El viaje al sur del
país, lo hice en compañía de mi primo Carlos. Por desgracia, apenas un día
después de su llegada, comenzó a sentir una picazón por todo el cuerpo y la
cara, la espalda y otras partes de su cuerpo empezaron a llenársele de granos.
En un primer momento lo atribuimos a una alergia, pues la noche de antes
habíamos estado tomando unas copas en la terraza del Phone Box bajo un emparrado. Le hice tomar unos antihistamínicos y
esperamos a ver la evolución.

La cosa, la verdad,
no parecía remitir y al final tuvimos que acudir al médico. Llamamos al seguro
que, por fortuna, le había recomendado hacer antes de salir de España, y nos
dijeron que acudiéramos al Hospital Alemán en Vitacura. Después me enteré de
que era uno de los mejores hospitales de Santiago. Allí, tras unos problemas
burocráticos, le hicieron unas pruebas y nos dijeron que era “fiebre del
cristal”, o sea, una varicela común. También que seguramente ya la trajera de
España, pues el periodo de incubación era más largo que su estancia en el país.
Tras recomendarnos que no viajara hasta que, por lo menos, se le hubieran
secado los granos –cuando supuran la enfermedad es altamente contagiosa, pero
no después–, le recetaron retrovirales y unas pastillas para el prurito. Las
pastillas las tomo, pero en lo de no viajar no le hicimos ni caso, claro está.

Esta experiencia,
por lo demás, me permitió ver de primera mano el sistema sanitario del país. La
medicina, como casi todos los demás servicios esenciales, se encuentra en manos
de la empresa privada. Ni siquiera adoptan la forma eufemística de las
fundaciones. En cada planta y cada servicio del hospital tienen dos o tres
administrativos encargados de gestionar los seguros sanitarios o de realizar
los cobros a través de los lectores de tarjetas que, sin el menor pudor,
presiden todos los mostradores. En urgencias, si no se posee seguro o no se
realiza un pago de unos 100 euros, el coste de una consulta básica, no eres
siquiera admitido. Otra opción es acudir a la sanidad pública, que al menos te
atiende en urgencia, pero a cambio de recibir una prestación de pésima calidad.
Esto es lógico, si la sanidad pública es mala, la población con recursos se
orienta a la privada, quedando la primera como una institución caritativa.