mayoritariamente de izquierdas en España y son poco proclives a apoyar partidos de extrema derecha. Sin embargo, también es cauto y teme que dados los condicionantes sociológicos de esta clase social puedan terminar inclinándose por este tipo de opciones políticas. En todo caso, y en esto coincide con Bernabé, aboga por recuperar la centralidad de las políticas de clase en el discurso de los partidos de izquierda, lo cual no implica para ninguno de los autores rechazar u olvidar las políticas identitarias.



Cómo ser feliz a martillazos

Libros Posted on Sat, January 26, 2019 16:27

 “La autoayuda es un concepto en sí mismo imposible. La ayuda real no puede nunca ser autoabastecida. Que nadie se engañe, somos animales sociales y los bienes que queremos disfrutar, de algún modo, han de ser provistos desde el exterior. Auto-ayudarse es como obtener satisfacción afectivo-sexual a través de la masturbación. No es la mente consciente la que debe salvarnos de nosotros mismos, sino la acción que transforma el mundo y que
nos permite, a su vez, gozar de él. No es ayudándonos a nosotros mismos como podemos revertir una situación difícil, sino transformando el mundo”.

Así comienza Cómo ser feliz a martillazos. Un manual de antiayuda (Melusina, 2018), del filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez, y en esas breves líneas se resumen muy bien la tesis principal del ensayo. El libro pretende ser una especie de “manual de ayuda”, pero combatiendo los tópicos de los demás libros del género. Sobre todo, el pensamiento mágico o creencia en el poder de las ideas para conseguir modificar la realidad o, al menos, hacernos capaces de soportarla.

Lo que más me ha gustado de libro, con cuyas tesis que estoy de acuerdo en su mayor parte, es en el deseo de combatir el pensamiento mágico. Aunque parece lógico, insistir en que modificar nuestra mente no significa cambiar nada en el mundo si no pasamos a la acción, es algo que puede resultar incomodo a muchas personas. Muchas se han instalado en la creencia de que el “crecimiento personal” implica una directa y necesaria mejora en las condiciones de existencia. Iñaki Domíguez, con buen juicio, invierte la ecuación. Cambiar nuestras circunstancias vitales es el camino al crecimiento y el bienestar personal. Y no al contrario.

Su idea es que solamente actuando y generando hábitos que nos permitan transformar el mundo conseguiremos ser felices y podremos ayudarnos a nosotros mismos y a los demás. El planteamiento de Domínguez me ha recordado la tesis que daba forma a uno de los libros de Richard Sennett El artesano (Anagrama, 2009): “hacer es pensar”. Desligar el pensamiento de la acción, el cerebro de la mano, creo que nos aleja de una comprensión de nuestro papel en el mundo.

Además, en este Manual de antiayuda también está presente de un modo fuerte una crítica al individualismo del concepto de autoayuda. Se aboga por una individualidad crítica, pero con plena conciencia de que la acción siempre es colectiva y está mediatizada por lo colectivo. Pensar de otro modo, también pienso, es una ilusión fomentada por la sociedad individualista y consumista en la cual nos ha tocado vivir. Actuar supone vivir en sociedad y la felicidad y el éxito son también, e inevitablemente, hechos sociales.

En definitiva, una lectura amena en la que el autor no tiene problema en desnudarse con relatos de sus propias vivencias con tal de llegar al lector. Una técnica, por otra parte, tomada de los libros de autoayuda para conseguir conectar sentimentalmente con la audiencia. Tampoco en incluir referencias eruditas, junto a otras de la cultura popular. Con todo ello consigue, creo, emular los textos que está criticando y hacerlos implosionar.



Espectros de la movida

Libros Posted on Wed, January 09, 2019 17:42

Leí estas navidades con curiosidad e interés el libro de Víctor Lenore Espectros de la movida. Por qué odiar los años 80 (Madrid, Akal, 2018). Es, en cierto sentido, una profundización de algunos temas e ideas que ya aparecían en Indies, hípsters y gafapastas. La tesis principal defendida en este ensayo es que la llamada “Movida madrileña” fue un movimiento apolítico producido por individuos de las clases medias y altas, que anticipó y, al mismo tiempo, favoreció la llegada y la implantación de la globalización neoliberal y la sociedad de consumo en España. El “Régimen del 78”, que es como se llama en la obra lo que antes se denominaba “Transición”, sobre todo el PSOE, utilizó la movida en un intento de dar una pátina de modernidad al país y hacerlo más presentable en el extranjero. Según Lenore también cumplió la función de anestesiar y despolitizar la sociedad española.

La tesis de Víctor Lenore se opone radicalmente a la que mantenía en Cristina Tango en su libro La transición y su doble (2006). La resumía en una entrada anterior de este blog así: “Como hipótesis parte de la existencia de dos “narraciones” opuestas y enfrentadas sobre la transición. De un lado, una oficial que enfatizaría el olvido y el consenso y, de otro, una oficiosa surgida de la cultura que se extiende subterránea y rizomática frente a las imposiciones de la cultura o narración oficial. Para Cristina Tango “la Movida” es un ejemplo claro de esa “narración alternativa”, que no olvida y no se amolda al consenso”. En esa entrada me posicionaba un tanto en contra de la tesis de Cristina Tango, pues como Lenore veía en la movida más como un movimiento apolítico y una llegada del mercado de consumo que como una manifestación de resistencia.

Dicho lo cual, aunque concuerdo con Víctor Lenore en lo anterior y en la mayor parte de la valoración de “la Movida”, el libro me ha hecho esbozar una sonrisa en un par de ocasiones y me suscita algunas dudas el análisis
socioeconómico de fondo. En primer lugar, Lenore tiene tirria a Alaska y Mario Vaquerizo. No se lo reprocho, la verdad. Pero estos dos personajes creo que no son tan diferentes de tantos otros que pululan por el mundo de la cultura, en cualquiera de sus ámbitos.

En segundo lugar, cuando leí: “La mayoría crecimos incómodos con el mundo rural” (p. 75), también sonreí. Luego aclara que los jóvenes del mundo rural y los del extrarradio, léase de clase obrera y no media como el autor, no estábamos tan incómodos. Y termina con una loa, apoyada en una cita de Fernández Liria y Alba Rico, al “buen salvaje” no sometido a los dictados de la maligna sociedad de consumo. Todo muy tierno.

Para terminar, en tercer lugar, con lo que quizá estoy menos de acuerdo es con el relato socieconómico de fondo. Según el mismo, los años ochenta fueron un erial para las clases trabajadoras. Un malvado PSOE utilizó la
“movida” para anestesiar a la sociedad española y que no se diese cuenta de la introducción del neoliberalismo. Todos los males actuales: precariedad y
temporalidad laboral, individualización y pérdida de los vínculos sociales, entre otros, provienen de ese momento.

Pongo un ejemplo de este modo de argumentar: “Los ochenta en España comenzaron con una tasa de desempleo del 9,5 por 100 y terminaron en el
16,9 por 100. Todo ello en un marco de crecimiento constante y con un gobierno autodenominado socialista. En ese paradigma seguimos embarrados, treinta y pico años después” (p. 62). Lo que no cuenta es que la renta per cápita en la España de 1980 era de 6.191 dólares y pasó a 13.767 en 1990, algo más del doble. En 2017, crisis mediante, fue de casi 25.000 euros. Se podría argumentar que esa riqueza acabó en las manos de unos pocos, al aumentar la desigualdad. Veamos que dicen los datos. En 1980 el índice de Gini, uno de los principales indicadores para medir la desigualdad, en España era de 36. En 1990 se había reducido al 33,9. Es decir, en la década ominosa de Lenore, se redujo la desigualdad, lo cual supongo será bueno para las clases populares. En 2017 es de un 34,1, ligeramente superior al de 1990, pero en todo caso inferior al de 1980.

