El verano es un tiempo estupendo
para leer y he aprovechado para intentar disminuir algo la pila de libros que
suelo acumular en la mesilla de noche. Entre las cosas que he leído y que más
ha llamado mi atención se encuentra Imperiofobia
y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español
(Siruela, 2017) de María
Elvira Roca Barea. El texto ha tenido éxito editorial, pues he visto que han
sacado ocho ediciones. La autora parece haber dado con el “tema”. Esto es
realmente complicado. Libros magníficos duermen el sueño de los justos. Algunos
son rescatados y otros cogen polvo en bibliotecas. Años más tarde otro autor
puede escribir un libro, tal vez peor, sobre la misma temática y, de repente,
tener gran éxito. En ese caso el tema y el momento han coincidido.

La tesis central de libro afirma
que todo imperio genera fuerzas centrífugas que luchan contra el mismo. Cuando
estas fuerzas tienen el suficiente poder y son capaces de aunar un cuerpo
intelectual a su alrededor, suelen crear un relato descalificador sobre el imperio.
Es lo que se conoce como leyenda negra. Los imperios, además, debido a su
estructura inclusiva no suelen ser capaces de combatir la propaganda en su contra.
Siempre esperan integrar a los díscolos y hacer contrapropaganda atentaría
contra este objetivo.

De este modo, todos los imperios
tienen una leyenda negra propia. La tuvo Roma y la tienen el imperio ruso,
estadounidense y el extinto imperio español. Además, según la autora los
argumentos contra el imperio son similares en todos los casos. El que estudia
con más profusión es el del Imperio español. Para Roca Barea, la leyenda negra
es un relato propagandístico creado por las potencias nacionales que surgieron
durante los siglos XVI y XVII en lucha con el Imperio español, hegemónico en
aquel momento. Así, en los Países Bajos, Alemania, Italia e Inglaterra principalmente
se creó un relato con el objetivo de combatir a la potencia imperial en al
ámbito de las ideas.

Hasta aquí, afirma, sería normal
aceptar la existencia de estos relatos fruto de confrontaciones políticas. Lo
que no resulta tan frecuente es la persistencia de la Leyenda Negra (así, sin
adjetivo, suele referirse a la Leyenda Negra española). La causa se
encuentra, afirma una y otra vez a lo largo del libro, en que los países
protestantes del norte de Europa se constituyeron en Estados-nación en su lucha
contra el Imperio español. Las iglesias protestantes crearon el mito
fundacional de esas naciones y el antiespañolismo es consustancial a los
relatos legitimadores del poder.

Lo más curioso ha sido el éxito
de la propaganda antiespañola. Los mismos españoles la han hecho suya y hoy día
sigue influyendo en sus vidas. Eso es especialmente gravoso cuando “el Imperio
español es una unidad histórica ya fallecida (…) No hay continuidad entre
aquellos españoles y estos españoles” (p. 474). Es decir, la España actual no
tiene nada de imperial y, sin embargo, la imagen deformada del extinto Imperio español
creada por sus enemigos continúa jugando en contra de los actuales habitantes
de este país.

Recuerdo, sobre este punto,
cuando en Sudamérica algunas personas me hablaban del Imperio español y de las
cosas que hicimos allí los españoles. Las primeras veces no sabía cómo
contestar porque no sabía exactamente que le había hecho yo a esas personas. Me
pasó algo parecido en Melilla, cuando el rabino sefardita que nos enseñaba la
sinagoga nos llevó a su despacho y sacó una enorme llave. Según dijo, abría la
casa que sus antepasados habían abandonado cuando “los españoles los echamos”.
Los Reyes Católicos, se entiende, pero enfatizo el “españoles” refiriéndose a
nosotros.

Vuelvo al hilo anterior, pues a
veces me pierdo en recuerdos más o menos relacionados. Para mí el Imperio era
una cosa de libros, ensayos y novelas, no una realidad presente. De hecho, comencé
a leer más cosas sobre el Imperio español a partir de esos comentarios. Cuando
les explicaba que en España lo del Imperio era algo “olvidado y enterrado” me
miraban con cierta desconfianza. Otro gallego intentado escaquearse, pesarían. Pero
la verdad es que en España el desconocimiento histórico sobre este tema es
enorme entre muy amplias capas de la población.

