Que 2020 es un año raro, nadie lo duda. La pandemia producida por el virus Covid-19 ha afectado nuestras vidas. Estos meses he ido reflexionando sobre las consecuencias sociales, económicas y políticas de la enfermedad a través de las redes sociales. Bueno, sobre todo a través de Facebook, que como se sabe es una red de “viejos”. La mayoría han sido comentarios al hilo de diferentes noticias de prensa, radio o de las propias redes. He decidido reunirlos -de un modo no exhaustivo y no literal- ahora en un post, ya que reflejan mis intereses y preocupaciones durante este tiempo.

En primer lugar, resumía mis impresiones diciendo que a partir de esta crisis había aprendido tres cosas sobre el modo de pensar de la gente. En primer lugar, que la mayoría analizaba la realidad desde un punto de vista estrictamente ideológico. Además, la incertidumbre hacía que se aferraran con más fuerza a sus prejuicios. En segundo lugar, que muy pocos eran capaces de ver las cosas manejando más de una variable. Existía una gran preferencia por las explicaciones monocausales, sobre todo si presentaban un “chivo expiatorio” claro. En este sentido, decía Daniel Innerarity en un tuit reciente que para Nietzsche “lo propio de la mitología era poner un autor detrás de un acontecimiento (tipo el dios del rayo o la lluvia)”. Las teorías de la conspiración se han extendido como la pólvora. Y, en tercer lugar, que la mayoría no veía la realidad como un proceso adaptativo, sino como una estructura estática. Las situaciones cambiantes no nos gustan, queremos seguridad y establo.

Más allá de esta impresión general, me preocuparon diversos temas.  En la política internacional me sorprendió el papel de la Unión Europea. Yo, que siempre he sido un europeísta convencido, de aquellos que creen que la solución a los males de España se encuentra en más Europa y menos casticismo, me asusté de la torpeza de la UE. Su modo de proceder, en el que los países del norte trataban de limitar las ayudas a las economías del sur más afectadas, ha producido un daño moral profundo, que no tendrá enmienda. Esto es profundamente injusto, porque abrimos los mercados y permitimos que los países del norte -sobre todo Alemania- compraran nuestras empresas industriales a cambio de estar bajo el paraguas de la moneda única. Ahora que tienen las empresas, quieren quitarnos el paraguas. Y esto no puede ser. Además, las justificaciones a esta racanería estaban basadas en prejuicios racistas, como cuando el primer ministro holandés decía que nos gastaríamos las ayudas en fiestas y vino. A veces se olvida que con las ayudas hemos hecho, sobre todo, infraestructuras. Un ejemplo es el caso de la red de fibra óptica, una de las mejores de Europa y del mundo. Netflix tuvo que bajar la calidad de las trasmisiones en la UE para no saturar las líneas, menos en España. Pero esta actitud ha tenido su contraparte negativa para ellos: ahora todos sabemos que Holanda es un paraíso fiscal y que nos hace “dumping” fiscal. Está bien ser cornudo, pero no apaleado.  

La UE continuará, afirmaba, pero ya nunca será vista como un ideal. Después, vendrán los lamentos y los Brexits. Al final, ante el miedo al resquebrajamiento del mercado único se llegó a un acuerdo. Este, en principio, no suena mal. Por primera vez la UE emitirá deuda conjunta, la Comisión Europea adquiere fuerza frente al Consejo Europeo a la hora de gestionarla, el veto parece que se queda en un “vetito” (aunque recientemente polacos y húngaros están tensando la cuerda) y aumenta el presupuesto de la UE. Podía haber sido mejor, pero también mucho peor. En todo caso, la UE ha quedado retratada negativamente ante la ciudadanía por su falta de reflejos y por las disensiones internas.

A esto habría que sumar el papel de las potencias externas. China envió ayuda a Europa, mientras los Estados Unidos de Trump hacían todo un papelón cuando decidieron cortar los vuelos unilateralmente, pero mantenían el flujo de bienes y capitales. Es decir, mantenía la globalización y al mismo tiempo molestaba a sus aliados. Puede ser un buen indicador de la reconfiguración del orden mundial y de la nueva fase global que nos espera. China se mostró más rápida que la UE y su aliado natural, los Estados Unidos, a la hora de ayudar a los europeos.

Puede ser que la actitud China fuera propaganda, aunque es una que ha funcionada. Muchos han olvidado la naturaleza del gobierno chino. Aunque no debemos dejar de lado que las recetas chinas para acabar con el virus descansan en un fuerte autoritarismo. El gobierno chino confinó tan bien en Wuhan y controló a la población porque ya tenían mucha experiencia previa.

