Calama es un sucio enclave
en medio del desierto. Es lo mejor que puedo decir del lugar. Cuando uno se
aproxima a la ciudad ve las cunetas llenas de neumáticos viejos, botellas y
basura variada. Además, llegué el 19 de septiembre, en plenas Fiestas Patrias,
y lo único que había abierto eran salas de tragaperras y algún que otro
prostíbulo, por lo demás situados en pleno centro del pueblo. Al caminar por
alguno de los barrios residenciales pude entrever a sus habitantes bailando
cuecas con unas cuantas copas de más. El ambiente es sórdido, como corresponde
a una próspera ciudad minera, lo que se reflejaba en el desvencijado hotel en
el que me alojé. Una vez en Santiago, los compañeros de la Universidad me dijeron
que era probablemente la “ciudad más fea de Chile”. Debí asentir.

Es, sin embargo, un
pueblo enormemente importante, ya que la minería es una de las principales
fuentes de ingresos del país. La balanza comercial chilena es en estos momentos
positiva. Es un país exportador de materias primas. Entre ellas, destaca la aludida
minería, que supone casi la mitad de las mismas. Solamente el cobre es el 30%
de las exportaciones del país. A estas habría que sumar productos agrícolas,
ganaderos y pesqueros, junto a productos químicos y papel y pulpa para
fabricarlo. Sin embargo, el país importa gas y petróleo, automóviles,
electrónica o maquinaria industrial. Es decir, exportan materias no elaboradas
de bajo valor añadido e importan productos elaborados de alto valor
añadido.

La deuda pública
ronda el 6% del PIB. Lo que visto en términos del gran endeudamiento de sus
vecinos o de los países más desarrollados apenas supone nada. En principio esta
baja deuda pública junto a una saneada balanza comercial muestra una economía
solvente. Sin embargo, de cara al futuro es previsible que sufran reveses
cuando las materias primas escaseen en el territorio o los precios sufran
convulsiones. Su estructura productiva y educativa no está preparada para
competir a base de productos o servicios de alto valor añadido. En muchos
sentidos, su economía sigue siendo fuertemente colonial.

Un aspecto que
llama la atención es la gran presencia de empresas españolas en Chile. El
sector servicios y de la energía está copado por las mismas. En la banca son
predominantes el Banco de Santander y el BBVA. En el sector eléctrico Endesa
controla una buena parte del pastel. La empresa azucarera Iansa está controlada
por Ebro. La principal compañía de telefonía es Movistar. Zara, aunque todavía
con reducida presencia, se encuentra en los centros comerciales, donde es
considerada una marca cara y prestigiosa.

Estas empresas
ocupan sectores estratégicos y además son muy visibles (no ocurre lo mismo con
las empresas mineras de Estados Unidos o Japón, en un discreto segundo
plano), lo cual genera cierto grado de resquemor entre la población. En San
Pedro de Atacama, comiendo en un restaurante popular, escuché como el camarero,
y dueño del local, le decía a un cliente habitual: “Mira los españoles, los
echamos, y ahora están de nuevo por todas partes”. Los “coños” somos percibidos
como nuevos invasores. Aunque la conquista, la verdad sea dicha, lo haya sido
con la aquiescencia de la clase alta chilena.

Una derivada de
esto es la presencia de españoles en el país. En Santiago coincidí con varios
ingenieros y arquitectos que estaban llevando a cabo diversos proyectos. El
nivel de desempleo es muy bajo y Chile ofrece muchas oportunidades para el
personal cualificado. Entre julio y agosto de 2011 el país presentaba un nivel
de desempleo de tan sólo el 7,4%. Además, en muchas regiones este era
sensiblemente inferior, rozando el pleno empleo (que aquí sitúan con menos del
6% de desempleo). Además, el 85,2% de los trabajadores cuentan con un contrato
escrito. Esta última puede parecer una cifra baja si se compara con la
situación en Europa, pero no sí se hace con los países del entorno. Ernesto
Guevara decía hace bastantes años: “Como país, Chile ofrece posibilidades económicas a
cualquier persona de buena voluntad que no pertenezca al proletariado, vale decir,
que acompañen su trabajo de cierta dosis de cultura o preparación técnica”.
Esta afirmación continúa siendo cierta. Chile es un país que aun sigue
acogiendo amablemente a profesionales.