Con todo, aun admitiendo que sigamos “embarrados” en ese paradigma, la exposición del libro quiere hacernos creer que los políticos, sobre todo los del PSOE, fueron los responsables de ese nuevo paradigma liberal. No hace falta saber mucha economía para admitir que algo más tuvo que pasar: la aparición de nuevas tecnologías, crisis energéticas, guerras, los cambios
en el sistema productivo o la mayor interconexión de la economía a nivel mundial fueron, entre otros factores, claves en la configuración del actual sistema socioeconómico. El PSOE y el “régimen del 78” son, en caso de serlo, una pequeña parte de la explicación.

El libro, y concluyo una recesión un tanto larga para los estándares de un blog, es interesante y hace pensar. Sin embargo, se mueve mejor en la arena del análisis cultural y patina un tanto en el análisis socioeconómico.



Lugares fuera de sitio

Libros Posted on Thu, November 01, 2018 17:36

Hace un tiempo comenté en este
blog La España vacía de Sergio del
Molino, de un modo elogioso y personal. El libro me interpeló acerca de mis
raíces y me hizo reflexionar sobre mi propia vida. Recuerdo que una vez
hablando con José Luis Anta, siempre fino en sus análisis, dijo que era el
libro que debería haber escrito un sociólogo o un antropólogo y que había
terminado escribiendo un periodista. Es verdad, pero poco importan las cuitas disciplinares.
La verdad es que Sergio del Molino está tratando de explicarnos España, tal vez
de explicársela a sí mismo, como hace tiempo que no se hace.

Su última obra es Lugares fuera de sitio (Barcelona,
Espasa, 2018), que persiste en esa tónica y por la que ha recibido el premio
Espasa en su edición de 2018. En ella describe nuestro país y reflexiona en torno a la idea de
frontera y de nación. Y lo hace fijándose en las singularidades presentes en
esa frontera, tanto en las exteriores (Gibraltar, Ceuta, Melilla, Olivenza o,
entre algunas otras, Andorra) como en las interiores (el Condado de Treviño o el
Rincón de Ademuz). Estos lugares muestran los límites de nuestras
construcciones identitarias y su naturaleza “imaginada” (B. Anderson). No
son, sin duda, enclaves fantasiosos, pues su situación actual se debe a
tradiciones previas y al peso de la historia, pero tampoco estaba escrito su
destino en leyes históricas inmutables. La existencia de estos enclaves debe
mucho a la casualidad o a fenómenos históricos puntuales. Y esto nos dice mucho
sobre la construcción de las naciones.

Lo que más me ha llamado la
atención es que Sergio del Molino, como ocurría con el libro anterior, parece
estar hablando directamente conmigo. El viaje arranca, pues el texto tiene
mucho de libro de viajes, en el restaurante Alcuzcuz de Alhuzema en Madrid. Por
casualidad lo conozco, pues allí me llevó mi buen amigo Ismael Cherif-Chergui, cuya
familia tiene orígenes rifeños, que nos presentó a su dueño. Y comienza en
Gibraltar que visité acompañado de Paco Oda, oriundo de La Línea de la Concepción
y primer director del Instituto Cervantes en Gibraltar. Con él también visité
Melilla y Nador, por un trabajo académico.

Aún recuerdo la primera vez que
vi la valla perimetral de Melilla y la aduana con Marruecos. No deja de ser
impresionante para alguien que está acostumbrado al civilizado espacio Schengen.
Las filas interminables de porteadores, más bien, porteadoras, el comportamiento
de los gendarmes marroquíes… También recuerdo el ambiente neocolonial de
Melilla. Llegué a escuchar, una noche que nos llevaron al Puerto Deportivo, que
lo bueno de este lugar era que los únicos moros eran los que te servían las
copas. Todo dicho. Como curiosidad, y por confirmar las apreciaciones del autor
sobre los informes del Real Instituto Elcano sobre Ceuta y Melilla, nos
entrevistamos con el funcionario que en aquel momento realizaba trabajos para
el INE y nos comentó que en principio y legalmente no se podía saber cual era
la población de origen “peninsular” y cual lo era de origen “marroquí”.
Preguntar por tales cuestiones no era legal. Sin embargo, ellos tenían hecho el
cálculo a partir de los apellidos de los habitantes de Melilla.

La verdad es que todo esto no
deja de ser anecdótico, aunque quizá significativo, pero es parte de España.
Simpatizo mucho con el objetivo de Sergio del Molino, que creo no es otro que
mostrarnos la diversidad de nuestro país (la España vacía también lo es, por
muy olvidada y mitificada que la tengamos). Los relatos nacionalistas, se envuelvan
en la estelada, la ikurriña o en la rojigualda, no dejan de ser cuentos
simplificadores para aunar sentimientos de amor por un ente más o menos
imaginario y, al tiempo, indicarnos cuales son los “otros”. Pero las fronteras
con los otros son difusas. De hecho, los otros podemos ser nosotros mismos en
no pocas ocasiones. Esos terrenos de frontera, sobre todo cuando son
contestadas, nos muestran los límites de las identidades sociopolíticas. No podemos
vivir sin ellas, eso parece claro, pero tampoco debemos sacralizarlas. La idea
de identificarnos con una entidad política de un modo racional, usemos la metáfora
del “patriotismo constitucional” o cualesquiera otra, parece el camino más
acertado. Pues, como concluye el libro, “el
tiempo de los cristianos viejos acabó hace mucho. Quienes creemos que a los nacionalismos
disgregadores y etnicistas como el vasco y el catalán se puede oponer una idea
de nación abierta y fuerte fundada en el principio liberal de igualdad, debemos
esforzarnos por eliminar cualquier forma de marginalidad y cualquier sentimiento
de exclusión. Sólo así lograremos convencer de que una España dentro de Europa
es la mejor forma de reconciliarnos con una historia ingrata y cruel -como la
de todas las naciones- y de enfrentar un futuro libre y democrático”.



Sonríe o muere

Libros Posted on Fri, September 07, 2018 17:01

Ha
caído estos días entre mis manos Sonríe o
muere. La trampa del pensamiento positivo
(Madrid, Turner, 2018, 3ª
edición) de Barbara Ehrenreich. De ella había leído ya Por cuatro duros: como (no) apañárselas en Estados Unidos, en el
que analizaba las penurias de la clase obrera no cualificada estadounidense (véase la entrada anterior). Me pareció
un gran reportaje periodístico, que contenía mucha verdad. El libro que ahora
reseño es también una gran crónica magníficamente escrita y que da de lleno,
creo, en una de las tendencias de nuestro tiempo: el llamado “pensamiento
positivo”.

El pensamiento positivo mantiene que
las personas somos capaces de modificar nuestro entorno mediante nuestro pensamiento
y nuestra voluntad. Si deseamos algo con la suficiente fuerza seremos capaces
de conseguirlo. Las circunstancias, sean naturales o sociales, no son un
obstáculo que no pueda ser superado por una forma de pensar positiva. Este modo
de pensar tan “idealista”, por no llamarlo “ilusorio”, se aplica a diversos
campos de la vida cotidiana: la salud, el mercado de trabajo o las relaciones
personales. Y ha sido transmitido sobre todo a través de los libros y cursos de
autoayuda y de la llamada psicología positiva.

Es un tipo de pensamiento, cuenta
Enrenreich, típicamente estadounidense que surge del protestantismo ascético,
aunque
se está expandiendo con rapidez por todo el mundo. Cuando explico en
clase que “cuando deseamos algo, el mundo no conspira para que consigamos
realizar nuestro deseo” (parafraseando la famosa cita de Paulo Coelho), que el
mundo pasa bastante de nuestros deseos, algún alumno me reprocha haber chafado
una idea importante para él o ella. Quizá el pensamiento positivo: tenemos derecho
a conseguir lo que queremos; junto al sentimentalismo: nadie debe poner en tela
de juicio mis sentimientos, sean dos rasgos destacados de nuestro tiempo.

