Ha llegado el momento de hablar
de una de las mejores cosas de Chile: su gastronomía. Si os gusta comer visitad
el país, si no os gusta demasiado o queréis mantener la línea no lo hagáis. La
comida y la bebida son excelentes y, además, no están mal de precio. Con esto
último, sin embargo, hay que tener cuidado. No se está en el sudeste asiático.
Para comer y beber bien hay que gastar dinero (un poco menos que en España,
pero no tan poco como me hubiese gustado). Eso sí, la calidad suele ser buena y
uno sale satisfecho de los restaurantes, bares y tabernas.

No sé por dónde empezar, la
verdad. Quizá lo más típico son los asados chilenos. Estos lejos de hacerse en
un horno, como indica el nombre, son una parrillada de carne. Un buen asado
suele tener carne de vacuno (lomo liso, vetado o entraña), carne de cerdo,
pollo, chorizos criollos y prietas (morcillas). Todo ello se sirve acompañado
de ensaladas y pebre. Este último es un
aliño omnipresente en la gastronomía chilena. Se sirve en todas las comidas y
es habitual tomarlo como entrante sobre pan antes de comenzar a comer. Lleva cebolla,
tomate, ajo, cilantro, ají, aceite, vinagre o limón.
Otros platos habituales son las
cazuelas (guisos muy variados), porotos con almejas o con riendas, las
empanadas rellenas de todo lo que se pueda imaginar, el pastel de choclo, los
mariscos (ostiones, picorocos, machas, choros, erizos, locos, jibias o
langostas), los pescados (pejerreyes, congrio, merluza o salmón –de este último
en el sur del país hay gran cantidad de piscifactorías–), ossobuco (tradición
alemana), ensalada chilena, croquetas y un largo pero largo etcétera. Algo que hacen muy bien,
aunque el más famoso es el peruano, son los cebiches. También en esta línea se
puede comer carne molida (picada para nosotros) en “crudo”, es decir, aliñada
con lima o limones y mostaza, o en “Steak tartare”, parecido pero la carne mezclada
con huevo crudo. Y de postre solo cito
uno: leche asada. (Por cierto, si pasais por Santiago de Chile debeis comer en el “Liguria Providencia”, daos el capricho, no os arrepentiréis).
En caso de no querer hacer una
comida de mantel y servilleta, en Chile también es un paraíso para la comida
rápida (y sin acudir a los Macdonald o Burguer King de turno). Se puede pedir
una “chorrillana”, es decir, una bandeja de patatas cubierta de tiras de carne
de vacuno, vienesas (salchichas), huevos o cebolla pochada o frita. Los
ingredientes sobre las patatas varían de un restaurante a otro y de una región
a otra. También un lomo “a lo pobre”, es decir, un plato combinado con lomo,
patatas fritas, huevos y cebolla pochada.

Por otro lado, las vienesas son
muy populares. Son nuestros perritos calientes. Pero allí lo habitual es tomar
un “completo”, que es un perrito caliente cargado, pero cargado de todo tipo de
aliños. Los más habituales son la palta (guacamole), chucrut, tomate cortado en
dados, ají, kétchup, mostaza o mayonesa. Pero caben otros dependiendo del gusto
de la clientela o del cocinero.

Y donde la comida rápida llega a
la excelencia es con los “sanguches” chilenos. Se sirven en distintos tipos de
pan (frica, marraqueta, etc.) y lo que más llama la atención al extranjero es
que existen gran cantidad de tipos de sándwich diferentes con nombres ya
establecidos: Barros Luco, Barros Jarpa, Lomito, Mechado o, entre otros muchos,
Chacarero. Habitualmente se anuncian así y no se explicitan los ingredientes,
que el cliente ya conoce de antemano. Mi recomendación es pedirlos todos, no en
el mismo día claro, para así poder elegir el que más se adapte a tu paladar. A
mí me gustaba sobre todo el Chacarero con “harto ají”.

En cuanto a las bebidas, los
españoles llevaron la tradición vitivinícola al país y tienen muchísimas
variedades de uva, bodegas y marcas. En el vino, como ocurre en todos los
países productores, hay una gran diversidad de calidades: desde el peor vino
peleón (para hacer calimocho llamado allí jote) a vinos de altísima calidad. La
principal diferencia, desde mi punto de vista, es que envejecen menos los vinos
en barrica y además suelen elaborar “varietales”, es decir, vinos de un único
tipo de uva. La más representativa del país es Carménère. Esta cepa se consideraba
extinta en Europa, donde la filoxera acabó con ella, y sobrevivió en Chile.
También elaboran buenos vinos con la variedad Pinot Noir, Cabernet Sauvignon o,
entre otras, Merlot. He de decir que probé muchas y me quedo con los Carménère
y los Pinot Noir. Todos ellos, además, tienen unos precios estupendos incluso
en las mejores marcas. El vino chileno me entusiasmó, porque además coincide
con mis gustos: no me gusta demasiado el vino pasado de madera y, por tanto,
disfruto mucho de aquellos caldos más ligeros y afrutados.

Como derivación del vino se
encuentra el Pisco chileno, un aguardiente que se produce destilando el vino. Los
mejores suelen añejarse en barricas de roble, convirtiéndose en una bebida de
sabor parecido al coñac. Las dos marcas que ví con más frecuencia eran
Capel y Alto del Carmen, aunque existen muchísimas más. Como curiosidad, suelen
ser de diferentes graduaciones, encontrándose de 35, 40 y 45 grados. Recomiendo
este último, es más puro y si uno se excede la resaca es menos horrible. Los
chilenos suelen tomarlo antes de comer como aperitivo en el llamado Pisco-sour.
Está muy bueno, pero no es apropiado para los estómagos delicados pues suele
producir acidez (deben evitarse, además, los industriales de venta en grandes
superficies). Y como copa suelen tomarlo mezclado con cocacola: el famoso
piscola. Su sabor es similar al antiguo “España”, es decir, coñac con cocacola.
Recomendable.

Después de comer tienen
costumbre, aunque no tan extendida como aquí, de tomar una copa o “bajativo”.
Los más populares son el licor de almendras (amaretto), menta y el araucano.
Este último es el más especial. Es un licor de hierbas de color negruzco. Sabe
un poco como el Fernet, aunque más intenso. En sus orígenes, dicen, fue un
tónico de venta en farmacias y, la verdad, si tiene algo de sabor a jarabe de
regaliz.

Las cervezas también son
magníficas. Chile tiene una gran tradición cervecera fruto de las emigraciones
centroeuropeas del siglo XIX. Me gustaba especialmente la Kuntsmann Torobayo
(tostada), aunque la lager o la negra también eran muy buenas. Pero existían
muchas más marcas, nacionales o propias de regiones del país, de gran calidad:
Cristal, Escudo, Del Puerto o, entre otras, Austral.