Tras la excursión a
la montaña pasé la mañana durmiendo y dando un breve paseo para recoger piedras.
La verdad es que esto es un paraíso para los coleccionistas de rocas y
minerales. Por la tarde, tras comerme unos porotos, fuimos a visitar el Valle
de la Muerte, yermo paraje al sur de San Pedro, y el Valle de la Luna. Este
último es especialmente interesante, con sus antiguos y extintos geisers,
rodeados de calcita vitrificada, sus enormes dunas, cañones y cortadas. Es un
enorme mar de yeso, cenizas volcánicas y arena. Ver la puesta de sol desde la
altura de la Duna Mayor
y contemplar el Licancabur fue una experiencia única. El único inconveniente es
la masificación. Son tantos los turistas a la misma hora que no se disfruta del
recogimiento que merece el desierto. No por nada se dice que las grandes
religiones vienen del desierto.
Valle de la Muerte.
Cerca de San Pedro de Atacama.

Lo que es cierto es
que en estos espacios con tan escasa presencia del ser humano, uno se siente
insignificante e impotente. Cuesta imaginarse a los “Conquistadores”, cuatro
extremeños, dos andaluces, tres castellanos, un gallego y algún vasco,
atravesando estos parajes a lomos de mulas y caballos con apenas la ayuda de
sus espadas y arcabuces, y una fe inquebrantable en su razón y superioridad
moral. Combinada, claro está, con una ambición y ansia de oro y fortuna
igualmente insaciable.