Otro aspecto destacado son las
implicaciones políticas del pensamiento positivo. Aunque según la autora este
tipo de pensamiento está extendido entre personas de muy diferente condición
ideológica, resulta congruente con el pensamiento más conservador. Por varios
motivos. En primer lugar, es fuertemente individualista. Si podemos conseguir
lo que queramos simplemente cambiando nuestro modo de pensar, ¿para qué buscar
la acción colectiva? En segundo lugar, culpabiliza a los individuos y no a las
circunstancias. Si te quedas en paro, culpa tuya; si tu negocio fracasa, más de
lo mismo. En tercer lugar, es una ideología que ha sido comprada por las
grandes empresas capitalistas pues sirve para, de un lado, aumentar la
autoexigencia de las personas y reducir su “conflictividad”; y, de otro lado,
establecer un lenguaje políticamente correcto que impide el disenso.
Finalmente, fomenta la expulsión de los disconformes. Si no eres positivo, eres
una persona “tóxica” a la que se debe apartar (aunque a veces las personas tóxicas
tengan razón).

Barbara Enrenreich aboga por
superar este tipo de pensamiento que funciona a modo de trampantojo de nuestras
miserias o que, directamente, contribuye a aumentarlas. Propone sustituirlo por
una visión no pesimista, sino realista y racional. “Lo que llamamos ilustración
(…) es el lento entendimiento de que el mundo sigue su curso según unos
algoritmos internos de causa y efecto, de probabilidad y azar, que no tienen
para nada en cuenta los sentimientos humanos” (p. 236). No puedo estar más de
acuerdo. El problema del pensamiento positivo no es que nos haga optimistas y
felices, el problema es que nos aleja del pensamiento racional y nos acerca al
mundo mágico.



Cómo acabar con la contracultura

Libros Posted on Sun, July 29, 2018 12:54

Acabo de terminar una de las lecturas que había dejado para
este verano: Cómo acabar con la
contracultura. Una historia subterránea de España
de Jordi Costa (Madrid,
Taurus, 2018). Se trata a una obra recién salida de imprenta que analiza los
pormenores de la contracultura o cultura underground
en nuestro país. Con especial referencia al cómic, aunque también a la
música, el cine o la música pop.

Define la contracultura, con acierto, como una subcultura
que se opone a los valores dominantes, una subcultura juvenil que
se enfrenta a la axiología paterna (p. 32). Su misión consiste en retar y,
desde abajo, atacar los límites de la cultura a la que se enfrenta (p. 88).
Partiendo de aquí, describe con largas frases y gran profusión de nombres
propios e hitos culturales los vaivenes de la contracultura en nuestro país
desde finales de la Dictadura franquista hasta nuestros días.

La tesis fundamental de libro es que la contracultura se
enfrentó en un primer momento al consenso “nacionalcatólico” o “fascista”,
brilló durante un breve tiempo, y terminó siendo integrada en un nuevo consenso
“socialdemócrata”. Dejemos hablar al autor:

“El momento en que se manifestó la posibilidad de una utopía
contracultural en nuestro país también fue, de forma clara, un tiempo de los
monstruos. Y quizá el monstruo ahí fue la Contracultura, el ideario capaz de
abolir el viejo orden y de proponer una tabula
rasa
para trazar nuevas identidades, nuevos relatos y modos de relación,
nuevas formas colectivas (y participativas) de construir un futuro… Y lo que
acabó ocurriendo fue que el viejo mundo y el nuevo establecieron una línea de
continuidad sostenida sobre la perpetuación de privilegios de clase y la
configuración de un discurso de reconciliación (impuesta) para que se
neutralizasen las potencialidades más transformadoras del tiempo de los
monstruos. El viejo orden y el nuevo puentearon al monstruo, la Contracultura.”
(p. 299).

Esto, siendo cierto, me sugiere dos reflexiones. En primer
lugar, ¿podría haber sido de otra forma? Es decir, la contracultura
históricamente ha terminado integrada en la cultura general. Como afirmaba
Stuart Hall, su misión es la de prefigurar desarrollos culturales futuros, ya
que es mantenida en lo fundamental por los hijos de las clases medias. Estos
terminan cambiando determinados aspectos de la cultura de los padres a partir
de sus experiencias contraculturales. Por más que la cultura mainstream tenga continuidad.

Y, en segundo lugar, la idea de una continuidad entre la
cultura “nacionalcatólica” y la “socialdemócrata”, cada una con sus límites, no
deja de ser un recurso dialéctico que esconde más que aclara. ¿Es lo mismo la
censura franquista que la “censura” en la actual democracia? Quizá se soslayen
las diferencias. De hecho, hace falta un cierto grado de imaginación para
pasarlas por alto.

El libro, sin embargo, se lee con agrado y resulta interesante.
Un apunte postrero. El discurso en buena medida está construido en torno a elementos
visuales: películas, cómics o videos en YouTube. Quizá la inclusión de imágenes
de esas películas o cómics hubiese sido apropiada, sobre todo teniendo en
cuenta que muchos de los lectores seguramente no hayan leído esos comix underground o visto esas
películas.



Desigualdad mundial

Libros Posted on Sat, June 09, 2018 19:15

La verdad es que Branko Milanovic es uno de los economistas
más interesantes que uno puede leer en la actualidad. En su último libro Desigualdad mundial (México, FCE, 2017)
sigue trabajando en el análisis de la desigualdad de ingresos. Como el título
nos indica, se pregunta sobre las consecuencias de la globalización en la desigualdad
mundial de ingresos. Para ello utiliza los datos disponibles obtenidos de las
encuestas sobre hogares, mucho más fiables en su opinión que los datos
disponibles procedentes de las autoridades fiscales. El periodo comprendido es
desde el año 1988 hasta la actualidad, en lo que llama “alta globalización” o
lo que yo llamaría simplemente globalización.

El libro comienza con su famosa gráfica del
elefante
, en la cual se refleja el incremento relativo del ingreso per cápita en el periodo
comprendido entre 1988 y 2008. Con dicha gráfica se muestra que los ganadores
de la globalización han sido, por un lado, las clases medias de los países
emergentes (no obstante, relativamente pobres en términos absolutos comparadas
con la de los países ricos); y, por otro lado, las clases más pudientes, el
famoso 1%, de los países más ricos. Los perdedores, en el otro extremo, serían
las clases trabajadoras y medias de los países más ricos. Estas siguen siendo
mucho más ricas que las clases medias de los países pobres; sin embargo, sus
ingresos se encuentran estancados, mientras que las últimas ven aumentar los suyos. En términos psicológicos es algo clave, porque las personas suelen
valorarse en relación a su entorno vivencial inmediato, no frente a las
personas muy alejadas geográfica o culturalmente (por eso, por ejemplo, no
empatizamos tanto con los atentados terroristas ocurridos en oriente medio y si
lo hacemos con los que ocurren en nuestro país o en países vecinos). En todo
caso, las clases trabajadoras y medias se saben y se sienten perdedoras en el
reparto de la economía globalizada.

En el segundo capítulo analiza la desigualdad en el interior
de las naciones, utilizando la idea de los “ciclos de Kuznets”, y el tercero
las desigualdades entre naciones. Dejo que el lector valore la bondad de los
análisis de Milanovic, que no obstante se encuentran fundamentados en los datos
disponibles y se presentan y defienden de una forma elegante y convincente. En
todo caso, en estos capítulos retoman muchas de las preocupaciones que el autor
había incluido en libros anteriores.

Donde quizá se encuentre lo más interesante es en los dos
últimos capítulos, en los cuales trata de describir cómo evolucionará la
desigualdad de ingresos a nivel mundial utilizando las teorías expuestas en los
dos capítulos anteriores. Es la parte más especulativa del libro, lo que
reconoce el propio autor, pero quizá por eso es la más interesante. Discute
también las consecuencias de la desigualdad global para el capitalismo y la
democracia.

