Las variaciones de las subculturas juveniles urbanas son
enormes. Tanto las clases populares como las clases medias, y las siempre más reducidas
clases altas, han generado jóvenes que adoptan estilos subculturales
específicos. En los últimos tiempos se han escrito una serie de obras que
prestan atención a la subcultura predominante entre los jóvenes (y ya no tan
jóvenes gracias a la extensión de la juventud) de las clases medias. Hace un
tiempo ya reseñe en este mismo blog el libro del periodista David Brooks, BoBos en el Paraíso (2000),
en el que se mostraban algunas de las características de esta nueva
subcultura. Posteriormente, el también periodista Víctor Lenore publicó Indies, Hipsters y gafapastas (Madrid,
Capitán Swing, 2014). Este parece una continuación en clave castiza del libro
de Brooks. Mostraba las ansias de distinción de las subculturas juveniles hipster
o indie en España. Remarcaba su deseo de integración con
el mundo cultural anglosajón, su consumismo e integración en el capitalismo (“la
cultura de los modernos es el brazo
artístico del mundo corporativo”, p. 120) y un apenas oculto conservadurismo
político.

Iñaki Dominguez continúa esta tradición con su Sociología del moderneo (Melusina,
2017). Lo acabo de terminar y me ha producido una impresión muy grata.
Domínguez es filósofo y antropólogo y plantea una sociología del fenómeno del
moderneo (en el que se incluirían los BoBos, indies o hípsters de diverso
pelaje). El texto es más reflexivo que el de Brooks o Lenore, con múltiples
referencias a textos sociológicos, si bien se lee con soltura. No deja de ser
un ensayo y el autor consigue mantener la atención del lector con diversas
anécdotas personales o extraídas de los medios de comunicación y las redes sociales.
Esto se agradece, porque los sociólogos tenemos una marcada tendencia a
dejarnos caer por el tobogán del academicismo.

Plantea que el moderneo es un fenómeno que busca ante todo
la distinción. Es una estrategia a través de la cual jóvenes de clase media, de
modo mayoritario aunque no único, buscan un lugar en la sociedad española. Es,
además, un falso elitismo, porque es una corriente conseguida a través del
consumo y con vinculaciones con la misma subcultura a nivel internacional. Es
una subcultura con un pensamiento dogmático, donde prima el conformismo y la
ausencia de pensamiento crítico enmascarados con la idea de tolerancia. El
moderneo, cree Domínguez, está “entreverado y determinado en todas sus
manifestaciones por los principios del capitalismo” (p. 141). Y eso tanto en la
esfera del consumo, fuente de la construcción identitaria, como en la de la
producción, con la preferencia por trabajos creativos.

La descripción de la subcultura resulta convincente y,
seguramente, se aproxime mucho a la realidad. El trabajo, sin embargo, adolece
de algunas carencias precisamente de índole sociológica. Por ejemplo, cuando
Iñaki Dominguez se lanza a elaborar un perfil del moderno tipo nos dice que es
un “universitario de provincias de clase media que estudia en Madrid o
Barcelona” (p. 45). Puede ser, o tal vez no. Aquí encontramos el problema de la
cuantificación. ¿Cuántos son los modernos? ¿Qué proporción representan respecto
al conjunto de jóvenes en esas grandes ciudades? Este problema, no obstante, es
común a este tipo de descripciones. Cuando Dick Hebdige, en su famosa obra Subcultura. El signficado del estilo
(1979), describía a las “espectaculares” subcuturas juveniles británicas, en
especial la de los punkies, tampoco nos decía cuántos eran ni su proporción
respecto al conjunto de jóvenes en el Reino Unido.

En realidad, la cuantificación resulta difícil por varios
motivos. En primer lugar, la pertenencia a una subcultura no es en ningún caso
algo absoluto. La implicación puede ser temporal o de por vida, a tiempo
completo o tiempo parcial, completa o adaptada a los gustos del joven. Y, en
segundo lugar, no abundan las encuestas ni los estudios etnográficos sobre subculturas
juveniles (estos últimos, sin embargo, son algo más frecuentes, pero sin
tirar cohetes). Y en España menos. Lo que son más frecuentes son los
artículos periodísticos que, en su mayor parte, se quedan en el titular.

En todo caso, la adscripción de los modernos a la clase
media parece clara, su vinculación con barrios específicos de Madrid y
Barcelona también. Sin embargo, que vengan en su mayor parte de provincias no
me parece tan claro. Al menos pienso que debería profundizarse en ello.

Lo interesante de este tipo de subculturas, creo, es su cultura
matriz. Proceden de las clases medias. Afirmaba Stuart Hall al hablar de los
hippies, que la importancia de las subculturas de clase media radica en que
anticipan tendencias generales de la sociedad. Muestran desarrollos que la sociedad
en su conjunto terminará por hacer suyos. Esto parece claro, y los “modernos”
nos muestran tendencias que el conjunto de la sociedad aceptará (si no lo ha
hecho ya), como el consumismo, el conservadurismo acrítico, la valoración de la
juventud y la estética, la preferencia por trabajos “creativos” en detrimento
de profesiones más “industriales” o, entre otras, el deseo de distinción a
través del “parecer”, léase consumo, frente al “ser”.