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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

Santiago de Chile: Cajón del Maipó (IV)

Viajes Posted on Mon, November 10, 2014 15:35

Un fin de
semana visité el Cajón del Maipo junto a mi amigo Juanjo. Este es un cañón por
el que discurre el río con ese nombre cerca de la capital. Para llegar allí,
tras casi una hora en el metro se deben tomar un “micro” que tarda casi otro
tanto en llegar a su destino. Las paradas son constantes, no sólo en los
lugares establecidos sino en cualquiera en el que un pasajero decida tomar el
autobús. Al final, tras visitar fugazmente San José de Maipo, en el que se estaba
montando un mercadillo, continuamos hasta San Alfonso. A éste último apenas
puede dársele el nombre de pueblo, pues consiste en una hilera de casas,
restaurantes, puestos de bebida y comida, y algunos alojamientos a lo largo de
la carretera, llamada “Camino del Volcán”.

Tras visitar
la “plaza” del pueblo, una explanada en la que se agolpan un campo de fútbol,
la escuela infantil de la localidad, unos destartalados columpios y unos altos
y viejos árboles, decidimos comer en un restaurante que se anunciaba como
español. De hecho, ondeaba la bandera española junto a la chilena y se
anunciaban como especialidades el cocido y los callos a la madrileña. No me
atreví con los segundos y me decanté por un cocido, que sorprendentemente no estaba
nada mal. Y digo sorprendentemente, porque el personal del local no era
español.

La sobremesa
la pasamos caminando carretera arriba, ya que todo el “cajón” se encuentra
parcelado y convenientemente vallado. Ni siquiera es posible bajar al río, cosa
por otra parte nada agradable en vista de la gran cantidad de basura que se
acumula en sus márgenes. Encontramos, tras saltar el quitamiedos que en un
punto permitía el acceso al río, hasta un perro muerto, por su estado no hace
mucho tiempo. A parte de los cámpines, como llaman aquí a los merenderos
municipales, hay poco espacio público para disfrutar de la naturaleza. Al
final, tomamos de nuevo un “micro” que nos llevó de vuelta a la ciudad, en un
cansado viaje de retorno.

El sitio en
sí permite disfrutar de una naturaleza bella y agreste, si bien totalmente
ocupada por los santiaguinos como lugar descanso el fin de semana. Incluso
algunos viven allí, dada su proximidad con la capital. Pero es una lástima su
bajo nivel de conservación –que he observado en otros parajes del país, donde
se acumulan los desperdicios– y que no esté convenientemente dotada para el uso
que mayoritariamente se le da: caminar, montar en caballo o en bicicleta. Los
ciclistas, por ejemplo, deben rodar por una estrecha carretera de doble sentido
sin arcén, en la que los vehículos pasan cerca de ellos a una velocidad que me
pareció, sin duda, excesiva.



Santiago de Chile: museos (III)

Viajes Posted on Thu, November 06, 2014 11:29

En el centro
de Santiago, apenas a cien metros de la Plaza de Armas se encuentra el Museo de
Arte Precolombino. El mismo, como tantas otras cosas aquí, pertenece o está
asociado a una fundación con el apellido Larraín. Es, como todos los demás, un
pequeño museo que reúne sobre todo cerámica y, en menor medida, textiles de
toda Latinoamérica. Expone también algunos relieves en piedra y algo de trabajo
en oro, plata o cobre. Obviamente, las
culturas andinas son las más representadas.

De toda la
exposición, lo que más me impresionó, además de la buena factura de mucha de la
cerámica expuesta, fue una estatua de terracota, que representa a un hombre
cubierto por un extraño traje. Cuando
leí el cartel que acompañaba la pieza no pude sino sentir repugnancia. Rezaba
que la figurar representaba la costumbre, y el culto a Xipe Totec
(literalmente “Nuestro Señor Desollado”), de sacar el corazón a los vencidos,
despellejarlos y ponerse la piel de los mismos. Además, los sacerdotes
predecían el futuro “leyendo” la cantidad y la forma en que se desprendía la
grasa de la piel del sacrificado. La verdad es que resulta de lo más
instructivo acerca de la naturaleza del ser humano.

