En Los enemigos íntimos de la democracia, que reseñé en este mismo
blog, Tzvetan Todorov establecía que el populismo era uno de los tres
principales peligros para la misma. Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán
ahondan en esta tesis en Populismos
(Madrid, Alianza, 2017). En el mismo intentan definir el populismo, no sin
dificultades, pues es una ideología sin ideología. Esto es, sin un aparato teórico
racional construido de un modo sistemático y coherente. Más bien, afirman, el
populismo descansa en un intento de construir un bloque político en torno a la
divisoria entre una élite y un pueblo definidos de modos diferentes en diversos
contextos geográficos y temporales. En nuestro país, por ejemplo, el populismo
de izquierdas ha aplicado esta forma de polarizar lo político con expresiones
como “ni izquierdas ni derechas, ahora la política va de los de arriba y los de
abajo”, las “casta” frente al “pueblo”, el “régimen del 78” o el “bloque
monárquico” contra la gente, y un largo etcétera. Así, el “populismo se reduce
al final a todo esfuerzo por construir comunidad a partir de diferencias y
conflictos presuntamente inconmensurables; es un principio formal carente de contenido propio” (p. 67).

Para conseguir generar esta “comunidad
imaginada”, en el sentido que le daba B. Anderson, la estrategia populista
apela más a la emoción que a la razón. Se rehúye la teorización, incluso la
evidencia empírica, el reino de los tecnócratas. El pueblo capta sus verdaderos
intereses subjetivamente. “Por eso el populismo no teme a la sencillez y falta
de trabazón teórica de sus discursos” (p. 80). De hecho, como recogen en el
tercer capítulo, Internet ha favorecido este tipo de respuesta emocional. La
posverdad, los “zasca” y la frase ingeniosa sustituyen a los hechos y los
argumentos racionales. Problemas técnicos complicados son condensados en 140
caracteres (ahora el doble) y, al menos en la esfera sentimental, la solución parece
posible.

Obviamente no todos los
populismos son iguales. En el cuarto capítulo revisan especialmente los
populismos de Estados Unidos, Francia y España, y en menor medida de otros
países. Sin embargo, todos presentan patrones comunes; porque, y esta es una
tesis fundamental del libro, el populismo, al menos en las democracias más
asentadas, es una reacción “hacia la impotencia de la política y el autismo y
la arrogancia tecnocrática de las élites” (p. 138). Dicho de otro modo, una
reacción a las limitaciones y problemas de las democracias liberales. Estas
limitaciones se intentan solventar apelando al pueblo, uno de los polos de la
democracia liberal. El voto del pueblo se convierte en el único requisito de la
democracia. Se olvida el otro extremo: el aparato constitucional que establece
un sistema de división de poderes para proteger a las minorías derrotadas en la
votación. Porque para el populismo el ganador, el pueblo se defina este como se
defina, se queda con todo. Y los perdedores, la “casta”, élite o cualquier otra
denominación, lo pierde todo.

La solución sería combinar ambos
polos, el liberal (rule of law,
división de poderes, protección de las minorías) y el democrático (votaciones,
comunidad política). Para ello proponen el ideal republicano, si bien reconocen
que aunque teóricamente es una solución atractiva, en la práctica es difícil de
implementar (p. 265). El problema radicaría en conseguir amalgamar al pueblo
real, es decir, a las heterogéneas sociedades actuales, con el pueblo como “unidad”
política. Porque la política precisa de una unidad de acción que integre los
intereses fragmentarios de la comunidad sociológica. El populismo sería, creen
los autores, una falsa salida a esta aporía de la política. “Sería una contrademocracia en el sentido literal
del término, la total puesta en cuestión del orden político formal, pero
también de ese conjunto de actuaciones, instituciones y prácticas plurales e
indiferenciadas; representa una oposición visceral carente de una auténtica
voluntad por integrarse en el cuerpo político conocido si no es bajo los
presupuestos de la exclusión y la autoafirmación de un supuesto y amorfo pueblo auténtico bien tutelado por su
partido o líder” (p. 271). El resultado de la llegada al poder de los
populismos es, sostienen, bien conocido: una actitud depredadora del Estado,
clientelismo, no respeto de los derechos de las minorías, antiparlamentarismo y
autoritarismo, y por último un ataque a la división de poderes y los principios
formales.