Una nota final. Milanovic me recuerda mucho a Polanyi en el
uso de la economía para explicar sucesos históricos. Lo hace con solvencia. Sin
embargo, no cita a Polanyi. No sé el motivo, pero creo que ambos autores se
retroalimentan. De hecho, su visión de la integración económica mundial como un
proceso con ganadores y perdedores, por una parte, y la descripción de las
externalidades negativas de ese proceso, por otra, es similar. Además, el
concepto de “incrustación” de la economía en el resto de las esferas de la vida
social también está presente, aunque sin nombrarlo. En resumen, un libro
estupendo.



Extraños en su propia tierra

Libros Posted on Sat, June 02, 2018 16:34

Hace un tiempo escribí en este mismo blog una entrada sobre el triunfo de Donald Trump y el malestar de las clases medias en Estados
Unidos. Mi argumento principal, siguiendo las tesis de Branko Milanovic, era
que el triunfo del actual presidente respondía al impacto de la globalización
económica sobre amplias capas de la población trabajadora estadounidense. Compré
hace uno días Extraños en su propia tierra
(Capitán Swing, 2018) de la socióloga Arlie R. Hochschild. En el mismo se parte
de la misma idea, pero se intenta ir más allá, pues no solo vale entender los
fenómenos estructurales, sino que es necesario comprender cómo son vividos por
los actores implicados.

En un texto que los más ortodoxos sociólogos tacharán de
periodístico por su metodología –pero que, sin embargo, creo que es profunda y
radicalmente sociológico–, busca lo que denomina la “historia profunda” de los
seguidores del Tea Party (la extrema derecha estadounidense) y votantes de
Donald Trump. La historia profunda tiene que ver más que con los argumentos
racionales, con la estructura de sentimientos que enmarca las valoraciones
políticas y vitales de los individuos. En palabras de Hochschild: “La historia
profunda es una historia de lo que uno siente, el relato que cuentan los
sentimientos utilizando un lenguaje de símbolos y eliminando lo racional:
elimina los hechos y nos habla de la apariencia de las cosas” (p. 203).

Encuentra la socióloga que los seguidores del Tea Party,
pese a sus diferencias personales, suelen compartir una historia profunda
común. A saber, todos creen en el American
Dream
, esto es, que con esfuerzo, constancia y sacrificio conseguirán tener
éxito y alcanzar sus sueños materiales. Sin embargo, saben que muchos son los
llamados, pero pocos los elegidos. Esto lo saben, pero creen que en la cola para
lograr este sueño se les está colando mucha gente. El gobierno, de un modo
injusto, les quita impuestos y se los da a los no elegidos. Además, los cuela,
ya que las políticas de discriminación positiva hacen que colectivos como los
negros, las mujeres o los inmigrantes pasen por delante de ellos. Este relato
puede ser incierto, como muestran las estadísticas que recopila Hochschild en
el apéndice; pero ya sabemos que, según el teorema de Thomas, cuando tomamos
algo por real, aunque no lo sea, esto tiene efectos en nuestra conducta como si
lo fuese.

El perfil del votante de Trump es el de un varón blanco, con
estudios medios, de edad avanzada, de clase media o trabajadora y residente en
el sur del país. Suelen ser religiosos y comunitaristas. Es el retrato del perdedor
del actual proceso de globalización. Es una persona que, como dice el título
del libro, se siente “extraño en su propia tierra”. Y Trump, aunque sea en el
terreno simbólico, les devuelve el honor y el orgullo perdido. Además, con esta
problemática, sería lógico que este tipo de perfiles se volcara en políticas de
carácter socialista. Sin embargo, existen rasgos históricos y culturales específicos
de Estados Unidos que los hacen volverse más hacia una ideología libertaria que
hacia una socialista.

Me gustaría añadir, para concluir, que es un gran libro, que
nos afecta más de lo que pensamos. Si uno pasa unas horas viendo algunas
tertulias en 13TV, siguiendo algunos “despertares liberales” o leyendo algunas
entradas de Forocoches, encontrará un más que notable aire de familia entre las
propuestas de los contertulios, expertos e internautas con las que la derecha
estadounidense. Dejo al lector especular sobre el origen de esas coincidencias.



Sociología del moderneo

Libros Posted on Fri, April 27, 2018 22:23

Las variaciones de las subculturas juveniles urbanas son
enormes. Tanto las clases populares como las clases medias, y las siempre más reducidas
clases altas, han generado jóvenes que adoptan estilos subculturales
específicos. En los últimos tiempos se han escrito una serie de obras que
prestan atención a la subcultura predominante entre los jóvenes (y ya no tan
jóvenes gracias a la extensión de la juventud) de las clases medias. Hace un
tiempo ya reseñe en este mismo blog el libro del periodista David Brooks, BoBos en el Paraíso (2000),
en el que se mostraban algunas de las características de esta nueva
subcultura. Posteriormente, el también periodista Víctor Lenore publicó Indies, Hipsters y gafapastas (Madrid,
Capitán Swing, 2014). Este parece una continuación en clave castiza del libro
de Brooks. Mostraba las ansias de distinción de las subculturas juveniles hipster
o indie en España. Remarcaba su deseo de integración con
el mundo cultural anglosajón, su consumismo e integración en el capitalismo (“la
cultura de los modernos es el brazo
artístico del mundo corporativo”, p. 120) y un apenas oculto conservadurismo
político.

Iñaki Dominguez continúa esta tradición con su Sociología del moderneo (Melusina,
2017). Lo acabo de terminar y me ha producido una impresión muy grata.
Domínguez es filósofo y antropólogo y plantea una sociología del fenómeno del
moderneo (en el que se incluirían los BoBos, indies o hípsters de diverso
pelaje). El texto es más reflexivo que el de Brooks o Lenore, con múltiples
referencias a textos sociológicos, si bien se lee con soltura. No deja de ser
un ensayo y el autor consigue mantener la atención del lector con diversas
anécdotas personales o extraídas de los medios de comunicación y las redes sociales.
Esto se agradece, porque los sociólogos tenemos una marcada tendencia a
dejarnos caer por el tobogán del academicismo.

Plantea que el moderneo es un fenómeno que busca ante todo
la distinción. Es una estrategia a través de la cual jóvenes de clase media, de
modo mayoritario aunque no único, buscan un lugar en la sociedad española. Es,
además, un falso elitismo, porque es una corriente conseguida a través del
consumo y con vinculaciones con la misma subcultura a nivel internacional. Es
una subcultura con un pensamiento dogmático, donde prima el conformismo y la
ausencia de pensamiento crítico enmascarados con la idea de tolerancia. El
moderneo, cree Domínguez, está “entreverado y determinado en todas sus
manifestaciones por los principios del capitalismo” (p. 141). Y eso tanto en la
esfera del consumo, fuente de la construcción identitaria, como en la de la
producción, con la preferencia por trabajos creativos.

La descripción de la subcultura resulta convincente y,
seguramente, se aproxime mucho a la realidad. El trabajo, sin embargo, adolece
de algunas carencias precisamente de índole sociológica. Por ejemplo, cuando
Iñaki Dominguez se lanza a elaborar un perfil del moderno tipo nos dice que es
un “universitario de provincias de clase media que estudia en Madrid o
Barcelona” (p. 45). Puede ser, o tal vez no. Aquí encontramos el problema de la
cuantificación. ¿Cuántos son los modernos? ¿Qué proporción representan respecto
al conjunto de jóvenes en esas grandes ciudades? Este problema, no obstante, es
común a este tipo de descripciones. Cuando Dick Hebdige, en su famosa obra Subcultura. El signficado del estilo
(1979), describía a las “espectaculares” subcuturas juveniles británicas, en
especial la de los punkies, tampoco nos decía cuántos eran ni su proporción
respecto al conjunto de jóvenes en el Reino Unido.

