Para ir a Neuquén
bajé a Temuco, donde mis primos Javier y Karina –en realidad no son primos hermanos,
pues el padre de ella es primo de mi padre, pero así los llamamos porque por
edad y relación es el parentesco que mejor describe nuestra relación– me
recogieron. Desde Santiago son unos 700 kilómetros y
unas 9 horas de autobús. Esta es la capital de la Araucanía, la novena
región de las quince en que se divide el país. Lo más característico de ella es
la presencia de un importante colectivo indígena: los mapuches.

Los mapuches, o
araucanos (esta denominación se la debemos a Alonso de Ercilla, y según Isabel
Allende parece que responden a razones poéticas más que a otra cosa: es más fácil
la rima con -nos que con -ches), son un pueblo prehispánico que no fue sometido
ni por los incas ni por los españoles. El citado Alonso de Ercilla ya cantó su
valor y determinación para la guerra. De hecho, el Imperio Español aunque
nominalmente dominaba todo Chile, tenía frontera natural con esos pueblos en el
río Biobió. Durante el siglo XIX tanto el Estado argentino como el chileno
desarrollaron una serie de campañas militares que acabaron con la resistencia
de este pueblo. Quedaron recluidos en Chile a una serie de reducciones o
reservas. En Argentina corrieron peor suerte.

En la actualidad
son cerca de un millón, que sobreviven dentro de sus comunidades ancestrales o
bien como trabajadores no cualificados en la agricultura, la industria o los
servicios. Su situación empeoró notablemente durante la dictadura del general
Pinochet, tras el intento fallido de crear una legislación que reconociera sus
derechos por parte del malparado presidente Salvador Allende, ya que se
parcelaron las reducciones y se les entregaron en propiedad a los mapuches.
Estas no podían ser vendidas en un plazo determinado, pero sí arrendadas. Su
pequeño tamaño, unas cinco hectáreas, las hizo poco competitivas, lo que abocó
a que la mayoría de los mapuches las alquilaran a las grandes plantaciones
circundantes. Además, la comunidad mapuche consideró este proyecto un ataque a
su forma tradicional de propiedad y gestión comunal de la tierra.

El último conflicto
entre los mapuches y la comunidad chilena estalló cuando se empezaron a
construir presas en el río Biobió para producir electricidad. La española
Endesa –ahora controlada por capital italiano– es la empresa que está detrás de
este proyecto, bien apoyada por la elite empresarial chilena. Estas presas
implicaban la anegación de amplias zonas en poder de la comunidad mapuche. La
primera reacción del gobierno fue aplicar la mano dura. En el año 2003, se
llegó a un acuerdo con la comunidad mapuche. No obstante, existe todavía cierto
nivel de conflicto en torno a los proyectos hidroeléctricos, fruto del mal
encaje de esta etnia en la sociedad chilena, que aparece en la prensa
santiaguina como “acciones terroristas”