Neuquén es una
ciudad de unos 200.000 habitantes, situada en una llanura árida. La ciudad en
sí no tiene nada de especial. Al contrario, es una superposición de feos
edificios de apartamentos y de viviendas bajas de escasa calidad. La población,
quizá debido a su enclave geográfico, da la sensación de ser un entorno hostil.
Continuamente azotada por fuertes vientos cargados de polvo, fría en invierno y
tórrida en verano, sufría cuando la visité nubes de cenizas procedentes de los
volcanes chilenos en erupción. En general, es una ciudad fronteriza, que ha
crecido al amparo del abundante petróleo y gas de su subsuelo. Probablemente
cuando este se agote –cosa que, por lo demás, tardará en suceder, pues
Repsol-YPF encontró el yacimiento más grande de toda América los días que
estuve allí– vuelva a ser el poblachón del que levemente quiere
alejarse. La vida aquí es dura y el trato de la gente lo refleja. La ciudad
carece de vida cultural y festiva.