En realidad, la cuantificación resulta difícil por varios
motivos. En primer lugar, la pertenencia a una subcultura no es en ningún caso
algo absoluto. La implicación puede ser temporal o de por vida, a tiempo
completo o tiempo parcial, completa o adaptada a los gustos del joven. Y, en
segundo lugar, no abundan las encuestas ni los estudios etnográficos sobre subculturas
juveniles (estos últimos, sin embargo, son algo más frecuentes, pero sin
tirar cohetes). Y en España menos. Lo que son más frecuentes son los
artículos periodísticos que, en su mayor parte, se quedan en el titular.

En todo caso, la adscripción de los modernos a la clase
media parece clara, su vinculación con barrios específicos de Madrid y
Barcelona también. Sin embargo, que vengan en su mayor parte de provincias no
me parece tan claro. Al menos pienso que debería profundizarse en ello.

Lo interesante de este tipo de subculturas, creo, es su cultura
matriz. Proceden de las clases medias. Afirmaba Stuart Hall al hablar de los
hippies, que la importancia de las subculturas de clase media radica en que
anticipan tendencias generales de la sociedad. Muestran desarrollos que la sociedad
en su conjunto terminará por hacer suyos. Esto parece claro, y los “modernos”
nos muestran tendencias que el conjunto de la sociedad aceptará (si no lo ha
hecho ya), como el consumismo, el conservadurismo acrítico, la valoración de la
juventud y la estética, la preferencia por trabajos “creativos” en detrimento
de profesiones más “industriales” o, entre otras, el deseo de distinción a
través del “parecer”, léase consumo, frente al “ser”.



Sociología de las tendencias

Libros Posted on Mon, April 16, 2018 13:03

Sociología de las tendencias (Barcelona,
Gustavo Gili, 2013) es un libro breve y en apariencia sencillo, pero muy
ilustrativo. Está escrito en un tono divulgativo que no oculta el profundo
conocimiento sobre el mundo de las modas y las tendencias mostrado por el profesor
Erner Guillaume. Tras definir el objeto de la sociología de las tendencias en “los
objetos y las prácticas que dependen de los gustos colectivos repentinos y
convergentes” (p. 23), es decir, en los objetos y prácticas que dependen de
mecanismos no funcionales; trata de mostrarnos las carencias de las
perspectivas más habituales en el análisis de las mismas.

En primer lugar, rechaza las
visiones esencialistas que derivan la explicación de las tendencias del mensaje,
esto es, de la misma tendencia. En líneas generales plantea los límites de una
lectura semiológica de las tendencias. Y, en segundo, de las visiones que se
centran en el mensajero. Dicho de otro modo, en la difusión de las tendencias
de unos agentes a otros. En su lugar, contempla la moda y las tendencias como
el resultado natural de la sociedad moderna y democrática. Así, “el
individualismo democrático ha generado las tendencias” (p. 93) y estas son un
proceso sin sujeto concreto. Las tendencias son fruto de las consecuencias no
intencionales de las decisiones individuales de miles de individuos.

Esto, sin embargo, como muestra
en la conclusión es contrario a la opinión más generalizada: “El sentido común
rechaza aceptar la idea según la cual los gustos colectivos no tienen una lógica
propia. Por este motivo, en cuanto se trata de explicar la génesis la difusión
de las tendencias, florecen las teorías del complot. (…) La creencia en un politburó de las tendencias revela la
incapacidad de imaginar un poder cuya influencia llega a todas partes, sin
disponer de una sede” (p. 123). Esto último me parece especialmente relevante.
Por mi experiencia impartiendo clases en un entorno universitario, una de las
cosas más difíciles es transmitir la noción de procesos no intencionales y
remarcar su gran importancia en la vida social. La creencia en conspiraciones,
elites y clases dominantes lo puede todo. Resulta difícil aceptar que estas elites
y clases dominantes tienen un poder relativo y que, en muchas ocasiones, los
procesos sociales son ciegos y carentes de sentido. Creo que la búsqueda de
explicaciones causales y, las más de las veces, de culpables, nos ciega para
aceptar una realidad: la ausencia de sentido en muchas de las cosas que ocurren,
aunque tengan su origen en acciones racionales y conscientes de los actores
sociales.



El muro invisible

Libros Posted on Sat, December 16, 2017 16:46

El grupo Politikon presenta en El muro invisible (Barcelona, Debate,
2017) su visión sobre las dificultades que atraviesan los jóvenes en España. En
especial las dificultades emanadas de la crisis económica. El libro está
dividido en tres grandes partes: las dificultades de ser joven en España, las
causas y, por último, las consecuencias políticas de la situación de la
juventud. En la primera parte se revisan las dificultades. Entre ellas pueden
citarse: los altos niveles de desempleo y la mayor incidencia de la pobreza
entre los jóvenes –los jóvenes son los grandes perdedores de la crisis de
2008–, el retraso en la edad al matrimonio, la baja natalidad y el lento
proceso de emancipación, junto con la emigración de los más capacitados al
extranjero huyendo de esas situaciones.

Las causas de esos problemas las
encuentran en tres grandes áreas. En primer lugar, el mercado de trabajo. La
dualidad histórica del mercado de trabajo hace que las crisis se ceben
especialmente en los jóvenes, que sufren mayores niveles de temporalidad. Esto produce
que sus ingresos sean menores y que tengan un nivel de protección más bajo ante
las adversidades. En consecuencia, son un colectivo más vulnerable. En segundo
lugar, en un sistema educativo que contribuye a esa dualidad, ya que genera un
alto porcentaje de jóvenes con estudios universitarios, de un lado, y, de otro
lado, un alto porcentaje de jóvenes que o bien no acaban la educación básica o
no continúan estudiando (debido al abandono y a los altos niveles de
repetición). Ente ambos, la educación secundaria y profesional se encuentra
relativamente abandona. Y, en tercer lugar, mantienen que nuestro Estado de
Bienestar se encuentra volcado hacia los mayores, protegiendo relativamente
poco a los más jóvenes. “Nuestro Estado del Bienestar es una herencia del
pasado. (…) Tiende a proteger a los mayores –que fueron en verdad un colectivo
vulnerable en el pasado– en buena medida a costa de los jóvenes” (p. 146). Es
un modelo de Estado de Bienestar, además, que descansa en un modelo de familia
en declive y en un papel subordinado para la mujer.

Estas tres causas hacen que la
juventud se encuentre en una situación de desventaja frente a generaciones
anteriores a la hora de realizar sus proyectos vitales. Este análisis me parece
adecuado y en líneas generales puede darse por válido. Podría resumirse en la
manida frase: “los jóvenes actuales vivirán peor que sus padres”. Las
soluciones que plantean, sin embargo, son más problemáticas. Apuestan por
reducir la dualidad laboral, con soluciones sobre todo en el plano legislativo
(modificar la estructura productiva del país se antoja más difícil); y por
eliminar o reducir la repetición y favorecer que los jóvenes con dificultades
continúen estudiando para aliviar la dualidad educativa. Y respecto al Estado
de Bienestar creen que se debe “progresar hacia un modelo que haga compatible
el papel económico de las mujeres, la emancipación de los jóvenes y una
demografía saludable” (p. 163).

Estas soluciones pueden parecer
naturales, pero lo más interesante es que son una opción “política” no explicitada
(lo cual no resulta extraño teniendo en cuenta que el grupo que firma la obra
se llama Politikon). Y digo no explicitada, porque no exploran, ni siquiera
para rechazarlas, opciones fuera de su marco de referencia político. Pongo un
par de ejemplos. El primero en relación a la demografía. En todo el libro se
asumo que debe existir una “demografía sana” para mantener el equilibrio
intergeneracional y que funcione el sistema de bienestar, en especial la esfera
de las pensiones. Sin embargo, no se exploran otros caminos de tipo no
“natalista” para conseguir ese equilibrio. Si los españoles, como parece, no
tienen hijos, pues podrían admitirse mayores contingentes de inmigrantes. Al
final, el equilibrio poblacional se conseguiría vía inmigración y no vía natalidad.
(Esta solución, claro está, tiene sus propios problemas. Sin embargo, en el
libro no se maneja esta opción).

