Estudié en Inglaterra apenas unos
meses después de que Tony Blair llegará al poder. La verdad es que la gente joven
estaba ilusionada con un gobierno que acababa con muchos años de mayorías
conservadoras. Recuerdo que aún coleaba el apoyo de los grupos Pop de moda al
flamante primer ministro y su promesa durante la campaña electoral de
legalizar la marihuana. El apoyo pronto pasó y se convirtió en desilusión y de
la promesa poco más se supo, pero eso es otra historia.

Ese año apareció el libro de
Anthony Giddens The Third Way y dos
años más tarde, en 2000, The Third Way
and its Critics. El primer lo leí en
Birmingham y el segundo ya en Madrid. Ambos me causaron una impresión muy
grata. No en vano Giddens siempre me ha parecido uno de los sociólogos actuales
más interesantes. Su obra es legible y al tiempo profunda, combinación poco
frecuente. Bauman, por ejemplo, es legible pero poco profundo y Habermas es
profundo pero sus libros son insoportables. Tiene algunas obras verdaderamente destacadas
además de las más conocidas, como La
transformación de la vida íntima
, que nos muestran un analista capaz de
ligar lo cotidiano con lo estructural, quizá la mejor muestra de la altura intelectual
de un sociólogo. Pero me estoy
desviando, volvamos a los libros citados.

Ambos ensayos son, junto a Beyond Left and Right (1994), los más
políticos de su carrera. En los mismos se plantea de modo explícito reformular
la socialdemocracia, alejándola tanto del neoliberalismo como de la
socialdemocracia clásica. Este propósito se adaptaba perfectamente a los
avatares del Laborismo británico, cuando Tony Blair se enfrentó tanto a la
vieja guardia de su partido como al fantasma de Margaret Thatcher. Sin embargo,
esa renovación también fue bien recibida en el resto de Europa.

Giddens cree que la Tercera Vía
debe basarse en una serie de valores, como son la igualdad y protección de los
débiles, la libertad concebida como autonomía y la existencia de derechos que
llevan aparejadas responsabilidades, una ampliación de la democracia de modo
que no exista autoridad sin democracia, el pluralismo cosmopolita y un
conservadurismo filosófico, es decir, el rechazo de los
experimentos políticos y las utopías. Estos valores tratan de lidiar con los
grandes temas de nuestro tiempo: la globalización, el creciente individualismo,
la ecología, la superación del dualismo izquierda-derecha y la capacidad de
acción de la política.

La obra suscitó un aluvión de
críticas, y también de alabanzas, tanto de la izquierda como de la derecha. Los
partidos tradicionales de izquierda le acusaron de “revisionista” y de “aceptar
los postulados neoliberales” mientras que la derecha le consideró una vuelta de
tuerca más del “intervencionismo estatal” y un “lavado de cara” de la misma
izquierda de siempre. Tanto fue así que, como he comentado, un par de años
después publicó un libro tratando de rebatir estas críticas. Lo reseñé en el
número 5 de Praxis sociológica. Allí
decía:

“Giddens trata de dar la vuelta a
los argumentos críticos, demostrando que es posible una política
socialdemócrata que tenga en cuenta los cambios estructurales de nuestras
sociedades. Para ello, la izquierda ha de aceptar el mercado, que no es ya el
enemigo, pero reafirmando la necesidad de control sobre el mismo. Las políticas
neokeynesianas continúan teniendo vigencia, porque el mercado no es un ente que
se autoregula perfectamente. También se debe superar la división tradicional
izquierda/derecha, tanto porque conlleva la idea subyacente de que el
capitalismo puede ser trascendido, como por la constatación del cambio en la
estructura política de clases. Además, el interés mostrado por la Tercera Vía
en la familia y la violencia y la delincuencia, no es incompatible con la
libertad y la tolerancia y mucho menos con el proyecto político de la
izquierda. La Tercera Vía establece políticas que regulan la familia y la
violencia sin ser por ello conservadora”.

Tras su impacto inicial apenas se
oye hablar ya de estas ideas. Tal vez un: ¡Ah, sí! Eso de la Tercera Vía no
eran unas teorías políticas de finales de los noventa. Peor poco más. La verdad
es que lo he recordado estos días donde tanto los neoliberales como los
anticapitalistas parecen acaparar el discurso. O liberalismo austriaco o populismo
chavista. La cosa, creo, es un poco más compleja y creo que sería necesario
repensar estas ideas del socialismo democrático. Como también habría que dar
más peso al liberalismo moderado frente a los anarcocapitalistas, que siempre
argumentan que solo hay un liberalismo, el suyo, y una sola izquierda, la comunista,
en una espiral maniquea. Las ideas de Giddens, pienso, pueden ayudar mucho a
pensar, con sosiego y lejos del barro, la actual situación política de nuestro
país.