Otro museo
que visité fue el Museo de Artes Visuales, situado en el barrio de Lastarria,
pronunciado aquí de modo llano. Es un pequeño museo en el que se exponen
pinturas y esculturas de artistas locales. Pese a su escaso número, la verdad
es que me gustaron. En la planta superior se encuentra el diminuto Museo
Antropológico de Santiago. En una única sala se exponen fundamentalmente
cerámicas de las distintas culturas del Chile precolombino, junto a algunos
textiles y unas pocas joyas.



Santiago de Chile: bares y cafés (II)

Viajes Posted on Mon, November 03, 2014 09:51

La comida en Chile es magnífica y la capital tiene un buen número de
bares y restaurantes para todos los bolsillos. Predominando la cocina local,
existe variedad. De hecho, allí pude disfrutar comiendo. No es país para
ascetas. Pero no me detendré ahora en la comida y la bebida, sino en un par de
curiosidades locales: “los cafés con pienas” y un bar llamado “La piojera”.

Una institución chilena, especialmente santiaguina,
son los “Cafés con piernas”, locales convenientemente aireados por los medios
de comunicación internacionales y mantenidos por las conservadoras autoridades
debido a su atractivo turístico y, supongo, a los impuestos que recaudarán de
los mismos. Hay dos tipos de locales. En primer lugar, los cafés más públicos,
como el “Café Haití” o el “Café Caribe”. Se trata de locales decorados con
mucho acero inoxidable, en los que hay que pagar a una cajera, habitualmente entrada
en años, para tomar un café que preparará un garzón y que te servirá de un modo
bastante funcionarial una señorita de grandes muslos y prominente trasero. El
tipo de belleza que se estila en los mismos parece sacada de una película de
Mariano Ozores o de Andrés Pajares y Fernando Esteso. Y la indumentaria de las
camareras también.

El otro tipo son locales habitualmente más pequeños,
que tienen sus escaparates oscurecidos para que no se pueda contemplar la
actividad que se realiza en el interior. Hay alguno, sin embargo, como el
pionero “Barón Rojo”, que escapa por los pelos de esta chabacana descripción.
Decidí visitarlos para ver con mis propios ojos de que se trataba, no sin
reparos, ya que tienen un cierto ambiente prostibulario que no me atraía en
absoluto. Al entrar confirmé lo del ambiente prostibulario. Son locales
oscuros, con música alta, donde camareras en minúsculos bikinis sirven café, te
o soda a una clientela mayoritariamente masculina. El trabajo de las mismas,
además de servir el café, es dar conversación a los clientes y aguantar que
algunos, los menos, se arrimen y las toqueteen. Pero la cosa, por lo que pude observar,
no suele pasar de ahí. No existe prostitución, sobre todo en los más céntricos.
Los carabineros, sin embargo, han cerrado algunos por facilitar que las
señoritas proporcionaran sus teléfonos a los clientes para encuentros
posteriores más íntimos.

Ya que me encontraba allí, entablé conversación con
una de las camareras, que me contó que era peruana. Al mirar a mí alrededor,
pude ver que en efecto todas ellas parecían extranjeras. Le pregunté por el
tipo de público que acudía a esos locales y me dijo que eran sobre todo
hombres, como es lógico, chilenos y muchos turistas. Estos últimos a veces
pasan con mujeres, pero suele ser una situación menos frecuente. El sueldo, me
comentó, era bajo, pero las propinas altas –aunque esto último es posible que
lo dijera para que yo soltara la correspondiente, cosa que hice para
agradecerle que contestara las preguntas de un sociólogo curioso–.

Un lugar tremendamente divertido para un español es
el bar “La piojera”, situado muy cerca del mercado central de Santiago. Es una
sucia, ruidosa y desvencijada taberna, en la que camareros maleducados de
colmillo retorcido sirven cerveza, chicha y el cóctel local: el “terremoto”,
seguido por la igualmente indigesta “réplica”, a sus sedientos parroquianos.
También se sirve una grasienta comida, de la que me llamó especialmente la
atención los huevos cocidos, servidos con su cáscara y como único aliño sal y
una salsa de ají.