El segundo hace referencia al
presupuesto del equilibrio poblacional a la hora de mantener las pensiones y la
sanidad. Este presupuesto solo es necesario (vía natalidad o inmigración, como
hemos comentado) en el caso de que se apueste por un sistema de reparto. Sin
embargo, podría apostarse por un sistema contributivo. Tampoco se explora esta
opción, ni para rechazarla. Además, incluso aceptando el sistema de reparto,
tampoco está claro que un equilibro poblacional, como ellos llaman, una
“demografía saludable”, asegure la viabilidad de dicho sistema. En la
actualidad, los bajos salarios hacen que, pese a altos niveles de afiliación a
la Seguridad Social, las cotizaciones sean bajas y no cubran las necesidades
del sistema. La recaudación en un sistema así podría depender más de la
productividad del trabajo que de su abundancia. Menos trabajadores con altos
salarios podrían hacer más sostenible el sistema que muchos con bajos salarios.
Además, se podría optar por mantener las pensiones y las prestaciones del
Estado de Bienestar vía impuestos directos o indirectos. Es decir, de esto modo
el peso de las mismas recaería en la riqueza total de la sociedad y no solo en
las cotizaciones de los trabajadores. Valga esto para ejemplificar a que me
refiero cuando digo que hay presupuestos políticos no explicitados en toda la
obra.

En la última parte del libro,
como dije al comienzo, se recogen las implicaciones políticas de esta
situación. Se trata de ver cómo los jóvenes pueden articular sus peticiones. “La
idea es que los jóvenes pasen a ser ganadores en un sistema en el que hoy son
los más perjudicados. (..) Eso significa que hay otros que saldrán perdiendo,
al menos en el corto plazo” (p. 169). Creen, en primer lugar, que las reformas
tanto del mercado de trabajo como del Estado de Bienestar están bloqueadas por
las generaciones del baby boom hacia
arriba. Es decir, el actual statu quo está blindado por una línea generacional.
El bloqueo educativo, sin embargo, respondería a causas de enfrentamiento
político, que aprovecha fracturas normativas de los españoles en torno al bilingüismo,
la educación para la ciudadanía o las clases de religión. Resumiendo: “Si tuviésemos
que delinear un perfil del español tipo que defiende el statu quo regulatorio actual pensaríamos en un hombre, de
nacionalidad española, estudios medios, empleo fijo, vivienda en propiedad y
aspiración a la tranquilidad. Ese español tipo estaría en el centro, en el
núcleo protegido por el sistema. Los jóvenes, junto a las mujeres, los parados
de más de cincuenta años, los pobres y los inmigrantes se encuentran en los
márgenes” (p. 184).

Los autores aventuran que los
jóvenes españoles se encuentran “insatisfechos” con la democracia, piden más de
ella; pero no existe una “desafección”, es decir, un alejamiento del sistema
político. Además, los jóvenes tienden a no utilizar las mismas etiquetas
políticas que los mayores, ni en el mismo sentido. Sin embargo, en cuanto a su
participación política efectiva, debe decirse que el sistema de partidos no
presta demasiada atención a este colectivo por dos motivos. Uno, porque los jóvenes,
entre 18 y 35 años, son un colectivo no demasiado numeroso. Y dos, porque
tienden a participar poco en las elecciones. Los jóvenes tienden a participar
menos a través de mecanismos institucionalizados (elecciones o partidos
políticos) y más a través de mecanismos alternativos (huelgas, manifestaciones
o peticiones). Existen, así mismo, importantes diferencias en la participación
política de los jóvenes, pues existen sectores movilizados tanto en lo
institucional como a través de vía alternativas (jóvenes universitarios de
clase media y media alta) y jóvenes desmovilizados (el resto). Cuando los
jóvenes votan, además, lo hacen a partidos diferentes que los mayores. En
España, por ejemplo, Podemos y Ciudadanos captaron el voto joven en mucha mayor
media que el PSOE o el PP. Creen que la emergencia de estos partidos abre una
ventana de oportunidad para incluir una agenda volcada en los problemas de los
jóvenes y una redistribución de las ventajas del sistema.

El libro tiene un tono
divulgativo, alejado de la prosa académica, que a veces produce asertos
demasiado esquemáticos y poco matizados. Sin embargo, los autores intentan
fundamentar sus argumentos en datos e investigaciones rigurosas. Es un libro
interesante que acierta en la temática y el tono. Aunque no se esté de acuerdo,
o del todo de acuerdo, con las soluciones propuestas o con algún aspecto de
análisis, resulta pertinente. La verdad es que la crisis económica, causa de
muchos de nuestros problemas actuales, está volviendo a traer a la escena pública
un tipo de análisis estructural que se había perdido en las ciencias sociales,
presas de visiones más “postmaterialistas”. Y esta obra es una contribución
bien escrita y planteada desde esta perspectiva. Bienvenida sea.



Populismos

Libros Posted on Sun, December 10, 2017 15:21

En Los enemigos íntimos de la democracia, que reseñé en este mismo
blog, Tzvetan Todorov establecía que el populismo era uno de los tres
principales peligros para la misma. Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán
ahondan en esta tesis en Populismos
(Madrid, Alianza, 2017). En el mismo intentan definir el populismo, no sin
dificultades, pues es una ideología sin ideología. Esto es, sin un aparato teórico
racional construido de un modo sistemático y coherente. Más bien, afirman, el
populismo descansa en un intento de construir un bloque político en torno a la
divisoria entre una élite y un pueblo definidos de modos diferentes en diversos
contextos geográficos y temporales. En nuestro país, por ejemplo, el populismo
de izquierdas ha aplicado esta forma de polarizar lo político con expresiones
como “ni izquierdas ni derechas, ahora la política va de los de arriba y los de
abajo”, las “casta” frente al “pueblo”, el “régimen del 78” o el “bloque
monárquico” contra la gente, y un largo etcétera. Así, el “populismo se reduce
al final a todo esfuerzo por construir comunidad a partir de diferencias y
conflictos presuntamente inconmensurables; es un principio formal carente de contenido propio” (p. 67).

Para conseguir generar esta “comunidad
imaginada”, en el sentido que le daba B. Anderson, la estrategia populista
apela más a la emoción que a la razón. Se rehúye la teorización, incluso la
evidencia empírica, el reino de los tecnócratas. El pueblo capta sus verdaderos
intereses subjetivamente. “Por eso el populismo no teme a la sencillez y falta
de trabazón teórica de sus discursos” (p. 80). De hecho, como recogen en el
tercer capítulo, Internet ha favorecido este tipo de respuesta emocional. La
posverdad, los “zasca” y la frase ingeniosa sustituyen a los hechos y los
argumentos racionales. Problemas técnicos complicados son condensados en 140
caracteres (ahora el doble) y, al menos en la esfera sentimental, la solución parece
posible.

Obviamente no todos los
populismos son iguales. En el cuarto capítulo revisan especialmente los
populismos de Estados Unidos, Francia y España, y en menor medida de otros
países. Sin embargo, todos presentan patrones comunes; porque, y esta es una
tesis fundamental del libro, el populismo, al menos en las democracias más
asentadas, es una reacción “hacia la impotencia de la política y el autismo y
la arrogancia tecnocrática de las élites” (p. 138). Dicho de otro modo, una
reacción a las limitaciones y problemas de las democracias liberales. Estas
limitaciones se intentan solventar apelando al pueblo, uno de los polos de la
democracia liberal. El voto del pueblo se convierte en el único requisito de la
democracia. Se olvida el otro extremo: el aparato constitucional que establece
un sistema de división de poderes para proteger a las minorías derrotadas en la
votación. Porque para el populismo el ganador, el pueblo se defina este como se
defina, se queda con todo. Y los perdedores, la “casta”, élite o cualquier otra
denominación, lo pierde todo.