La política nacional proporcionó, como nos tiene acostumbrados, una serie de situaciones grotescas, de descoordinación y de enfrentamiento cainita que rayaron en el esperpento. Como muestra se puede recordar al líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid diciendo que la cuestión era “ser virus o ser vacuna”, a la Presidenta de la CAM haciendo negocios inmobiliarios con los amiguetes, a las diferentes Comunidades Autónomas pidiendo competencias durante el confinamiento y luego pidiendo centralización cuando se las dieron porque no sabían gestionar la situación, al sacrificio de la salud pública para salvar al “soldado turismo” o al uso torticero de los datos sobre enfermos y muertos durante toda la crisis. Al final, incluso los jueces se unieron al espectáculo cuando dictaron sentencias contradictorias sobre las medidas que adoptaban las Comunidades Autónoma. Puro Celtibera Show.

Quizá una de las cosas que más me ha sorprendido es lo poco asentado que está el pensamiento científico en España, en concreto, y en el mundo más desarrollado, en general. Cuando hablaban los científicos en los medios de comunicación mostraban dudas y lo hacían en condicional. Lanzaban hipótesis y hablaban de probabilidades. Ese mensaje, se ha visto claramente, no ha calado. La gente necesita “expertos” seguros de sí mismos y de su mensaje. Nada de probabilidades, quieren tener clara la situación y que les marquen el camino. Bueno, más bien, que les digan que todo volverá a ser como ellos quieren. La ciencia, como decía Max Weber, puede decirnos cómo es el mundo, pero no cómo hemos de vivir. Y esto no es algo que muchos estén dispuestos a aceptar.

Un ejemplo de esto es el éxito de programas como el del periodista Iker Jiménez, que antes de la pandemia hacía un programa de entretenimiento centrado en lo oculto, lo paranormal o, entre otros temas, las visitas de alienígenas. Decidió tocar el tema del coronavirus y alinearse con los llamados “escépticos” o “negacionistas”, una difusa amalgama de personas que creen en diversas teorías de la conspiración sobre los orígenes, la existencia o la intencionalidad de la pandemia. Después dio un pasito para atrás, pero, como escribí, “el creador fue devorado por su propia obra”, ya que le llamaron traidor aquellos que alentó. 

Esta actitud tiene mucho que ver, creo, con la búsqueda de la seguridad. Las sociedades occidentales somos sociedades ricas y envejecidas, poco amantes de los riesgos. Y el mensaje que identifica peligros de un modo claro y nos dice el modo de combatirlos cala entre la población. El nuevo populismo basa buena parte de su éxito en esto. El problema es que una pandemia como la actual no tiene soluciones fáciles. Entonces se recurre a lo que Zygmunt Bauman llamaba una sobredosis de seguridad activa. Ya que no podemos evitar la enfermedad, porque solo la ciencia podrá erradicarla y hace falta tiempo, recurrimos a las medidas de seguridad activa que están en nuestra mano.

Por un lado, los gobiernos han establecido medidas contundentes de seguridad pública: confinamientos, toques de queda, prohibiciones de la movilidad o, entre otras, el uso obligatorio de mascarilla. La eficacia de dichas medidas es objeto de discusión por parte de los científicos. Sin embargo, muestran a la ciudadanía que las autoridades están haciendo algo. En España, donde no hubo ningún problema de seguridad ciudadana, se impusieron 700.000 sanciones durante los 40 días de confinamiento. La mayoría no se cobrarán, pero mostraban a la ciudadanía que el gobierno estaba haciendo algo.

En los Estados Unidos, por otro lado, tomaron la seguridad activa de un modo privado. Allí aumentó mucho la venta de armas como medida preventiva. Como está claro que no se puede matar un virus con una pistola, se entiende que los estadounidenses no se fiaban del vecino durante la cuarentena. Lo que no es sorprendente, pues allí es habitual que se produzcan saqueos y desórdenes públicos ante la más mínima crisis.

En todo caso, la búsqueda de seguridad produjo que muchos ciudadanos se inclinasen hacia “chamanes” que tenía todo claro y “políticos populistas” que les ofrecían seguridad. Otro asunto es que después algunos de esos políticos estuvieran dispuestos a sacrificar a los más ancianos, su base electoral más fuerte, para “salvar la economía”. De tanto buscar “seguridad” se encontraron “desprotegidos”.

La actitud anticientífica ha tenido, además, otro damnificado: las vacunas. El movimiento antivacunas no es nuevo, pero ha hecho su agosto con la pandemia actual. Con un argumentario que azuza los miedos: vacunas no probadas, consecuencias nefastas de la vacunación, oscuros intereses de los laboratorios…, se ha conseguido que, en España, un país donde la vacunación es prácticamente universal y está muy aceptada por la población, según una encuesta del CIS más del 40% de la población diga que no se pondría la vacuna para el Covid-19.

