En la última entrada adelanté que
en breve hablaría sobre un libro de Göran
Therborn aparecido recientemente. Vamos a ello. La obra en cuestión es La desigualdad mata (Madrid, Alianza,
2015). La idea fuerza de Terborn es que “la desigualdad es una violación
de la dignidad humana”. Todo el libro se configura como un alegato contra la
desigualdad y un intento de apoyar las
políticas igualitarias. En esto difiere del libro de Milanovic que comenté con
anterioridad. Para este, la desigualdad excesiva puede tener efectos nocivos –de
hecho su obra apoya planteamientos igualitaristas–, porque impide el desarrollo
económico, pero un exceso de igualdad también desincentiva a los individuos con
el mismo resultado. Terborn adopta una posición más militante en pos de
políticas igualitarias. Así cree que “los incentivos estimulan el esfuerzo,
pero no existen pruebas empíricas que respalden el argumento de que cuanto
mayor sea la desigualdad (de resultados), mayor será el crecimiento. En la
actualidad, parece que la economía del desarrollo se inclina más bien en
sentido contrario” (pp. 54-55). En definitiva, en todo el libro enfatiza los
efectos nocivos de la desigualdad y las virtudes de la igualdad.

Los dos primeros capítulos, la
Parte I, son una compilación de estadísticas sobre el efecto pernicioso de la
desigualdad para los seres humanos. En concreto bajo la idea de que la “desigualdad
mata” se muestra que el aumento de la desigualdad incide en un aumento de la
mortalidad y de las enfermedades entre los grupos desfavorecidos. Supone,
además, menores índices de cohesión social, esto es, a mayor desigualdad, menor
cohesión social. Esto se muestra en que los países con mayor desigualdad tienen
ratios de criminalidad más altos, gastan más recursos en la industria de la
seguridad y tienen una segregación espacial más alta (guetos urbanos). Además,
la desigualdad incide en una menor calidad democrática y posibilita a las élites
tomar decisiones de un modo más independiente del conjunto de los ciudadanos de
un país.

Posteriormente, en la Parte II,
tras reconocer las carencias teóricas en torno al estudio de la desigualdad,
trata de generar una teoría sociológica sobre la misma. Para ello, intenta
establecer un modelo sobre tres tipos de desigualdad: vital, existencial y de
recursos. Grosso modo, la primera hace referencia a las posibilidades de mantener
la vida como organismo biológico. La segunda a las desigualdades políticas en
torno a las discriminaciones por razón de sexo, etnia o ideología. Y la tercera
es la desigualdad de riqueza y renta. Con este modelo trata de separarse de la
teoría económica estándar, centrada en el tercer tipo de desigualdad, y añadir
otras variables sociológicas en su estudio.

En la tercera parte realiza un
recuento histórico de la desigualdad, mostrando como la desigualdad vital tendió
a reducirse durante los dos primeros tercios del siglo XX y a repuntar durante
el tercero; como la desigualdad existencial se va reduciendo, aunque continua
firmemente institucionalizada; y, finalmente, como la desigualdad de renta
disminuyó hasta los años 80 del siglo XX, como predecía la curva de Kuznets, y
aumentó a partir de ese momento. En definitiva, muestra como existen una
tendencia históricamente claramente desigualitaria desde 1980 en adelante,
sobre todo en torno a la desigualdad vital y de renta, mientras que la
desigualdad existencia parece estar siendo reducida en mayor medida.

En la Parte IV analiza las pautas
de desigualdad en la actualidad, tanto a nivel intranacional como
internacional, y finaliza en la última parte del libro mostrando las posibilidades
para revertir la situación de desigualdad, ya que “las desigualdades son una construcción
social y, por lo tanto, son susceptibles de deconstrucción” (p. 161). Trata de
mostrar cuales son los posibles apoyos sociales a las políticas igualitarias,
de un lado, y los frenos y enemigos de las mismas. En todo caso, apuesta
fuertemente por políticas igualitarias como un modo de conseguir un mundo más
justo y humano.