Incluyo la que va a ser una larga
entrada en el blog sobre los dos últimos libros de Antonio Escohotado: Los enemigos del comercio. Historia de las
ideas sobre la propiedad privada
(Vol. I. Antes de Marx, 2008 y Vol. II,
2013, Madrid, Espasa-Calpe). Supongo que la anunciada tercera parte no tardará
ya demasiado en aparecer, dada la fecha de edición de las anteriores, y a que
afirma en la primera parte que esta es la última que se redactó. Conocía al autor
por su famosa Historia general de las
drogas
(Madrid, Alianza), que leí en mis tiempos de estudiante. En aquel
entonces me encantó por su espíritu libertario. No puedo decir lo mismo sobre
los que tengo entre manos. Empecemos por algún lado.

Los libros contienen, a mi modo
de ver, algunas afirmaciones insostenibles. Veamos una: “Si buscamos ejemplos
precoces de masas revolucionarias, lucha de clases, guerras civiles, tribunos
populistas y expropiación del rico no será de provecho explorar la historia de
China, India o Egipto, donde situaciones de miseria aguda se prolongaron
durante siglos y milenios sin alterar la forma de gobierno” o “cuando
comparamos el Imperio romano con el bizantino, el árabe y el chino las
diferencias desbordan exponencialmente a los parentescos” (Vol. I, pp. 43 y
244). Estas afirmaciones posicionan a Escohotado dentro de la más rancia teoría
del “excepcionalismo” europeo u occidental. Convendría, por ejemplo, revisar
los últimos libros de Jack Goody para alejarse de este espejismo, así como un
amplio abanico de historiografía actual que reduce el posible carácter
excepcional del desarrollo histórico de Europa (por ejemplo, el libro de David
Christian, Mapas del tiempo. Introducción
a la “Gran Historia
”, Barcelona, Crítica, 2005).

Este hecho tal vez tenga que ver
con el material secundario que utiliza para contextualizar el abundante uso de
fuentes originales. En general se reduce a estudios clásicos. Por ejemplo, la
descripción de Grecia y Roma se basa en la obra de E. Gibbon (1773-1794), Th. Mommsen
(1817-1903), M. Rostovtzeff (1870-1952) o M. Weber (1864-1920) o muchos
aspectos de la recepción del cristianismo se refieren a E. Troeltsch
(1865-1923). Apenas hay literatura actual crítica sobre el periodo. ¿Es posible
escribir algo sobre Grecia y Roma usando solo libros escritos a finales del
siglo XIX o principios del XX? ¿No hay nada relevante publicado más tarde? A
ello sumamos una autoreferencialidad excesiva de la llamada Escuela Austriaca
de economía (Hayek, Von Mises o Schumpeter). El libro parece más un homenaje a
la misma que un estudio sistemático del fenómeno propuesto. Escohotado a pesar
de ser sociólogo en ambos volúmenes no cita el trabajo de los grandes de la
sociología histórica: Norbert Elias, Charles Tilly, Shmuel Eisenstadt o Barrington
Moore. Sorprende también que tampoco cite obras como las de Arnold Toynbee o
Immanuel Wallerstein.

Mención aparte merecen las citas
reiteradas a la Wikipedia como fuente de autoridad. Creo que esto no responde a
un uso naif por parte del autor, sino que más bien tiene que ver con el origen
intelectual de la herramienta: una enciclopedia auto-organizada sin un control
centralizado. De hecho, el creador de Wikipedia Jimmy Wales reconoce
explícitamente la influencia de A. Rand y F. Hayek en su concepción. Con esto
parece cerrarse el círculo de influencias del libro de Escohotado.

Toda la obra está conducida por
una teleología manifiesta, estructurada en torno a dos dicotomías clásicas del
pensamiento occidental: sociedad cerrada versus
sociedad abierta e igualdad versus libertad.
Hay dos tipos de sociedades. Las
primeras, cerradas, son igualitarias, no defienden la propiedad privada y el
comercio y carecen de libertad política. Las segundas, abiertas, son desiguales,
defienden la propiedad privada, el comercio y la libertad política. Las
simpatías del autor se inclinan del lado de estas últimas y se dedica a rastrear
en la historia de las ideas ambas concepciones, contraponiéndolas y mostrando
su superioridad moral.

De la primera dicotomía poco hay
que decir, que se la debemos a K. Popper. La segunda, igualdad frente a
libertad, es más problemática. Para Escohotado pareciera que la única igualdad
compatible con la libertad fuese la igualdad formal o igualdad ante la ley. En
sus propias palabras:

“Ser occidental significa de
alguna manera tener sitio en la corazón
para un altar donde lo venerado es la igualdad humana, principal motivo de
orgullo para nuestra cultura. Sin embargo, algunos limitamos ese principio
inviolable a un trato no discriminatorio por parte de las leyes, y reclamamos
una igualdad jurídica compatible con las más amplias libertades. Otros –a cuyos
motivos e iniciativas se dedica este libro– llevan veinte siglos abogando por
abolir compraventas y préstamos para defender a quienes obtuvieron peores
cartas, son incapaces de autogobernarse o sencillamente no están dispuestos a
tratar la vida como un juego, aunque sus reglas sean claras” (Vol. I, p. 23).