La solución sería combinar ambos
polos, el liberal (rule of law,
división de poderes, protección de las minorías) y el democrático (votaciones,
comunidad política). Para ello proponen el ideal republicano, si bien reconocen
que aunque teóricamente es una solución atractiva, en la práctica es difícil de
implementar (p. 265). El problema radicaría en conseguir amalgamar al pueblo
real, es decir, a las heterogéneas sociedades actuales, con el pueblo como “unidad”
política. Porque la política precisa de una unidad de acción que integre los
intereses fragmentarios de la comunidad sociológica. El populismo sería, creen
los autores, una falsa salida a esta aporía de la política. “Sería una contrademocracia en el sentido literal
del término, la total puesta en cuestión del orden político formal, pero
también de ese conjunto de actuaciones, instituciones y prácticas plurales e
indiferenciadas; representa una oposición visceral carente de una auténtica
voluntad por integrarse en el cuerpo político conocido si no es bajo los
presupuestos de la exclusión y la autoafirmación de un supuesto y amorfo pueblo auténtico bien tutelado por su
partido o líder” (p. 271). El resultado de la llegada al poder de los
populismos es, sostienen, bien conocido: una actitud depredadora del Estado,
clientelismo, no respeto de los derechos de las minorías, antiparlamentarismo y
autoritarismo, y por último un ataque a la división de poderes y los principios
formales.



Imperiofobia y Leyenda Negra

Libros Posted on Tue, August 22, 2017 00:09

El verano es un tiempo estupendo
para leer y he aprovechado para intentar disminuir algo la pila de libros que
suelo acumular en la mesilla de noche. Entre las cosas que he leído y que más
ha llamado mi atención se encuentra Imperiofobia
y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español
(Siruela, 2017) de María
Elvira Roca Barea. El texto ha tenido éxito editorial, pues he visto que han
sacado ocho ediciones. La autora parece haber dado con el “tema”. Esto es
realmente complicado. Libros magníficos duermen el sueño de los justos. Algunos
son rescatados y otros cogen polvo en bibliotecas. Años más tarde otro autor
puede escribir un libro, tal vez peor, sobre la misma temática y, de repente,
tener gran éxito. En ese caso el tema y el momento han coincidido.

La tesis central de libro afirma
que todo imperio genera fuerzas centrífugas que luchan contra el mismo. Cuando
estas fuerzas tienen el suficiente poder y son capaces de aunar un cuerpo
intelectual a su alrededor, suelen crear un relato descalificador sobre el imperio.
Es lo que se conoce como leyenda negra. Los imperios, además, debido a su
estructura inclusiva no suelen ser capaces de combatir la propaganda en su contra.
Siempre esperan integrar a los díscolos y hacer contrapropaganda atentaría
contra este objetivo.

De este modo, todos los imperios
tienen una leyenda negra propia. La tuvo Roma y la tienen el imperio ruso,
estadounidense y el extinto imperio español. Además, según la autora los
argumentos contra el imperio son similares en todos los casos. El que estudia
con más profusión es el del Imperio español. Para Roca Barea, la leyenda negra
es un relato propagandístico creado por las potencias nacionales que surgieron
durante los siglos XVI y XVII en lucha con el Imperio español, hegemónico en
aquel momento. Así, en los Países Bajos, Alemania, Italia e Inglaterra principalmente
se creó un relato con el objetivo de combatir a la potencia imperial en al
ámbito de las ideas.

Hasta aquí, afirma, sería normal
aceptar la existencia de estos relatos fruto de confrontaciones políticas. Lo
que no resulta tan frecuente es la persistencia de la Leyenda Negra (así, sin
adjetivo, suele referirse a la Leyenda Negra española). La causa se
encuentra, afirma una y otra vez a lo largo del libro, en que los países
protestantes del norte de Europa se constituyeron en Estados-nación en su lucha
contra el Imperio español. Las iglesias protestantes crearon el mito
fundacional de esas naciones y el antiespañolismo es consustancial a los
relatos legitimadores del poder.

Lo más curioso ha sido el éxito
de la propaganda antiespañola. Los mismos españoles la han hecho suya y hoy día
sigue influyendo en sus vidas. Eso es especialmente gravoso cuando “el Imperio
español es una unidad histórica ya fallecida (…) No hay continuidad entre
aquellos españoles y estos españoles” (p. 474). Es decir, la España actual no
tiene nada de imperial y, sin embargo, la imagen deformada del extinto Imperio español
creada por sus enemigos continúa jugando en contra de los actuales habitantes
de este país.

Recuerdo, sobre este punto,
cuando en Sudamérica algunas personas me hablaban del Imperio español y de las
cosas que hicimos allí los españoles. Las primeras veces no sabía cómo
contestar porque no sabía exactamente que le había hecho yo a esas personas. Me
pasó algo parecido en Melilla, cuando el rabino sefardita que nos enseñaba la
sinagoga nos llevó a su despacho y sacó una enorme llave. Según dijo, abría la
casa que sus antepasados habían abandonado cuando “los españoles los echamos”.
Los Reyes Católicos, se entiende, pero enfatizo el “españoles” refiriéndose a
nosotros.

Vuelvo al hilo anterior, pues a
veces me pierdo en recuerdos más o menos relacionados. Para mí el Imperio era
una cosa de libros, ensayos y novelas, no una realidad presente. De hecho, comencé
a leer más cosas sobre el Imperio español a partir de esos comentarios. Cuando
les explicaba que en España lo del Imperio era algo “olvidado y enterrado” me
miraban con cierta desconfianza. Otro gallego intentado escaquearse, pesarían. Pero
la verdad es que en España el desconocimiento histórico sobre este tema es
enorme entre muy amplias capas de la población.

De todo el libro, lo más
llamativo es la insistencia de considerar la Leyenda Negra como una realidad
necesaria para la mentalidad protestante. Los protestantes, afirma, son
necesariamente antipapistas y antiespañoles. Precisan de un enemigo, mientras
que los católicos los consideran gente equivocada a la cual es necesario volver
a llevar al redil. No en vano, es una iglesia “universal”, no nacional. En ese
sentido, afirma, el catolicismo no ejerce una propaganda tan agresiva ni demoniza
al protestante.

El libro tiene muchas virtudes,
sobre todo la de intentar devolver un cierto orgullo nacional a la hipercrítica
España actual. Si uno se asoma a Twitter o a cualquier otra red social y lee lo
escrito por nuestros compatriotas sobre nuestro país seguro que se preguntará
por qué los españoles no salen huyendo de tan abyecto agujero –pero bueno, ese
es otro tema para otra entrada en el blog–. Sin embargo, en mi opinión el
ensayo también contiene algunos excesos. El principal, creo, es la creación de
una “Leyenda Blanca” en contraposición a la “Leyenda Negra”. Con esto me
refiero a la búsqueda de aspectos positivos en la actuación española como medio
de contrarrestar la propaganda negativa. Es verdad que en muchas ocasiones se
nos atacó injustamente y se faltó a la verdad, pero eso no justifica lavar
demasiado nuestra imagen.

La conquista de América tuvo, sin
duda, aspectos positivos como afirma Roca Barea (creación de hospitales, obras
públicas, universidades, la creación de un espacio económico amplísimo, etc.).
Pero esto no debe hacer olvidar que toda conquista es violenta y que se explotó
gravemente a los nativos y a otros pueblos –en todo el ensayo, por ejemplo, no
se habla de la práctica de la esclavitud dentro del Imperio español, que
existió–. Los conquistadores eran valientes, astutos y también unos
perfectos bandidos capaces de matar a quién fuera para conseguir sus objetivos:
oro, tierra, siervos, honor… (cuando leí la crónica de Bernal Díaz del Castillo
lo que más me sorprendió fueron las continuas trifulcas entre los propios
españoles).