El lugar es frecuentado tanto por santiaguinos,
celebrando desde un cumpleaños a la salida del trabajo, “la pega”, hasta los
turistas más “gringos”. En consonancia, merodean por allí rateros y buscavidas
de diverso pelaje. El ambiente es el que corresponde a dicho tipo de locales:
ruidosos grupos bebiendo, cantando y gritando, grupos de música tradicional amenizando
los tragos de los clientes y humo, mucho humo. En Chile aunque teóricamente
existen lugares reservados para fumadores y no fumadores en los restaurantes,
la separación entre estos espacios no deja de ser dudosa. Siendo, además, más
importante el espacio reservado a los fumadores.

Del rato que pasé allí, uno de los múltiples días
que lo visité, rescato la conversación con un mapuche que había tomado más de
dos copas para celebrar su cumpleaños. Me contó que su familia era de Temuco,
aunque vivía en Santiago. Trabajaba de mozo de almacén en un supermercado de la
capital.

– ¿Eres español?

– Sí, así es.

– ¿Qué significa “coño”?, ¿por qué os llaman así?
Yo es que soy mapuche –dijo, golpeándose enfáticamente el pecho. Durante la
conversación, que duró más de lo que hubiese deseado, me informó de este hecho
más o menos cada cinco minutos–.

– Bueno, significa… (se lo expliqué, claro está).

– Ahh… –decía entre codazos y gestos de complicidad
con su compañero de trabajo y amigo–, la “cosita”.

El alterne acabó con una fotos, “con el profesor
español”, y consejos reiterados de que no me fiara de nadie en Santiago.
Excepto de él, claro, porque era franco y mapuche.

Una última observación, los bares y los
restaurantes en Santiago se encuentran, en general y exceptuando algunos de los
más caros, mal acondicionadas para el frío y el calor. Como decía Neruda: “las
casas no están preparadas para el verano, como no lo estuvieron para el
invierno”. En muchos restaurantes, durante el invierno, los santiaguinos no se
quitan el abrigo para comer.



Santiago de Chile (I)

Viajes Posted on Sun, October 26, 2014 11:49

Al llegar a Santiago, después de visitar
la universidad vacía por los paros estudiantiles, me dediqué a pasear por sus
calles y a recorrer sus barrios. Paseé horas y horas por el Centro, por
Providencia, por el barrio Brasil, por las Condes, por Lastarria o por
Bellavista. La impresión no fue demasiado marcada. Es una ciudad gris,
escasamente monumental y con un regusto a pequeña ciudad europea. Cuando se
sale de estos barrios centrales, la sensación no hace sino agudizarse.

La ciudad alberga unos cinco millones y
medio de habitantes en sus 37 comunas. Si tenemos en cuenta que el país tiene
17 millones de habitantes, el 35 por ciento de la población del país vive en la
misma. El centro de la ciudad se organiza en torno al rió Mapocho, a lo largo
de La Alameda (Avenida Libertador
Bernardo O´Higgins), la Avenida Providencia, la Avenida Apoquindo y la
Avenida los Condes. Estas van desde el suroeste hacia el
noreste. En este sentido, los barrios y comunas son el Barrio Brasil y el
Barrio Universitario, Santiago Centro, el Barrio Lastarria, Barrio Bellavista,
Providencia, Barrio El Golf, Las Condes y Vitacura.

En general, las clases pudientes
comenzaron asentadas en los barrios más al suroeste para irse desplazando
paulatinamente hacia el norteste. En la actualidad, los
barrios meridionales son más populares. El centro es un gran conglomerado
administrativo y comercial, pero los santiaguinos hablan mal del mismo y
también del Barrio Bellavista o Lastarria como lugar donde vivir. La clase
media alta vive en Providencia y Las Condes, aunque en esta última se sitúan
más oficinas y grandes empresas. Se habla de Sanhattan para referirse a esta
zona de oficinas de hierro, cemento y cristal. La población más adinerada vive
en Vitacura. El resto, las clases medias y populares se distribuyen por el
resto de comunas, a mayor o menor distancia del centro de la ciudad.