La percepción del riesgo es subjetiva, claro está, pero sorprendente. Conozco muchas personas que dicen que no se pondrán la vacuna, porque es peligrosa y porque “nos están engañando”. Pero curiosamente esas mismas personas antes, e incluso ahora, consumían drogas “ilegales”, que como todos sabemos se fabrican en maravillosos laboratorios marroquíes o colombianos con un estricto control de la calidad y a las que no se añaden todo tipo de aditivos peligrosos para la salud. También lo dice gente que se “cicla” en gimnasios con productos comprados en webs chinas de toda confianza.

Con esto, obviamente, no estoy diciendo que las vacunas no puedan tener efectos adversos, pero sí que el rechazo actual no es fruto de un debate serio sobre los mismos. Responde a miedos producidos por una situación de incertidumbre y, también, por una desconfianza muy marcada en España hacia la política y los políticos. En todo caso, en esto de las vacunas existe una palmaria contradicción: queremos superar el Covid, pero sin vacunarnos, sin utilizar mascarillas, sin restricciones a la movilidad, sin confinamientos… Pues díganme, señores y señoras, ¿cómo se hace eso?

Otro aspecto que me ha llamado la atención es lo apegado que estamos a nuestras costumbres, aunque puedan resultar contraproducentes. Cuando se cerraron los colegios, institutos y universidades apenas hubo contestación social. Pero cuando se decretaron medidas que limitan la actividad en bares y restaurantes, la cosa cambió. Es algo que no deja de sorprenderme, al igual que la obsesión con las terrazas. Me recuerda a la escena final de la película 1 Franco, 14 pesetas, donde la solución a todos los graves problemas de una familia de emigrantes retornados al país se encuentra en pasear por la Gran Vía y tomarse una caña en una terraza.

Y no es que yo no fuese usuario de bares y restaurantes, que lo era. Pero puedo prescindir de ellos antes una alarma sanitaria. De hecho, prácticamente no los he frecuentado durante este año. Entiendo los nervios de los hosteleros y restauradores, porque estos procesos pueden implicar un cambio de costumbres. Podría ocurrir que los españoles que no van a los bares se den cuenta que no es necesario dejarse tanta parte de sus ingresos en los mismos. Los jóvenes ya desertaron y se pasaron al botellón. ¿Y si lo hacen los adultos y deciden montarse sus fiestas, mucho más baratas, en espacios privados como ocurre en el resto de Europa?

Incluyo, por último, una entrada que hice sobre un artículo que ligaba la ciudad de Leganés con una mayor incidencia del Covid por ser una ciudad “de clase obrera”. Trataba de mostrar que esos análisis “pseudosociológicos” no acertaban apenas nada:  

“Leganés como el Bronx. Desde luego, no hay como escribir con brocha gorda. Leganés es una ciudad colindante con Madrid que, en efecto, creció sobre todo durante los años 60, 70 y 80 sobre todo con inmigrantes procedentes de las dos Castillas y Extremadura. Sin embargo, pintarla como una ciudad de clase baja o algo así es no saber demasiado del tema. Vamos por partes.

a) En efecto hay barrios con un nivel socioeconómico medio o bajo, como San Nicasio o Zarzaquemada, pero otros tienen un nivel medio e incluso alto. En algunos barrios la renta media está por encima del 90% de la Comunidad de Madrid, una de las comunidades más ricas de España. Comparable a algunas de las zonas más acomodadas de la capital. De hecho, muchos de los hijos de esos inmigrantes tuvieron que comprar viviendas en municipios más al sur de la capital, porque los precios inmobiliarios se dispararon durante los años del boom.

b) Otro indicador es la esperanza de vida. Hace no muchos años el municipio salía en el mismo periódico en el que escriben estas autoras señalando que tenía una de las esperanzas de vida, tanto para hombres como para mujeres, más altas de Europa.

c) Es verdad, por otro lado, que es una de las poblaciones más afectadas por el Covid-19. Sin embargo, reducirlo todo a un asunto de clase es algo simplista. Zarzaquemada, por ejemplo, es uno de los barrios más poblados del municipio, con una renta media-baja, y una de las densidades de población más altas del continente europeo. Allí se han producido bastantes casos. Es un barrio, por otro lado, muy envejecido. Habría que ver qué factor ha afectado más.

d) Tampoco se menciona que en el municipio hay 8 residencias de ancianos. En una de ellas murieron casi 100 personas. De hecho, en residencias han muerto unas 260 personas. Prácticamente la mitad de los fallecidos.

En definitiva, un artículo muy deficiente. Y no es cuestión de orgullo localista o un chovinismo de la “patria chica”, sino de simple respeto a la realidad”.

En fin, y por concluir, también se dijo que la pandemia nos haría mejores personas. En El Mundo se recogía el siguiente titular: “Condenan a un hombre a pena de muerte en Singapur a través de una videollamada de Zoom”. Mucho mejores, sin duda.