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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

La risa y los Veinte Millones

Libros Posted on Thu, November 06, 2014 11:58

El escritor británico Martin Amis publicó en 2002 un
sobrecogedor relato a caballo entre el género memorialístico y la escritura
política: Koba el Temible. La risa y los Veinte Millones (Barcelona, Anagrama,
2004). En el
mismo se enfrenta tanto al fantasma de su padre Kingsley Amis, también novelista,
como al apoyo irracional que el régimen comunista de la Unión Soviética tuvo
entre los intelectuales británicos. El libro supone un doloroso viaje por las
entrañas de la bestia: del sistema y de sus actores. Y digo doloroso porque a
Amis le supone enfrentarse con el pasado de su padre, durante años miembro del
Partido Comunista y posteriormente un furibundo anticomunista, y con el
sufrimiento del pueblo ruso, personificado en los exiliados que pasaron por su
casa durante su adolescencia y juventud.

La obra también supone una recuperación y un diálogo con
los libros de Robert Conquest, en especial El gran terror (1968), y de
Alexander Solzhenitsyn, como Archipiélago
Gulag
(1957-1967) o Un día en la vida de Iván Denísovich (1962).
Amis arranca poniendo sobre el tapete muerto tras muerto, sufrimiento tras
sufrimiento, hasta llegar a la aproximada y terrible cifra de los Veinte
Millones, se entiende de muertos. Veinte Millones, pues es difícil cuantificar
ese horror, que deberían ser acompañados de los represaliados, exiliados,
torturados, degradados o denigrados. Los medios para alcanzar la cifra también
fueron variados, pero destacaron el destierro (gulag), el fusilamiento
o, de modo más insidioso, las campañas de hambre orquestadas desde el Estado.
Todos medios conducentes a la muerte, en un plazo más corto que largo.

En la Unión Soviética todo se politizó, la vida se hizo
política y la política sangre. Porque, afirma Amis, “eso es lo que quieren
ellos, los creyentes, los duros, para eso es para lo que viven: para la
politización del sueño. Quieren que la política esté en todas partes en todo
momento, política permanente y omnímoda. Quieren la presencia de la política,
quieren la politización del sueño” (p. 23). En la extinta URSS, la política se
apropió de todas las demás áreas de la vida social y lo hizo mostrando su lado
más sanguinario. El poder apareció desprovisto de boato, portando un simple (y
eficaz) fusil. La sociología política nos dice que toda forma de poder
descansa, o esconde en lo más profundo, la violencia física. En el régimen
soviético no se escondía, era superficial, todo se reducía a simple coacción.

Entre la intelectualidad occidental, sin embargo, esto a
veces no parecía tan claro. Es suficiente recordar a Janina Markewic-Lagneau,
según la cual la falta de información existente sobre el poder en los países
socialistas se debía a la falta de interés de las conciencias individuales por
los temas políticos. Así, “los escasos índices que fragmentariamente poseemos
no sugieren la hipótesis maquiavélica de un poder que no fomentaría los
estudios sobre su fundamento por miedo a ser discutido, sino aquella otra según
la cual los gobernados no están en absoluto dispuestos a desarrollar una
conciencia reflexiva sobre su estado de gobernados” (Estratificación y
movilidad social en los países socialistas
, Siglo XXI, Madrid, 1971, p.
76). ¿Quiénes no estaban dispuestos: los Veinte Millones o el resto de la aterrorizada
población? El poder no fomentaba los estudios, fomentaba el exterminio por
temor a ser discutido. Ciertamente es Maquiavelismo: mejor ser temido que ser
amado. O, por poner otro ejemplo, Marshall McLuham en La galaxia Gutemberg
afirmó que las confesiones de los ex-dirigentes soviéticos en los juicios
sumarios incluían el pensamiento amén de la acción por el tipo de conciencia
oral que predominaba en la mentalidad eslava. “En una sociedad tan
profundamente oral como es la rusa, en la que se espía con el oído y no con el
ojo, cuando tuvo lugar el memorable proceso llamado purga de 1930, los occidentales expresaron su desconcierto ante el
hecho de que muchos se reconocieran totalmente culpables no por lo que había
hecho, sino por lo que habían pensado. En una sociedad altamente civilizada,
por contra, la adecuación de la conducta en lo visible deja al individuo libre
para desviarse interiormente. No así en una sociedad oral, donde la
verbalización interna es conducta social efectiva” (Galaxia Gutenberg-Círculo
de Lectores, Barcelona, 1993, p. 41). La realidad siempre resulta más prosaica
y cruel: la conciencia oral consistía en un preso aislado durante varios meses
en compañía de un conjunto de matones armados con porras de goma. Después de
ese tratamiento se confiesa haber pecado “de obra y pensamiento” que, de ese
modo, pasa a ser conducta social efectiva. Así se moldean las mentalidades, así
no se está “en absoluto dispuesto a desarrollar una conciencia reflexiva sobre
su estado de gobernados”.

Desde luego, hay argumentos para justificar todo,
convertir lo blanco en negro y reírse de la verdad. Stalin, nos cuenta Amis,
vivió una realidad paralela, donde lo ideal (al menos las ideas que pasaron por
su cabeza) era lo real. Mientras que Lenin, así como buena parte de los
primeros revolucionarios, tenían mayor conciencia de la realidad, aunque la
compensaba con una mayor “imbecilidad” moral. Lo peor, sin embargo, es que el
sistema surgido de la Revolución de Octubre resultó incapaz de imponer el
principio de realidad. Al contrario, el régimen destruyó la realidad en pos de
los deseos y temores de un grupo de hombres. En la búsqueda del “Hombre Nuevo”,
del paraíso, de la Nueva Ciudad, se perdió la conciencia de la “naturaleza
humana”. Se produjo, en palabras del autor, un “hundimiento del valor de la
vida humana”.

