Un día compré, tras
verlo en una reseña de La
Tercera, Hitch-22,
las memorias del ensayista y periodista británico Christopher Hitchens. Un año
antes había leído Dios no es Bueno,
pero lo que me atrajo fue su carácter memorialístico. No sé muy bien porqué,
pero las memorias me atraen cada vez más y, sin embargo, me da más pereza leer ficción.

El caso es que la
autobiografía no es un género demasiado popular en España y en
Inglaterra sí lo es. Me preguntaba la causa y, cosas de la vida, encontré la
respuesta (o, al menos, una posible respuesta) en Chile. Almorcé con Marjorie
Murray, una antropóloga chilena amiga de mi compañera de trabajo Ana Martínez,
en la Universidad Católica. Como es habitual entre académicos, me contaba sus
investigaciones y estancias en el extranjero. Y resulta que realizó una tesis
doctoral en la que comparaba la vida cotidiana en Madrid y Londres. El asunto
en sí no tenía mayor trascendencia, pero me llamó la atención una parte de la
investigación.

Resulta que
investigó el uso del teléfono móvil entre gente en España y en Inglaterra. Para
ello, pedía a las personas investigadas que revisaran su agenda y se la
proporcionaran tal y como la tenían ordenada. Cuando los españoles iban revisando
su agenda, descubrían que guardaban teléfonos de amistades pasadas con las que
apenas tenían ya contacto. Lo curioso es que la reacción más habitual era la de
borrar a esa persona de la agenda. Por el contrario, los británicos no solo no
la borraban, sino que incluso al ver el nombre y recordarlo pedía permiso y
salían para telefonear a la persona con la que ya hace tiempo no tenían
contacto. Este hecho, comentaba Marjorie, era muy significativo del uso de la
memoria social y del modo de gestionar las relaciones personales.

Los españoles, si
la tesis es correcta, vivimos en el presente de nuestras relaciones sociales.
Pienso que pueden ser incluso más intensas que las de los británicos. Sin
embargo, cuando alguien sale de ese círculo es rápidamente “olvidado” y
sustituido en una nueva reconfiguración de esas relaciones. Los ingleses
manejan las relaciones en una clave más histórica. Las personas se relacionan a
lo largo del tiempo y no terminan nunca de desaparecer del horizonte vital,
aunque en el presente las relaciones sean menos densas.

Esto explicaría, al
menos en parte, el deseo de producir y leer memorias en el mundo anglosajón. Y,
como contrapartida, el escaso éxito de este género en nuestro país.