En esto, creo, late un error de
fondo: mezclar la igualdad material y la igualdad formal. Lo opuesto a la
igualdad material no es la libertad, sino la desigualdad. Lo opuesto a la
libertad sería la opresión, dentro de la cual se encuentra la ausencia de
igualdad ante la ley. En teoría dos
sociedades con un nivel de igualdad material semejante –desechamos la igualdad
y desigualdad absolutas como un tipo ideal no presente en la realidad– pueden
optar por sistemas políticos más o menos libres (entendamos libres como sistemas
con igualdad ante la ley y gobiernos democráticos). Pero esto también puede
ocurrir en la práctica. En una entrada anterior de este blog hablaba de un
libro de Milanovic sobre la desigualdad material, en el cual afirmaba que el
nivel de desigualdad en las sociedades del antiguo bloque soviético y en la
Europa occidental no era muy diferente –aunque la riqueza global sí, pero ese
es otro asunto: valorar hasta qué punto la igualdad material ataca a la
eficiencia económica–, mientras el modelo político si era muy diferente en
cuanto a libertades. Es decir, una sociedad materialmente igualitaria no debe ser necesariamente
antidemocrática y atacar las libertades. Los países nórdicos muestran más bien
lo contrario.

Además, un historiador de la
antigüedad clásica como Robin Lane Fox (en su magnífica obra El mundo clásico, Barcelona, Crítica,
2007) afirma que tanto en la Grecia democrática como en la Roma republicana
–modelos de comercio y libertades en el mundo clásico según Escohotado– el lujo
y la desigualdad material eran vistos como entes disgregadores y rasgos de
gobiernos despóticos. Es decir, el lujo y la desigualdad eran enemigos de la igualdad
ante la ley y el gobierno representativo. Curiosamente en la aristocrática
Grecia arcaica y en la Roma imperial, mucho más desiguales, el comercio y las
libertades se resintieron.

También merece señalarse el hecho
de que el Volumen I, “Antes de Marx”, valga decir, antes de la aparición de las
sociedades industriales, apenas menciona el trabajo de Karl Polanyi. Parece
casi inconcebible teniendo en cuenta que elaboró una de la teoría que, por
adhesión o rechazo, ha tenido más impacto en el estudio de las economías
preindustriales. Escohotado opta más bien por ignorarle a pesar de que su obra
se entra en los “enemigos del comercio”. No explora, aunque sea para
rebatirlas, sus tipologías sobre el comercio y el mercado en las sociedades
antiguas (en la bibliografía no aparece siquiera El sustento del hombre). En general, en la obra no se definen
claramente los conceptos utilizados: comercio, libertad, propiedad privada o
mercado. Así, la idea del mercado y su regulación a través de la oferta y la
demanda se utilizan de modo acrítico: ¿son todos los mercados iguales?,
¿funcionaba un mercado en Roma igual que lo hace la actual bolsa de Londres?,
¿el comercio de bienes suntuarios era igual que el comercio de bienes de
primera necesidad? Nada nos dice sobre eso. Comercio y mercado funcionan en el
libro más como entes metafísicos que como realidades históricas, económicas,
sociales y culturales concretas.

Las afirmaciones chocantes y no
siempre bien fundadas se suceden: “Mahoma y el califa Omar, su gran heredero,
son comunistas de corazón que aceptan la propiedad privada como mal menor”
(Vol. I., p. 235); “el terror es un Sermón de la Montaña aligerado de caridad y
expuesto en términos bélicos, tan sempiterno como otras recetas de redención”
(Vol. I., p. 551); o “emplear niños [como trabajadores en las fábricas y minas]
sería perverso si no fuese también un mal menor pasajero. (…) A falta de
guarderías-colegios, o de alguien que los cuide de cerca en casa, los niños son
invitado por el tedio a las más suicidas ocurrencias, y es mucho menos
arriesgado para ellos ir con sus padres al trabajo, e incluso quedar al cargo
de algún patrono” (Vol. II, p. 207).

Ambos libros pueden verse como
una teología invertida. Si para los autores marxistas el capitalismo ejerce el
papel de villano, para Escohotado lo hace el comunismo (definido de un modo muy
amplio). Pero esto ya lo detectó Cesar Rendueles en una crítica al libro:

“El
propósito de Escohotado es demostrar que las propuestas políticas que han
tratado de frenar o limitar el desarrollo comercial son el resultado de una
pulsión mesiánica nihilista que conduce al enfrentamiento social. Para ello
propone una interpretación finalista del antagonismo político moderno.
Diagnostica a lo largo de la historia humana sucesivos destellos de una lógica
milenarista enemiga de la propiedad. Una dinámica que se va elaborando
pragmática y teóricamente hasta que, tras la revolución rusa, se consolida en
el socialismo soviético como su realización más acabada. De este modo, el
socialismo autoritario no es una declinación contingente –y por tanto evitable–
del igualitarismo sino su consumación necesaria” (El País, 16-11-13).

Quizá una visión más ponderada tanto del papel del comunismo como del capitalismo,
con las variedades propias de cada espécimen, hubiese arrojado más luz sobre el
tema propuesto. Añadir algunos pasajes sobre el colonialismo y sus “disfunciones”
como “algo” relacionado con el comercio y los mercados internacionales hubiese
dotado a los libros de algo más de ecuanimidad. Puede que el giro “comunista”
de la Revolución Francesa provocara muchos muertos, pero la aventura comercial del
Rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo también lo hizo.

En
todo caso, se trata de una obra muy irregular con pasajes bien hilados –aunque
curiosamente son aquellos que dedica a la religión o a la descripción de
ciertas teorías sociales y que se alejan más del análisis de los “enemigos del
comercio”–, y otros muchos menos trenzados. Creo que, además, la obra ganaría
si abandonase de vez en cuando su tono omnisciente. El uso del condicional para
mostrar que lo afirmado son hipótesis no es falsa modestia, muestra que la
ciencia no es un hecho definitivo. Esperaré a leer la tercera parte, aunque no
espero que el tono varíe mucho.