Como despedida, en
plenas Fiestas Patrias, visite los baños de Puritama. Es un barranco en medio
del desierto, en el que mana agua a 35ºC. Parece que desciende de fuentes termales
en los volcanes y que llega hasta allí por canales subterráneos atravesando el
desierto. Es un agua cristalina, sin apenas sal y carente de olores a azufre u
otras emanaciones volcánicas. El agua ha sido represada en ocho piletas. La
superior, en la que el agua está más caliente, está reservada a la empresa
propietaria del terreno (un grupo hotelero que, pese a ser propietario, no
puede edificar por ser un área protegida). Tras ella, siete charcas de
diferente profundidad, tamaño y temperatura del agua, que desciende a medida
que se aleja de su fuente hasta los 24 o 25ºC en la última.

Lo pasé bien, creo
que no me he bañado tanto en años. Estuve al menos dos horas sumergido. La
única pega fue que había demasiada gente, porque era 18 de septiembre. Aunque,
la verdad, tampoco hasta el punto de llegar a ser agobiante.

El viaje de ida y
vuelta no resultó especialmente atractivo: media hora a través del desierto,
subido en una furgoneta habilitada para llevar pasajeros. La única nota de
color la puso el conductor, que había visitado Segovia “la tierra de sus
antepasados”. Es curioso, pero lo que más recordaba era el cochinillo y el
jamón “de pata negra”. El resto de compañeros eran chilenos que
viajaron hasta allí para aprovechar las Fiestas Patrias.

El lugar parecía
haber estado habitado en el pasado. Las laderas estaban cubiertas de terrazas
en desuso y de pequeñas viviendas o almacenes de piedra con el techo plano de
barro. Además, el guarda del lugar me comentó que antiguamente las caravanas de
arrieros que atravesaban los Andes con ganado argentino terminaban descansando
allí una vez entregadas las reses.