Santiago no es una ciudad bella, en ningún
sentido. Su aspecto recuerda al Madrid de los años ochenta, pero sin las
construcciones históricas que adornan la capital de España. En general, es un
conjunto de sólidas moles de hormigón –preparadas parar soportar los relativamente
frecuentes movimientos sísmicos–, repartidas sin mucho tino por toda la ciudad.
Apenas tiene edificios históricos de origen español, a pesar de que el
territorio fue ocupado desde prácticamente el inicio de la conquista. Lo poco
que se hizo se ha ido perdiendo bien por la acción de los terremotos, bien por
la especulación inmobiliaria. Aunque no llega a los grados que se vivieron en
España en los años de boom inmobiliario, las grúas abundaban en toda la ciudad.
Sus principales construcciones históricas, del centro o del Barrio Brasil, son
del siglo XIX y comienzos del XX.

La ciudad, además, presenta una vida
cultural restringida. Algunas exposiciones en sus pequeños museos, la ópera y
la música clásica en el Teatro Municipal, algunas salas de teatro, una
abundante oferta de conciertos de grupos de pop y rock internacional, los
equipos de fútbol locales (Colo-Colo, Universidad de Chile o Universidad
Católica) y los cines y centros comerciales, llamados aquí mals, conforman el grueso de la misma. La juventud lo
compensa con una enorme variedad de locales, en los que grupos musicales
amenizan las noches. Las universidades, por su parte, hacen lo que pueden para
aumentar la oferta, programando conferencias que incluso se publicitan en el
metro.

Los santiaguinos, y los chilenos en
general, son gente contenida. Viven allí también inmigrantes bolivianos,
peruanos y colombianos, así como miembros de la comunidad mapuche. Estos suelen
desarrollar las tareas menos cualificadas y peor pagadas del mercado laboral.
Apenas hay descendientes de africanos, pues en este país la esclavitud
trasatlántica no fue importante. Los chilenos que he conocido son retraídos,
poco amigos de las altisonancias y, en general, respetuosos con las normas y
regulaciones de la vida ciudadana. En correspondencia, la ciudad es
relativamente segura. El centro de Santiago, del que suelen hablar mal los
santiaguinos, es incluso más seguro que el centro de Madrid o de Barcelona. Los
arrabales, sin embargo, no lo son tanto ya que, aunque limitada, la presencia
de armas es mayor que en Europa. Los carabineros suelen patrullar con chaleco
antibalas. Otro ejemplo de su carácter lo encontramos en el tráfico. Son poco
dados a desahogar la frustración de un “taco” con los demás conductores. El uso
de las bocinas y del insulto es más bien restringido.



La universidad en Chile y las huelgas estudiantiles

Viajes Posted on Fri, October 17, 2014 18:54

El año 2011 viajé a Chile para realizar una estancia investigadora y docente en la santiaguina Universidad Alberto Hurtado. Al llegar allí poco pude hacer, porque los estudiantes se declararon en huelga y se produjeron fuertes disturbios. Reclamaban una educación universitaria pública, gratuita y de calidad. Este texto fue escrito en ese momento e intentaba averiguar las razones de la protesta. Espero que esta primera entrada del blog os guste y que venga seguida de otras muchas.

En Chile no existe
educación universitaria pública gratuita, es decir, financiada a través de
impuestos. Las universidades más antiguas obtienen recursos del Estado para cubrir
entre el 8 y el 15 por ciento de sus gastos. El resto deben conseguirlo a
través de fondos propios, es decir, de las matriculas universitarias (llamadas
aranceles), de investigación, consultoría o aportaciones del sector privado. En
la práctica, esto supone que el grueso del costo de la educación superior recae
en los alumnos, que deben pagar unas altas matrículas. Carreras como economía,
empresariales o sociología pueden costar en total unos 15 millones
de pesos (unos 22.000 euros), mientras que medicina puede llegar hasta los 30
millones de pesos (unos 45.000 euros).

