Emprendimos el
viaje al sur en autobús la noche del primer día de diciembre. Había comprados
unos boletos en un autobús de larga distancia, de los que allí llaman semicama.
Se caracterizan por tener unos anchos asientos que casi se reclinan del todo.
Partimos a las nueve de la noche y llegamos a las nueve de la mañana del día
siguiente. Yo pude dormir casi todo la noche, pero creo que Carlos no pegó ojo.
Entre los picores de la varicela y sus problemas habituales para conciliar el
sueño, no lo debió pasar demasiado bien.

Llegamos a Puerto
Montt, la ciudad más al sur a la que se puede llegar a través de la Panamericana y de la
que habitualmente parten los ferris para Puerto Natales y Punta Arenas. En un
primer momento pensé en tomar ese ferry, el más famoso de una compañía que se
llama Navimag, pero el viaje es de tres o cuatro días en el que se disfruta si
hace buen tiempo, pero que puede convertirse en una pesadilla si no es así.
Además, está lejos de ser un crucero, pues es un barco de carga en el que
viajan animales y todo tipo de mercaderías. En vez de hacer ese periplo,
alquilamos un coche desde Santiago y nada más llegar a Puerto Mont fuimos a
recogerlo.

Conseguí el coche
de alquiler más barato de los que encontré, un Chevrolet Geetz, que casi era de
juguete. Cuando nos lo enseño el operario de la compañía, tras un ligero repaso
nos dijo que su manejo no tenía más complicación. Arrancamos con el depósito
lleno y nos fuimos a descubrir durante un par de días la isla de Chiloé.