Ha
caído estos días entre mis manos Sonríe o
muere. La trampa del pensamiento positivo
(Madrid, Turner, 2018, 3ª
edición) de Barbara Ehrenreich. De ella había leído ya Por cuatro duros: como (no) apañárselas en Estados Unidos, en el
que analizaba las penurias de la clase obrera no cualificada estadounidense (véase la entrada anterior). Me pareció
un gran reportaje periodístico, que contenía mucha verdad. El libro que ahora
reseño es también una gran crónica magníficamente escrita y que da de lleno,
creo, en una de las tendencias de nuestro tiempo: el llamado “pensamiento
positivo”.

El pensamiento positivo mantiene que
las personas somos capaces de modificar nuestro entorno mediante nuestro pensamiento
y nuestra voluntad. Si deseamos algo con la suficiente fuerza seremos capaces
de conseguirlo. Las circunstancias, sean naturales o sociales, no son un
obstáculo que no pueda ser superado por una forma de pensar positiva. Este modo
de pensar tan “idealista”, por no llamarlo “ilusorio”, se aplica a diversos
campos de la vida cotidiana: la salud, el mercado de trabajo o las relaciones
personales. Y ha sido transmitido sobre todo a través de los libros y cursos de
autoayuda y de la llamada psicología positiva.

Es un tipo de pensamiento, cuenta
Enrenreich, típicamente estadounidense que surge del protestantismo ascético,
aunque
se está expandiendo con rapidez por todo el mundo. Cuando explico en
clase que “cuando deseamos algo, el mundo no conspira para que consigamos
realizar nuestro deseo” (parafraseando la famosa cita de Paulo Coelho), que el
mundo pasa bastante de nuestros deseos, algún alumno me reprocha haber chafado
una idea importante para él o ella. Quizá el pensamiento positivo: tenemos derecho
a conseguir lo que queremos; junto al sentimentalismo: nadie debe poner en tela
de juicio mis sentimientos, sean dos rasgos destacados de nuestro tiempo.

Otro aspecto destacado son las
implicaciones políticas del pensamiento positivo. Aunque según la autora este
tipo de pensamiento está extendido entre personas de muy diferente condición
ideológica, resulta congruente con el pensamiento más conservador. Por varios
motivos. En primer lugar, es fuertemente individualista. Si podemos conseguir
lo que queramos simplemente cambiando nuestro modo de pensar, ¿para qué buscar
la acción colectiva? En segundo lugar, culpabiliza a los individuos y no a las
circunstancias. Si te quedas en paro, culpa tuya; si tu negocio fracasa, más de
lo mismo. En tercer lugar, es una ideología que ha sido comprada por las
grandes empresas capitalistas pues sirve para, de un lado, aumentar la
autoexigencia de las personas y reducir su “conflictividad”; y, de otro lado,
establecer un lenguaje políticamente correcto que impide el disenso.
Finalmente, fomenta la expulsión de los disconformes. Si no eres positivo, eres
una persona “tóxica” a la que se debe apartar (aunque a veces las personas tóxicas
tengan razón).

Barbara Enrenreich aboga por
superar este tipo de pensamiento que funciona a modo de trampantojo de nuestras
miserias o que, directamente, contribuye a aumentarlas. Propone sustituirlo por
una visión no pesimista, sino realista y racional. “Lo que llamamos ilustración
(…) es el lento entendimiento de que el mundo sigue su curso según unos
algoritmos internos de causa y efecto, de probabilidad y azar, que no tienen
para nada en cuenta los sentimientos humanos” (p. 236). No puedo estar más de
acuerdo. El problema del pensamiento positivo no es que nos haga optimistas y
felices, el problema es que nos aleja del pensamiento racional y nos acerca al
mundo mágico.