Amis desmonta, con argumentos
tomados del propio sistema, los mitos en torno al comunismo soviético. Refuta
la idea mantenida durante largos años del buen Lenin y del Stalin maligno. Se
dijo que Stalin traicionó la revolución y convirtió el sueño en pesadilla.
Pero, como los propios escritos y hechos de Lenin demuestran, este preparó e
inició el reino de pesadilla en que se convirtió Rusia. El terror, la estrategia
del hambre, las deportaciones o las torturas sistemáticas fueron planeados ya
por Lenin. Cuestión más delicada resulta la comparación entre el régimen nazi y
el comunista. Se ha planteado que los nazis repugnan más porque su ideología irracional
y eugenésica es anti-ilustrada, mientras que bajo el terror comunista subyacía
el sueño utópico de la ilustración. Dejando de lado que ambas tendencias pueden
ser vistas, como hace John Gray, como expresiones del proceso modernizador:
nazismo-romanticismo vs. comunistmo-ilustración (Al Qaeda y lo que significa
ser moderno
, Paidós, Barcelona, 2004); parece claro que ambas atentaron
contra la vida humana, en límites que aun cuesta imaginar, pese a lo cual Amis
encuentra que aún le repugna más el régimen nazi. ¿Cómo explicar esta aparente
contradicción?

Existe en todo el libro una
constante búsqueda de la verdad. Un término, por lo demás, casi en desuso en
muchos círculos intelectuales. Solamente desde esta búsqueda es posible
entender la comparación entre el nazismo y el comunismo soviético. Para Amis,
“el enemigo del pueblo era el régimen. La dictadura del proletariado era
mentira; Unión era mentira, de Repúblicas era mentira, Socialistas era mentira
y Soviéticas era mentira. Camarada era mentira. La revolución era
mentira” (p. 272). Todo mentira. Aquí radica, quizá, la principal diferencia
entre ambos regímenes y por eso sufre Amis, sin poder explicárselo
completamente, una mayor repugnancia hacia el régimen Nazi. El régimen
soviético estaba basado en el terror, como el nacionalsocialista, pero el
primero se fundaba en la mentira mientras que el segundo explicitaba su
doctrina. Los nazis declararon su odio genocida hacia los judíos y otros grupos
étnicos, creando una doctrina que justificaba y alentaba el exterminio, que
degradaba al otro; pero el régimen soviético bajo una promesa de utopía
exterminaba a sus propios ciudadanos. Es una cuestión de matiz, pero un matiz
que aún sigue afectándonos: repugna la inhumanidad, pero al menos el régimen de
la URSS mantenía cierta hipocresía moral, que podía hacernos creer en el ser
humano como tal. En la Unión Soviética la muerte al menos era más o menos
aleatoria.

El libro es, ante todo, una lucha
por evitar el revisionismo. La verdad debe prevalecer. Amis critica a un
revisionista que: “Si…. sigue revisando a su velocidad actual, acabará
contándonos que en el Gran Terror sólo murieron dos personas y que en la
Colectivización resultó herido superficialmente un agricultor muy rico” (p.
172). O lo que es peor, al final resultará que los veinte millones de muertos
son, simplemente, un relato socialmente determinado orquestado por quién sabe
qué poder interesado en presentar su versión de la historia. Este es, en
definitiva, un libro contradictorio para el lector pues, de un lado, su
contenido resulta sobrecogedor a poca empatía que se pueda sentir por la
desgracia ajena; y, de otro, su prosa limpia y contenida conforta e impele a la
lectura. Martin Amis nos sumerge en un mundo de pesadilla mediante un estilo incisivo
y estéticamente reconfortante. Un libro para devorar, si el horror no lo hace
caer de nuestras manos.



Santiago de Chile: museos (III)

Viajes Posted on Thu, November 06, 2014 11:29

En el centro
de Santiago, apenas a cien metros de la Plaza de Armas se encuentra el Museo de
Arte Precolombino. El mismo, como tantas otras cosas aquí, pertenece o está
asociado a una fundación con el apellido Larraín. Es, como todos los demás, un
pequeño museo que reúne sobre todo cerámica y, en menor medida, textiles de
toda Latinoamérica. Expone también algunos relieves en piedra y algo de trabajo
en oro, plata o cobre. Obviamente, las
culturas andinas son las más representadas.

De toda la
exposición, lo que más me impresionó, además de la buena factura de mucha de la
cerámica expuesta, fue una estatua de terracota, que representa a un hombre
cubierto por un extraño traje. Cuando
leí el cartel que acompañaba la pieza no pude sino sentir repugnancia. Rezaba
que la figurar representaba la costumbre, y el culto a Xipe Totec
(literalmente “Nuestro Señor Desollado”), de sacar el corazón a los vencidos,
despellejarlos y ponerse la piel de los mismos. Además, los sacerdotes
predecían el futuro “leyendo” la cantidad y la forma en que se desprendía la
grasa de la piel del sacrificado. La verdad es que resulta de lo más
instructivo acerca de la naturaleza del ser humano.

Otro museo
que visité fue el Museo de Artes Visuales, situado en el barrio de Lastarria,
pronunciado aquí de modo llano. Es un pequeño museo en el que se exponen
pinturas y esculturas de artistas locales. Pese a su escaso número, la verdad
es que me gustaron. En la planta superior se encuentra el diminuto Museo
Antropológico de Santiago. En una única sala se exponen fundamentalmente
cerámicas de las distintas culturas del Chile precolombino, junto a algunos
textiles y unas pocas joyas.