Es verdad que la Corona creo
leyes para defender a los indios y que surgió un Derecho de Gentes muy avanzado,
pero también lo es que esas leyes se cumplían poco. América estaba muy lejos y
los españoles en América podían decir sin reparos “se acata, pero no se cumple”.
Además, cuando se lee a Roca Barea de la impresión de que la España de Carlos I
y de Felipe II era el reino de la libertad de pensamiento. Tal vez, pero
también es cierto, como reconoce Geoffrey Parker en su monumental biografía de
Felipe II, que este prohibió a los españoles salir a estudiar al extranjero.
Suficiente por el momento para mostrar a qué me refiero con “Leyenda Blanca”.

Además, aunque María Elvira Roca
Barea afirma que la Leyenda Negra se encuentra presente en personas de todas
las ideologías, tiene una cierta tendencia a hablar de “la izquierda” como
mantenedora del mito. No sé, me recuerda algunas argumentaciones ya pasadas en
las cuales no quiero entrar –por ejemplo, el antiamericanismo en España es
producto de la izquierda (pp. 81-82), pero nada se dice del antiliberalismo (la
pérfida Albión…) producto del franquismo y la educación nacionalcatólica–. Dicho
todo lo anterior, mucho para un post, pues no solemos leer demasiado delante de
una pantalla, recomiendo el libro. Al final del mismo, la autora afirma que el lector
a esas alturas será su amigo o su enemigo. Enemigo no. Tal vez un amigo
crítico. Simpatizo con el objetivo final, aunque en el camino hay diferencias sobre como vemos las cosas.



La sociedad que seremos

Libros Posted on Wed, June 14, 2017 17:50

Belén Barreiro, expresidenta del
CIS y directora-fundadora de la consultora MyWord, publica La sociedad que queremos. Digitales, analógicos, acomodados y
empobrecidos
(Barcelona, Planeta, 2017). En el mismo trata de mostrar, con
un evidente tono divulgativo, cuáles han sido los principales cambios sociales
en la sociedad española como consecuencia de la última crisis económica. Para
ello, construye una tipología de españoles resultantes de la crisis en torno a
dos ejes: digitalización y posición económica (Figura1).

Figura 1. Fuente: Elaboración
propia a partir de la obra de Belén Barreiro.

Los representa con la historia
de cuatro personas, a modo de tipo ideal. El primero sería Miguel, un
joven acomodado digital votante de Ciudadanos. El segundo es Sabino, un votante
del PP acomodado, de más edad y analógico. La tercera sería Alicia, una joven
digital empobrecida por la crisis y votante del Podemos. Por último, Josefa
sería una empobrecida analógica que vota al PSOE.

En el eje económico convivirían
dos Españas: “Los empobrecidos han dado marcha atrás en el tiempo,
retrocediendo a la España previa al consumismo, aquella que luchaba por
sobrevivir y en la que cabía aún la protesta. Los acomodados, a la vanguardia,
viven en un país con ansias de innovación, digitalizado y cosmopolita” (p. 93).
En el eje digital también convivirían dos Españas divergentes. Una analógica,
con un perfil femenino, de clase baja, con menores ingreso y menor nivel
educativo. Otra digital, con un perfil masculino, de clase media y alta, con
mayores ingresos y mayor nivel educativo (pp. 195-205). Los analógicos votarían
a los partidos tradicionales y los digitales a las nuevas formaciones.

A estos dos ejes habría que sumar
la “brecha generacional”, ya que los jóvenes (sobre todo los llamados millennials) son más propensos a votar a
partidos nuevos frente a los tradicionales del “bipartidismo” y tienen mucha
mayor desconfianza en las instituciones tradicionales. Los jóvenes, además,
están mayoritariamente del lado empobrecido (p. 121).

Para desarrollar esta tipología
utiliza datos cuantitativos provenientes de fuentes oficiales, en especial del
CIS, y los estudios cualitativos de su propia empresa MyWord. Es algo que se
agradece, ya que todo el libro aparece fundamentado en datos, ante tanto ensayo aparecido en los últimos tiempos sobre los “males de
España” sin la más mínima base empírica.

Esta tipología, nos dice la
autora, no refleja toda la diversidad de la sociedad española, pero cree que es
una buena herramienta para analizar los cambios provocados por la crisis. Puede
ser, pero en mi opinión, los ejes arriba y abajo (acomodados vs. empobrecidos)
y analógicos y digitales si bien son necesarios, no son suficientes para
describir nuestra sociedad. Es verdad que incluir más dimensiones hubiese
complicado el análisis y la exposición, restando claridad al ensayo, pero sería
una aproximación más fidedigna. Desde mi punto de vista hay tres ejes más que
deberían ser incluidos:

1. Ideológico. La división
Izquierda-derecha, muchas veces declarada muerta por los más variados
analistas, se resiste a desaparecer. Las discusiones sobre la memoria histórica
(el Valle de los Caídos, los desaparecidos de la Guerra Civil o el callejero)
que tanto debate generan en la sociedad española no pueden entenderse sin el
eje ideológico. El eje arriba/abajo, popularizado por Podemos,
puede sumarse, pero no sustituye al eje ideológico.

2. Religioso-moral. Realidades
como el matrimonio homosexual, la llamada familia tradicional, la gestación
subrogada, la eutanasia o la enseñanza segregada siguen estando presentes con
mucha fuerza en el debate público. Y no pienso que puedan reducirse al eje
económico o comunicativo-digital. Estos hechos dividen a los españoles en
función de presupuestos religiosos y morales no encuadrables en la tipología
propuesta.

3. Identitario. Otro rasgo
destacado es la polarización entre los nacionalismos identitarios periféricos y
el nacionalismo identitario español. Y no es algo que pueda referirse al arriba
y abajo o a digitales y analógicos. Sería otra dimensión independiente a
contemplar en el puzle social de nuestro país.

Este panorama le hace hablar de
cuatro Españas, quizá en contraposición con las famosas dos Españas (una de las
cuales, es sabido, habría de helarnos el corazón). Un panorama que coincide con
el actual sistema partidista:

“La España cuádruple, por tanto,
ayuda a comprender la formación de un nuevo sistema partidista en nuestro país:
la revolución digital es propulsora de fuerzas políticas emergentes que, a su
vez, reflejan la fractura social que ha generado la crisis. Aun así, en todos
los partidos coexisten, en mayor o menor medida, las cuatro Españas. Otros factores, como la ideología o el
posicionamiento en la cuestión territorial, siguen siendo claves para entender
los comportamientos políticos
” (p. 217, cursiva añadida).

Son clave, pero el modelo no los
contempla. Es como si la economía y la tecnología (estructura) fueran básicas
frente a cuestiones como la moral, la religión, la ideología o la identidad (superestructura). En todo caso, no tengo claro si los
partidos políticos son reflejo de estas cuatro Españas o las cuatro Españas son
una construcción a partir del sistema político actual.

Por último, un comentario sobre
un aspecto metodológico: un modelo como el propuesto requiere variables dicotómicas. Así,
empobrecidos son los que tienen unos ingresos netos de 1500 o menos euros al
mes. Y acomodados los que superan esa cantidad. Quizá utilizar más tramos de
renta aclararía las cosas. E incluso aceptado esta dicotomía, ¿son lo mismo
1499 euros en Zafra o Don Benito que 1501 en Madrid o Barcelona? ¿Quién es el
empobrecido y quién el acomodado?

Dicho todo lo anterior, me parece
una obra interesante que intenta fundamentar sus conclusiones en datos. Ahora
bien, pese a que muchas de sus conclusiones son, desde mi punto de vista,
convincentes y acertadas, creo que un análisis con más ejes hubiese reflejado
más la diversidad y complejidad de la sociedad española y hubiese enriquecido
el libro (a cambio, soy consciente, de restarle claridad expositiva). Por
ejemplo, incluir el eje identitario hubiese explicado muchas cosas en regiones
como Cataluña, Galicia o el País Vasco. Porque, en definitiva, si algo caracteriza
a la sociedad española actual es la complejidad y la diversidad.



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