El profesor William Outhwaite
publicó en 2006 un alegato en favor de la pertinencia del término sociedad,
puesto en cuestión, bajo el título El
futuro de la sociedad
(Buenos Aires, Amorrortu, 2008). Lo compré hace mucho
tiempo, pero como me ocurre con frecuencia lo apilé y no lo he retomado hasta
estos días.

La obra trata de mostrar como el
concepto de sociedad, surgido en el siglo XVII, ha sido atacado y tiene menos
presencia que hace unos años. Por un lado corrientes de pensamiento
individualista, como el neoliberalismo o el constructivismo social, han puesto
en duda su realidad; y otras han tratado de sustituirlo por términos menos
potentes como comunidad o sociedad civil. Este modo de proceder fue reforzado
por el postmodernismo, de un lado, y por las teorías de la globalización de
otro. En todo caso, se comenzó a dudar de modo sistemático sobre la existencia
de algo llamado sociedad.

Posteriormente, Outhwaite trata
de defender una visión realista del concepto de sociedad, apoyándose en muchos
de los más preeminentes sociólogos actuales. Lo hace, dicho sea de paso, de un
modo un tanto oscuro. Esto es así porque nos encontramos ante un libro de
síntesis. En muchas partes aparecen prolijas enumeraciones de teóricos con
apenas un esbozo de sus teorías. El lector, es de suponer, debe añadir esas
teorías con lecturas previas. Sin embargo, y siempre desde mi punto de vista,
esto no termina de funcionar del todo bien. Quizá hubiese sido necesario un
mayor esfuerzo analítico, para agrupar las polémicas de todos esos autores en
torno al concepto de sociedad en unas cuantas ideas fuerza. Así habría podido realizar
una síntesis teórica más potente, centrada en el concepto y no en las voces
sobre el mismo (valga el ejemplo de Margaret Archer, a la cual cita, que lo
hace estupendamente en sus libros). Existe también un explícito vaivén en la
descripción de los ataques políticos y científicos a la noción de
sociedad, pero no delimitado con
claridad.

Esta carencia se muestra en el
capítulo final donde se pregunta acerca de la existencia de una sociedad
europea. Plantea los límites y potencialidades del proceso europeo de unión
política basado en Estados-nación y, sin embargo, no termina de resultar del
todo claro si la experiencia de la Unión Europea ayuda a afianzar metodológica
y teóricamente el concepto de sociedad o si, por el contrario, lo debilita.
Quizá la razón de todo esto radique en la forma expositiva elegida, basada en
una acumulación de teóricos y teorías más que en una exposición de argumentos.

No me resisto a incluir una nota
sobre la traducción del libro. Este contiene
un error que ya debiera estar superado. Se traduce “enlightenment” por iluminismo, que en castellano según el
diccionario de la RAE hace referencia a una secta religiosa, y no por
ilustración. Es el mismo error que se cometió, por ejemplo, en aquella vieja
traducción del libro de Adorno y Horkheimer “Dialéctica de la ilustración” como
“Dialéctica del iluminismo”. Otra cosa es que tradujéramos al italiano con su Illuminismo.

Para concluir diré que el libro,
pese a sus carencias, plantea un debate interesante y necesario. En lo personal
siempre me ha costado mucho cosificar conceptos como “cultura” o “sociedad”,
que desde mi punto de vista son categorías creadas para unificar las miles de
interacciones que se producen habitualmente entre los seres humanos que ocupan
un territorio. Todo bastante interaccionista, sin duda. Con esto no afirmo que
no exista la sociedad ni la cultura, pero sí que no son “entes” o “seres”
metafísicos. Para convertir la cultura o la sociedad en una “esencia” es
necesario recurrir a la metáfora textual, orgánica o sistémica. Y no lo
considero necesario. Entiendo, pues, la sociedad de un modo relacional,
histórico y procesual, lo que no quita un ápice de validez a este concepto. Una
realidad que emerge de las relaciones entre seres humanos concretos y que se
convierte en una “estructura estructurante”, valga la expresión de Pierre Bourdieu,
que limita y posibilita al tiempo las acciones de los seres humanos.

El concepto de sociedad, además,
creo que siempre mantendrá un cierto grado de ambigüedad, como todos los
grandes conceptos, pues sirve para referirnos con una envidiable economía de
medios a una realidad compleja y de difícil aprehensión. Como ya advirtió
Norbet Elias, los grandes conceptos llevan insertas sus carencias en su gran
potencia de uso.