Bajamos
hasta la ciudad de Castro, el punto más al sur que visitamos en la isla, con el
fin de buscar un lugar para dormir. Es una ciudad con cierto encanto, llena de
casas de madera y con palafitos a orillas del mar. De hecho, esas casas
construidas sobre pilares de madera son unos de sus grandes atractivos.

Conseguimos un buen hotel al lado del mar. Estaba situado en un gran caserón de
madera pintada de azul. Aunque parecía un tanto destartalado, como muchos de
los edificios de madera que se encuentran por doquier en Chile, era cómodo y
limpio. De hecho, tras dar un paseo por el paseo marítimo y el puerto, y tras
no encontrar un lugar adecuado para cenar, terminamos haciéndolo en el hotel.
No fue una gran cena, pero calmamos el hambre y la sed. Además, ese día
estábamos cansados y caímos pronto en la cama.

El
día siguiente marchamos a visitar otras localidades pintorescas de la isla. Pasamos
una mañana agradable y por la tarde cruzamos al continente usando la misma
línea de transbordadores que habíamos usado a la ida.