El mundo global en el que vivimos está dividido en grandes bloques
regionales. El Brexit debilita uno de ellos: la UE. También al RU, claro
está. Si finalmente terminan rompiendo con la UE (no descartemos aún
algún tipo de acuerdo que permita su “reincorporación” en el medio plazo
tras la actual tormenta nacionalista) no lo notarán demasiado al
principio, sino en el largo plazo. Supongo que en ese caso para
compensar firmarán algún tipo de acuerdo con los EEUU, que les permita
seguir operando en el mundo (lo de la “commonwealth” está bien como
reminiscencia del Imperio, pero no es suficiente). La idea de ser un
estado “soberano” es muy atractiva, pero en un planeta tan
interconectado los estados solamente pueden luchar por definir su grado
de dependencia y la posición para negociar con los demás actores.

En todo caso, el futuro es incierto. Esto es lo que pasa cuando uno se
abandona a una religión laica como el nacionalismo, que persigue fines
colectivos sin reparar en los medios o en la situación de los individuos
concretos. Si fuese británico ahora me preguntaría: “nos vamos, ¿y
ahora qué?”.

Lo peor de todo es que nadie, y digo nadie, ha sido
capaz de explicar convincentemente las ventajas de la unión. Los
políticos europeos no han dado la talla. Cuenta la leyenda que hasta
Genghis Khan consiguió unir a las belicosas tribus de mongolia usando el
ejemplo de una flecha aislada, facil de romper, frente al haz de
flechas que nadie podía quebrar.

De todos modos, conviene no
volverse locos. La UE sin RU es menos Europa, pero no está liquidada.
Hoy todos los grupos nacionalistas y populistas europeos saltarán de
alegría, pero eso no significa que sus países vayan a seguir los pasos
del RU.