Una de las cosas de las que se ha acusado a la sociología, muchas veces
con razón, es de crear y utilizar una terminología y un estilo complejo y
confuso. Es decir, de utilizar un lenguaje abstruso para decir cosas obvias. De
este modo se esconden las carencias de la disciplina. Randall Collins escribió Perspectiva sociológica. Una introducción a la sociología no obvia (ed.
orig. 1982, segunda edición inglesa de 1992), en la que trataba de combatir
este modo de proceder.

Pretendía mostrar que la sociología no es un cúmulo de lugares comunes.
Al contrario, es una disciplina que proporciona descubrimientos no obvios o contraintuitivos.
El primero y del que se deriva buena parte de la especificidad de la disciplina
es la idea de que el ser humano no se conduce tan solo por principios
racionales. Lo repasaré brevemente en esta entrada. El homo economicus no es el modelo estándar de la sociología. Argumentaba
que la razón se apoya en principios no racionales, que la acción racional puede tener consecuencias irracionales y que el ser humano actúa dirigido por
condicionamientos emocionales. En todo caso, ataca la idea del “contrato social”,
pues este siempre está basado en una serie de principios morales “precontractuales”.
La solidaridad social se basaría, por tanto, en vínculos que no son fruto de un
acuerdo racional entre los miembros de esa sociedad. “La conciencia y los
intereses son solo la superficie de las cosas. Lo que está por debajo de esa
superficie es una fuerte emoción, el sentimiento
de un grupo de personas de que son similares y tienen una pertenencia en común”
(p. 41).

Al leer estos argumentos me pareció que no había nada “no obvio” en los
mismos. Al contrario, esas ideas para mí son de “sentido común”. Sin embargo,
tal vez no lo sean para otros. La idea de que la sociedad está fundamentada en un
acuerdo racional no ha desaparecido del imaginario popular y académico. Aceptar
que lo irracional y emotivo es también parte de nuestra vida social es complejo.
Por un lado, a nivel individual supone reconocer que no controlamos tanto
nuestra vida como creemos. Por otro lado, a nivel social supone reconocer
nuestra limitada capacidad de controlar el mundo. En ambos casos, implica
renunciar a una visión ingenieril de la vida o, dicho de otro modo, al uso de
la razón como instrumento mecánico infalible. Significa aceptar el ritual,
religioso o secular, como parte de nuestra vida y un cierto grado de imprevisibilidad
en la explicación de la conducta social. Oír esto es difícil para quienes
pretenden convertir las ciencias sociales en ciencias “duras”, pues la emoción
y los rituales son difíciles de cuantificar.

El resto del libro trata de ir mostrando las consecuencias no obvias de
este planteamiento. Collins consigue con éxito mostrarnos, de un modo didáctico
y sucinto, el modo de enfrentarse al mundo de la sociología, su perspectiva. Una
lectura altamente recomendable.