Al llegar a Santiago, después de visitar
la universidad vacía por los paros estudiantiles, me dediqué a pasear por sus
calles y a recorrer sus barrios. Paseé horas y horas por el Centro, por
Providencia, por el barrio Brasil, por las Condes, por Lastarria o por
Bellavista. La impresión no fue demasiado marcada. Es una ciudad gris,
escasamente monumental y con un regusto a pequeña ciudad europea. Cuando se
sale de estos barrios centrales, la sensación no hace sino agudizarse.

La ciudad alberga unos cinco millones y
medio de habitantes en sus 37 comunas. Si tenemos en cuenta que el país tiene
17 millones de habitantes, el 35 por ciento de la población del país vive en la
misma. El centro de la ciudad se organiza en torno al rió Mapocho, a lo largo
de La Alameda (Avenida Libertador
Bernardo O´Higgins), la Avenida Providencia, la Avenida Apoquindo y la
Avenida los Condes. Estas van desde el suroeste hacia el
noreste. En este sentido, los barrios y comunas son el Barrio Brasil y el
Barrio Universitario, Santiago Centro, el Barrio Lastarria, Barrio Bellavista,
Providencia, Barrio El Golf, Las Condes y Vitacura.

En general, las clases pudientes
comenzaron asentadas en los barrios más al suroeste para irse desplazando
paulatinamente hacia el norteste. En la actualidad, los
barrios meridionales son más populares. El centro es un gran conglomerado
administrativo y comercial, pero los santiaguinos hablan mal del mismo y
también del Barrio Bellavista o Lastarria como lugar donde vivir. La clase
media alta vive en Providencia y Las Condes, aunque en esta última se sitúan
más oficinas y grandes empresas. Se habla de Sanhattan para referirse a esta
zona de oficinas de hierro, cemento y cristal. La población más adinerada vive
en Vitacura. El resto, las clases medias y populares se distribuyen por el
resto de comunas, a mayor o menor distancia del centro de la ciudad.

Santiago no es una ciudad bella, en ningún
sentido. Su aspecto recuerda al Madrid de los años ochenta, pero sin las
construcciones históricas que adornan la capital de España. En general, es un
conjunto de sólidas moles de hormigón –preparadas parar soportar los relativamente
frecuentes movimientos sísmicos–, repartidas sin mucho tino por toda la ciudad.
Apenas tiene edificios históricos de origen español, a pesar de que el
territorio fue ocupado desde prácticamente el inicio de la conquista. Lo poco
que se hizo se ha ido perdiendo bien por la acción de los terremotos, bien por
la especulación inmobiliaria. Aunque no llega a los grados que se vivieron en
España en los años de boom inmobiliario, las grúas abundaban en toda la ciudad.
Sus principales construcciones históricas, del centro o del Barrio Brasil, son
del siglo XIX y comienzos del XX.

La ciudad, además, presenta una vida
cultural restringida. Algunas exposiciones en sus pequeños museos, la ópera y
la música clásica en el Teatro Municipal, algunas salas de teatro, una
abundante oferta de conciertos de grupos de pop y rock internacional, los
equipos de fútbol locales (Colo-Colo, Universidad de Chile o Universidad
Católica) y los cines y centros comerciales, llamados aquí mals, conforman el grueso de la misma. La juventud lo
compensa con una enorme variedad de locales, en los que grupos musicales
amenizan las noches. Las universidades, por su parte, hacen lo que pueden para
aumentar la oferta, programando conferencias que incluso se publicitan en el
metro.

Los santiaguinos, y los chilenos en
general, son gente contenida. Viven allí también inmigrantes bolivianos,
peruanos y colombianos, así como miembros de la comunidad mapuche. Estos suelen
desarrollar las tareas menos cualificadas y peor pagadas del mercado laboral.
Apenas hay descendientes de africanos, pues en este país la esclavitud
trasatlántica no fue importante. Los chilenos que he conocido son retraídos,
poco amigos de las altisonancias y, en general, respetuosos con las normas y
regulaciones de la vida ciudadana. En correspondencia, la ciudad es
relativamente segura. El centro de Santiago, del que suelen hablar mal los
santiaguinos, es incluso más seguro que el centro de Madrid o de Barcelona. Los
arrabales, sin embargo, no lo son tanto ya que, aunque limitada, la presencia
de armas es mayor que en Europa. Los carabineros suelen patrullar con chaleco
antibalas. Otro ejemplo de su carácter lo encontramos en el tráfico. Son poco
dados a desahogar la frustración de un “taco” con los demás conductores. El uso
de las bocinas y del insulto es más bien restringido.