De todo el libro, lo más
llamativo es la insistencia de considerar la Leyenda Negra como una realidad
necesaria para la mentalidad protestante. Los protestantes, afirma, son
necesariamente antipapistas y antiespañoles. Precisan de un enemigo, mientras
que los católicos los consideran gente equivocada a la cual es necesario volver
a llevar al redil. No en vano, es una iglesia “universal”, no nacional. En ese
sentido, afirma, el catolicismo no ejerce una propaganda tan agresiva ni demoniza
al protestante.

El libro tiene muchas virtudes,
sobre todo la de intentar devolver un cierto orgullo nacional a la hipercrítica
España actual. Si uno se asoma a Twitter o a cualquier otra red social y lee lo
escrito por nuestros compatriotas sobre nuestro país seguro que se preguntará
por qué los españoles no salen huyendo de tan abyecto agujero –pero bueno, ese
es otro tema para otra entrada en el blog–. Sin embargo, en mi opinión el
ensayo también contiene algunos excesos. El principal, creo, es la creación de
una “Leyenda Blanca” en contraposición a la “Leyenda Negra”. Con esto me
refiero a la búsqueda de aspectos positivos en la actuación española como medio
de contrarrestar la propaganda negativa. Es verdad que en muchas ocasiones se
nos atacó injustamente y se faltó a la verdad, pero eso no justifica lavar
demasiado nuestra imagen.

La conquista de América tuvo, sin
duda, aspectos positivos como afirma Roca Barea (creación de hospitales, obras
públicas, universidades, la creación de un espacio económico amplísimo, etc.).
Pero esto no debe hacer olvidar que toda conquista es violenta y que se explotó
gravemente a los nativos y a otros pueblos –en todo el ensayo, por ejemplo, no
se habla de la práctica de la esclavitud dentro del Imperio español, que
existió–. Los conquistadores eran valientes, astutos y también unos
perfectos bandidos capaces de matar a quién fuera para conseguir sus objetivos:
oro, tierra, siervos, honor… (cuando leí la crónica de Bernal Díaz del Castillo
lo que más me sorprendió fueron las continuas trifulcas entre los propios
españoles).

Es verdad que la Corona creo
leyes para defender a los indios y que surgió un Derecho de Gentes muy avanzado,
pero también lo es que esas leyes se cumplían poco. América estaba muy lejos y
los españoles en América podían decir sin reparos “se acata, pero no se cumple”.
Además, cuando se lee a Roca Barea de la impresión de que la España de Carlos I
y de Felipe II era el reino de la libertad de pensamiento. Tal vez, pero
también es cierto, como reconoce Geoffrey Parker en su monumental biografía de
Felipe II, que este prohibió a los españoles salir a estudiar al extranjero.
Suficiente por el momento para mostrar a qué me refiero con “Leyenda Blanca”.

Además, aunque María Elvira Roca
Barea afirma que la Leyenda Negra se encuentra presente en personas de todas
las ideologías, tiene una cierta tendencia a hablar de “la izquierda” como
mantenedora del mito. No sé, me recuerda algunas argumentaciones ya pasadas en
las cuales no quiero entrar –por ejemplo, el antiamericanismo en España es
producto de la izquierda (pp. 81-82), pero nada se dice del antiliberalismo (la
pérfida Albión…) producto del franquismo y la educación nacionalcatólica–. Dicho
todo lo anterior, mucho para un post, pues no solemos leer demasiado delante de
una pantalla, recomiendo el libro. Al final del mismo, la autora afirma que el lector
a esas alturas será su amigo o su enemigo. Enemigo no. Tal vez un amigo
crítico. Simpatizo con el objetivo final, aunque en el camino hay diferencias sobre como vemos las cosas.