César Rendueles es un ensayista
notable. Me lo pareció en Sociofobia
y su Capitalismo canalla (Barcelona,
Seix Barral, 2015) lo ha confirmado. En este último libro desarrolla una visión
personal de la historia del capitalismo. En el texto se mezcla novela, vivencias personales y
reflexión. Está muy bien escrito. De hecho, su prosa fluye tanto que uno se ve
arrastrado por argumentos que no comparte necesariamente.

En principio concuerdo con
Rendueles en su crítica de la concepción naturalista de los mercados y del
sistema capitalista propia del neoliberalismo. Los mercados son construcciones
humanas que requieren de un incesante trabajo de mantenimiento. El capitalismo
es un sistema económico entre otros presentes en la historia de la humanidad,
como describió K. Polanyi, aunque se haya convertido en el sistema hegemónico
en la actualidad. (De eso ya hablé en una reseña crítica con los últimos libros
de A. Escohotado publicada en este mismo blog).

A partir de ese punto, mi relato
personal del capitalismo difiere en varios puntos. Los orígenes del comercio se
ligan en este ensayo a los piratas, la guerra y la rapiña. Por otro lado, el
trabajo asalariado surge con la desposesión económica. “Si el origen del
comercio tiene que ver con los buscavidas, el del trabajo asalariado está
relacionado con los mendigos” (p. 63). Ambos asertos, pueden tener cierta parte
de verdad, pero son cuanto menos parciales. El comercio y el pirateo han estado
ligados, lo cual no implica que no existieran formas de comercio pacíficas o
controladas por los Estados. Del mismo modo, las workhouses y las leyes de mendicidad existieron, pero también
individuos que preferían trabajar para empresas capitalistas antes que en el
terruño comunitario.

Otro aspecto señalado del trabajo
del profesor Rendueles es una visión igualitaria y democrática de las
comunidades preindustriales, opuestas a las sociedades capitalistas. “El
proyecto del mercado libre generalizado, la aspiración a que el mayor número de
áreas de la vida social se autorregulara a través de un orden espontáneo
surgido del juego de la oferta y la demanda, demostró tener efectos
carcinógenos sobre el tejido comunitario” (p. 161). Las comunidades son vistas,
en líneas generales aunque se haga alguna salvedad, como lugares auténticos
en los cuales las relaciones humanas son más plenas. Esto, pienso, parte de un
romanticismo que no contempla hasta que punto podían llegar a ser opresivas
dichas comunidades. De hecho, en aquellos países que se vuelven capitalistas
partiendo de una economía comunitaria tradicional no resulta extraña la
escapada de la comunidad a la vida ciudadana. Como afirma el adagio medieval: el
aire de la ciudad hace libres. Personalmente considero que pocos ciudadanos “capitalistas”
soportarían el tipo de relaciones propias de la vida comunitaria preindustrial
(lo cual no me impide ver las disfunciones de la sociedad mercantilizada).

Pero lo que más le cuesta a Rendueles
es explicar la aceptación del sistema capitalista por parte de las masas. La
achaca al consumismo, que contiene las relaciones capitalistas “y así nos
condena a llevar vidas falsas y pequeñas” (p. 180). La sociedad de consumo,
afirma, acabó con las culturas populares subalternas en un proceso de “genocidio
cultural”. Tanto que las masas terminaron apoyando el neoliberalismo a partir
de los años 70 del siglo pasado. Dicho de otra forma, el capitalismo aliena a
las masas y crea una falsa conciencia que les impide ver las relaciones de
explotación. El capitalismo es visto como una disfunción perniciosa: “el
capitalismo se nos metió en el cuerpo como una enfermedad infecciosa” (p. 208).
La pregunta que me hago es la siguiente: ¿por qué en las sociedades
capitalistas hay tanto apoyo a una enfermedad tan dañina? La respuesta no se
explicita: ¿nos engañan?, ¿nos dejamos engañar? O, pienso, ¿tal vez las personas
–en modo alguno “idiotas culturales”– hacen un cálculo de costes-beneficios y
deciden que les compensa vivir con este sistema económico?

Tampoco me convence la
contraposición entre democracia y capitalismo, planteada pero no desarrollada
en extenso. El asunto, temo, es más complejo. No abundo más. Me parece, como
dije, una obra magníficamente escrita. Ayuda a pensar, aunque no estemos de
acuerdo con muchos de sus planteamientos. Una lectura recomendable y que
recomiendo sin duda.