Una estudiante de
una carrera de ciencias sociales me contaba que ella pagaba una matrícula al
comienzo de curso de 180.000 pesos (268 euros) y cada mes durante el curso más
de 300.000 (447 euros). Desde España pude parecer una cifra no muy alta
(algunos colegios infantiles privados son, ciertamente, más caros). Pero si
tenemos en cuenta que el salario mínimo es de 182.000 pesos (271 euros) y que
en el año 2009 el ingreso promedio de los hogares chilenos era de 610.000 pesos
mensuales (unos 911 euros), la cifra es ciertamente onerosa. Debe considerarse,
además, que Chile es uno de los países con mayor desigualdad en el reparto de
la renta del mundo. Todo esto redunda en que la el pago de las tasas
universitarias resulte especialmente costoso para las clases menos favorecidas.

El modo de
financiar esta cara educación es a través de créditos. El Estado avala una
serie de créditos hasta un límite determinado, créditos que se pagan con un
interés de mercado (anteriormente se utilizaban los créditos blandos). Pero a
veces no es suficiente, porque las mejores universidades, y las no tan buenas,
tienen matriculas más altas que el montante obtenido del crédito avalado por el
Estado. En este caso, al estudiante solamente le queda recurrir a la familia o
a costosos créditos de consumo. El
resultado del sistema es que un estudiante cuando termina suele arrastrar una
deuda importante, que deberá pagar religiosamente durante los diez o quince
años siguientes. El director de la carrera de sociología de la Universidad Alberto
Hurtado, Omar Aguilar, me comentaba que
él había calculado que la deuda, incluyendo los intereses, era equivalente al
costo de una vivienda.

¿Por qué, por
tanto, hacen los estudiantes este esfuerzo? La respuesta estaría en que el
mercado laboral chileno es muy desigual y un estudiante universitario egresado
puede ganar, si todo marcha bien (una importante fracción de los mismos, sin
embargo, no consigue trabajar en un puesto cualificado), bastante más que un
trabajador no titulado. Puede ingresar inicialmente unos 700.000 pesos, hasta
llegar a una cantidad que ronda entre 1.200.000 y 2.000.000 al mes (1.800-3.000
euros/mes). Cifras todas ellas bastante alejadas de los exiguos 182.000 pesos
del salario mínimo. La recompensa, en caso de conseguirse, es real, y la clase
media hace verdaderos esfuerzos para que sus vástagos obtengan un título
universitario. Un problema añadido es que a veces en un hogar con varios hijos
los padres no pueden financiar la educación universitaria de todos y se ven en
la tesitura de elegir cual de ellos la cursará.

La pregunta sería
si este sistema ha producido una universidad con unos altos niveles de
excelencia. Puede dudarse. Algunas universidades públicas mexicanas y
argentinas aparecen mejor posicionadas en las clasificaciones internacionales.
Jorge Larraín, entonces vicerrector de profesorado en la Universidad Alberto
Hurtado, me contó que en muchas universidades privadas más del 90 por cierto
del profesorado no estaba en plantilla. Es decir, estaba compuesto por
profesionales para los cuales su única vinculación con la universidad eran las
horas en las que impartían clases. Planteaba que en su universidad, parte de la
orden jesuítica, un “30 por ciento” de los profesores eran personal en
plantilla, lo que les permitía investigar y publicar, pero no obtener
beneficios. De lo cual se derivaba que las demás universidades si los tenían.

El tema fundamental
aquí, como reclaman los alumnos, es el lucro en la educación. Por ley, en Chile
las universidades no pueden lucrarse. Sin embargo, la proliferación de
universidades privadas muestra otra cosa. En Chile, un país de 17 millones de
habitantes, hay 58 universidades. España, con 47 millones, tiene 74 y Francia,
con 66 millones, 80 (y ambos países se han planteando en algún momento reducir su
número). El sistema, comentan los propios gestores universitarios chilenos,
parece claramente sobredimensionado. Se habla, medio en broma medio en serio,
de una “burbuja universitaria”.

A la luz de estas
cifras se entienden las peticiones de los estudiantes chilenos, a saber, una
educación pública gratuita y de calidad. Además, el grueso de la población los
apoyaba. Las encuestas hablaban de un apoyo a la demanda de una educación superior
gratuita de más del 70 por ciento de la población.



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