Shackleton es uno de los últimos
grandes exploradores. Su imagen ha crecido con el tiempo, lo que resulta
paradójico pues es también uno de los grandes exploradores que no logró sus
objetivos. De hecho, se hizo famoso por su fracaso. No fue el primero en llegar
a ningún sitio ni descubrió tierras donde no hubiese estado antes “el hombre
blanco”. La fama le llegó por sobrevivir, una de las principales tareas de todo
ser humano aunque lo tengamos algo olvidado.

Siempre me han interesado los
libros de viajes y me atraen sobre todo los viajes en los cuales se lucha con una naturaleza hostil.
Por eso, los viajes polares han
cautivado mi imaginación. A ello contribuyó, sin duda, que durante mi infancia
leí varias veces Las aventuras del capitán
Hatteras
de J. Verne en la que se describía un viaje al Polo Norte. Esta
obra me impresionó mucho y siempre he tenido un recuerdo muy fuerte del libro.
Prefiero, por eso, no releerlo, pues seguramente me decepcione. Posteriormente,
leí una biografía de la vida de Amundsen centrada en su competición con el R. Scott por
ser el primer hombre en llegar al Polo Sur. Como es sabido ganó el primero y
murió el británico en el intento, aunque más tarde Amundsen también tendría una
muerte propia de un explorador.

El caso de Shackleton es
peculiar, pues aunque no logró sus objetivos nos dejó una de las historias de
supervivencia más impresionantes que se recuerdan. Capitán Swing publica ahora
una edición especial del libro que Alfred Lansing dedicó a la expedición en
1959 (Endurance. La prisión blanca,
Capitán Swing, 2014). Se recuerdan los 100 años de la expedición. La obra está correctamente editada. Sin embargo, no hubiese estado mal la inclusión de un mapa con el recorrido de los protagonistas de la aventura (el único presente es minúsculo e insuficiente).

Esta obra tiene una fuerza narrativa enorme, como la
epopeya en la cual está basada. Una narración donde conviven el heroísmo, el
afán de superación, las penurias y el liderazgo de Shackleton. Esto último resulta
especialmente relevante, todos querríamos a nuestro lado un Shackleton cuando nos encontráramos
en semejantes circunstancias. Para terminar diré que cuando
visité Punta Arenas y el Estrecho de Magallanes pude ver una réplica del bote,
el James Caird, en el cual hicieron
su viaje en busca de ayuda. Su tamaño era minúsculo. Solamente a la vista de
ese bote se entiende la magnitud de su hazaña.