Durante esos días visité una laguna en el altiplano a 4.200 msnm. La altura se
notaba, sobre todo en la caminata que hicimos los últimos dos o tres kilómetros
al acercarnos a la laguna Miscanti. Cuando ascendíamos por alguna pendiente,
notaba que el corazón trabajaba más deprisa y forzado de lo normal. Además,
costaba respirar y al hacerlo por la boca tragaba un aire helado que me
congelaba los pulmones. Hay ascensiones a los 5.000 o 6.000 metros, al
cráter de los volcanes, pero no creí tener la forma física para intentarlo.

Después, almorzamos
en Socaire. Bastante tarde, porque subiendo el autobús se calentó y tuvimos que
caminar hasta que bajó la temperatura del motor. Fue una comida simple, pero
sabrosa, compartida con unos compañeros hambrientos que apenas hablaron. El
pueblo en sí no tiene nada de especial, unos cuantas casas con una iglesia
desangelada. Lo único destacable son las terrazas de origen incaico o, más
bien, de la cultura de Tiwanaku, en las que se cultiva grano –en verdad se
cultivaba, pues tienen todas ellas un aspecto abandonado–.

Hicimos escala
también en el pueblo de Toconao. Es una pequeña población que conserva un
campanario hecho por los españoles, uno de los emblemas de la región, con
materiales locales: madera de cardón (un cactus de crecimiento muy lento, hoy
protegido), vigas de chañar y paredes de adobe. La pequeña iglesia fue
reconstruida recientemente tras sufrir graves desperfectos durante un
terremoto. Lo más significativo es que tras el altar mayor, a la derecha según
se entra, tiene una imagen de la Santa Trinidad con un dios antropomorfo,
acompañado de Jesús y, tras ellos, de un pequeño círculo de plata con la imagen
de una paloma representando al Espíritu Santo. El resto del pueblo carece de
encanto.

La visita terminó
con una breve estancia en el Salar de Atacama, en concreto en la laguna Chaxa.
Es un humedal salobre en medio de una tierra donde la sal aparece en cada
centímetro cuadrado del terreno. Lo que más me impresionó fue el olor, muy
parecido al que desprenden las algas descomponiéndose a la orilla del mar. Por
lo demás, sobreviven allí a duras penas algunos pequeños ratones, unas
lagartijas y varias especies de aves. Destacan sobre todo, los tres tipos de
flamencos que anidan allí: el andino, el chileno y el de James. También pude
observar al caití, un pájaro con el pico doblado hacia arriba. Todos ellos
sobreviven alimentándose de unos crustáceos de unos pocos milímetros. El lugar
me provocó una extraña sensación. La verdad es que es el lugar más inhóspito en
el que he estado. Con diferencia, es peor que el desierto, pues todo aquí
parece hostil a la vida. Durante toda la visita estuve deseando abandonar el
lugar, algo que no me había pasado antes.

En este viaje
coincidí por segunda vez con Alonso, un chico de Costa Rica. La verdad es que
congeniamos. Se dedica a temas comerciales y, por ello, además de por
apetencia, había viajado mucho por todo el mundo, sobre todo por Latinoamérica.
Tras la jornada cené con él en La
Estaka, un restaurante orientado a turistas de San Pedro,
pero de buena calidad. El risotto con camarones resultó estupendo y además me
sirvieron uno de los mejores cafés que he tomado en Chile (país, dicho sea de
paso, que maltrata profundamente este producto). Fue una lástima que su transfer al aeropuerto saliera pronto y
no pudiéramos continuar viaje juntos. Olvidé darle mi tarjeta, de lo que me
arrepiento. Ha estado, y dijo que volvería, varias veces en Madrid, y me
hubiera gustado acompañarle por la capital.

Después marche,
aconsejado por el camarero, a tomar unos piscolas en el Café Export. Una cosa
curiosa es que en San Pedro está prohibido por ley beber si no se come. Ahora
bien, hecha le ley, hecha la trampa. Te sirven unas porciones minúsculas de
pizza, muy baratas, y con eso se entiende que estás comiendo. La gente no las
suele probar, por lo que es curioso ver la barra del bar con una buena cantidad
de minipizzas que nadie come. El local es interesante porque es frecuentado por
los atacameños, que además estaban calentando motores para las Fiestas Patrias.
Cuando llegó la hora de cierre, a eso de las 12:30, los clientes se marcharon a
una “fiesta clandestina”, es decir, a continuar bebiendo y bailando en la casa
de alguno de los presentes.

Laguna Chaxa. Salar de Atacama.