“Quienes viven en las naciones
consolidadas –en el centro de los acontecimientos– se ven empujados a
contemplar el nacionalismo como el patrimonio de los otros, no de ≪nosotros≫. Aquí es donde la condición aceptada se vuelve
errónea: pasa por alto el nacionalismo de los estados-nación de Occidente” (p.
20). De este modo describía Michael Billig la tesis fundamental de su obra Nacionalismo banal. Este no es un libro
nuevo, la edición inglesa es de 1995 y
la castellana en Capitan Swing de 2014. Lo tuve que leer para la elaboración de
un artículo sobre ciudadanías cosmopolitas que ahora está en “evaluación”. Por
tanto, puede salir en el mejor de los
casos de aquí a un año. Sin embargo, es un buen libro del que he extraído
algunas ideas interesantes.

La idea fundamental es que en las
naciones desarrolladas tiende a reservarse el término nacionalismo para los
movimientos separatistas. Al tiempo, este no se aplica nunca a la propia
actuación del estado-nación. El profesor Billig cree, con razón, que esto es
erróneo, pues los estados-nación más consolidados también practican un
nacionalismo constante aunque “de baja intensidad”. Es decir, el nacionalismo
funciona como una prenoción. Forma parte del sentido común y de las categorías
naturalizadas con las cuales operan sus habitantes en la vida diaria. En
nuestras sociedades, el nacionalismo siempre es del “otro”, nunca “nuestro”.

Además de este planteamiento
vertebrador, incluye gran cantidad de ideas fructíferas para comprender y
analizar el fenómeno nacionalista. Por ejemplo, con una gran dosis de lucidez y
realismo afirma: “La lucha por crear un estado-nación es una batalla por el
monopolio de los medios de la violencia. Lo que se está creando, un
estado-nación, es en sí mismo un medio de violencia. El triunfo de un
nacionalismo concreto raras veces se obtiene sin la derrota de nacionalismo
alternativos y de otras formas de imaginar el sentimiento de pueblo” (p. 57).
Conviene no olvidar este aserto, sobre todo en la España del “procés”, ya que a
veces se olvida que detrás de la retórica nacionalista se dirima una lucha por
el poder, hard o soft, pero al final sobre los medios para ejercer la violencia.

También me llama la atención la crítica
a la popular dicotomía entre el nacionalismo cívico y el nacionalismo étnico. Él cita a Michael Ignatieff, pero podríamos incluir a muchos otros que
mantienen esa idea (p.e. aquí Francesc de Carreras habla de nación identitaria
y nación jurídica).
El caso es que, como a mí, esta solución no le parece muy congruente con los
hechos, porque Ignatieff:

“No describe cómo es posible que los ≪nacionalistas cívicos≫ crearan un estado-nación con mitos propios,
cómo reclutan las naciones cívicas a sus ciudadanos en época de guerra, cómo
trazan sus fronteras, cómo se diferencia de los ≪otros≫ que quedan
al otro lado de sus fronteras, cómo se defienden, con violencia si es
necesario, de esos movimientos que tratan de reorganizar las fronteras… y así
sucesivamente. En realidad, el nacionalismo del ≪nacionalismo cívico≫ parece escabullírsele” (p. 88).

El intento de conceptualizar un
nacionalismo cívico, jurídico o político como una unión racional de ciudadanos
sometidos al imperio de la ley frente a un nacionalismo étnico o identitario
presa del sentimiento y la tradición es un buen ejercicio teórico. Pero, en la
práctica no funciona tan bien. El caso es que no hay estados puramente
cívicos. Estados Unidos o Francia, que suelen ponerse como ejemplos, han
construido una nación identitaria o étnica con gran ahínco. Dicho de otro modo, en la realidad histórica, creo, las naciones políticas han ido de la mano con
las naciones culturales. Jürgen Habermas –un gran analista, aunque sus “soluciones”
son otro asunto– se dio cuenta de este hecho cuando planteó la idea de
patriotismo constitucional. La nación no podía ceñirse a una ley racional, un
supuesto nacionalismo cívico, pues era necesario que los ciudadanos sintiesen
una vinculación sentimental profunda con la misma. Dicho de otro modo, la identidad cívica
nunca podrá cubrir una necesidad humana básica: la integración sentimental con
la comunidad de pertenencia. El asunto reside en la interacción de ambos
principios, no en su contraposición.

El libro contiene mucho más, claro está,
pero eso se lo dejo al lector que espero animar con estas muy breves notas.